Al fin parece que la España profunda, esa que todavía le tiene miedo y apego a las dictaduras, está despertando. Parece que los abusos sin fin ni freno, la corrupción galopante, el desempleo que alcanza cotas extraordinarias, la miseria creciente, la destrucción de la clase media y la desaparición casi literal del futuro de los más jóvenes, han tocado techo. La indiferencia extrema y hasta surrealista está dando paso, lenta y gradualmente, todo sea dicho, a un estado de exaltación e indignación que por fin comienza a llenar calles y a hacerse oír entre el mar de estupideces y promesas que no se cumplirán de la clase política, ahora que estamos en vísperas de elecciones.
El ambiente va poco a poco caldeándose, sobre todo después de declaraciones prepotentes y orgullosas de uno de los candidatos “indirectos” (ya que, para los que no lo saben, estas elecciones no son generales sino regionales) diciendo que “hay que respetar a la clase política”, esa misma que roba y legisla a su antojo, para favorecer a los de siempre, dejando a las personas de a pie cada vez más desprotegidas, apelando a la impotencia y al “uno como individuo no puede hacer nada” que ha imperado durante mucho tiempo.
Esas mismas personas se (nos) han (hemos) cansado: de que nos traten de idiotas, de que dispongan de nosotros, de que no cuenten con nuestra opinión o que se acuerden de que existimos sólo cuando necesitan “legitimar” sus fechorías a través de la farsa de las elecciones. Farsa? Preguntarán algunos/as. Si, farsa, porque en este país la ley electoral está diseñada para favorecer a los poderosos y los supuestamente más votados. El voto en blanco o la abstención no tienen el efecto de contrapeso que deberían, y las leyes son tan enredadas que es difícil expresar la voluntad popular si no se sabe que ocurre en realidad con las papeletas y los votos emitidos. Tomo el caso de lo que ocurrió en Navarra en 2007, cuando el candidato del PSOE obtuvo una victoria que le legitimaba para gobernar, siempre y cuando pudiera aliarse con algunos movimientos de izquierda y de corte nacionalista. Como su “casa matriz” no le autorizó a esto, porque no interesaba o porque vaya uno a saber que intereses ocultos estaban en juego, el candidato más votado simplemente desapareció de la escena, dejando a los de siempre donde siempre. Inaudito? No. Es lo “normal”…
Entonces, por qué pido que se vote este domingo? Fácil. Así sea una farsa, quedan dos opciones con las que los ciudadanos podemos ejercer el poder y dar una lección a aquellos que creen que no sabemos nada: la primera, que siempre he defendido, es la del consumo responsable. Si quitamos las ganancias obscenas que tienen muchas multinacionales gracias a nuestras compras impulsivas y en la mayoría de los casos, innecesarias, se verían obligadas a repensar su negocio. Y por otro lado, si votamos a otra formación política diferente a los mismos partidos que han ocasionado esta situación, es posible que se vean obligados a negociar y a pactar, y que el poder ilimitado que solían tener llegue a su fin.
Esta tarde estaba imaginando un reparto de poder “ideal”: 30% para un partido mayoritario, 30% para el otro y el resto (un 40%) dividido entre pequeños grupos y formaciones alternativas. Con ello la negociación sería imperativa e imprescindible. ¿Suena idílico? No tanto. Es posible conseguirlo. Hay que votar y decidir, para evitar que lo hagan otros por ti. Adelante. No cuesta nada, no duele y los beneficios pueden ser considerables. No hagas lo de siempre, no votes por inercia. Contribuye al cambio. Y claro, nada de votos nulos o abstención. Eso es lo que quieren los que están en el poder: aprovechar la indiferencia. De ti depende…