Ahora que el tema de la entrada de Turquía en la UE está tan “de moda”, rescato este artículo de José Comas, del periódico El Pais, sobre los 15 años que han transcurrido desde la reunificación alemana y sus tremendas consecuencias para ese país y Europa entera. Imaginen integrar a un país que no comparte costumbres, religión y modo de vida con ninguno de la Unión, además de tener graves problemas económicos y un concepto algo pintoresco de la democracia. Es que no aprendemos de los errores? La historia, una vez más desgraciadamente, está a punto de repetirse…
“El 21%, uno de cada cinco alemanes, querría que hoy de nuevo un muro separara el Este del Oeste del país. En Baviera, la proporción llega a uno de cada tres. En el Este, en los llamados “nuevos Estados”, en el territorio de lo que en su día fue la República Democrática Alemana (RDA), sólo un 12% desea la vuelta del muro que había convertido su país en una cárcel. Cuando se aproxima el 16º aniversario de la caída del muro de Berlín y el 15º de la desaparición de la RDA comunista, deglutida por la Alemania occidental, triunfadora en la competencia entre los dos sistemas enfrentados durante la guerra fría, la digestión ha resultado mucho más difícil de lo esperado.
La economía del Este depende, y dependerá todavía durante muchos años, de las transferencias del Oeste, que ascienden cada año a unos 80.000 millones de euros, un 4% del Producto Interior Bruto (PIB) alemán. Las transferencias netas anuales entre las dos Alemanias equivalen a unas diez veces la cantidad que recibe España de la UE en ese mismo periodo de tiempo. Los resentimientos y prejuicios entre los alemanes del Este, los llamados ossis, y los del Oeste, los wessis, persisten. Los comportamientos electorales divergen a un lado y a otro de lo que un día separó el muro de Berlín.
Un estudio de la fundación democristiana Konrad Adenauer sobre Posibilidades de Desarrollo Económico en las Regiones de Débil Estructura en el Este de Alemania constata ya en su introducción: “La tantas veces conjurada equiparación de las condiciones de vida permanece hasta ahora alejada en el tiempo y no se puede excluir que se produzca en muchas regiones un nuevo retroceso. Muchos, sobre todo los jóvenes, sacan para sí mismos la conclusión de que sería mejor buscar su suerte en otra parte”. El semanario Der Spiegel publicó a finales de agosto un reportaje elaborado por siete redactores titulado ‘El alarido del Este’, en el que se critica el silencio de los partidos sobre el problema Este-Oeste durante la campaña electoral. Hasta la caída del muro, la candidata democristiana (CDU/CSU), Angela Merkel, antes de hacer carrera política en Bonn, vivió en el Este. Esta circunstancia vital de Merkel no se ha traducido en una atención especial en su campaña a la difícil digestión de la antigua RDA. El canciller federal socialdemócrata (SPD), Gerhard Schröder, tiene buenos motivos para soltar el tema como si fuese una patata caliente. Schröder ganó las elecciones hace tres años en gran medida por los votos del Este de Alemania. Su reacción ante las inundaciones en Sajonia y su oposición a la política belicista de EE UU hacia Irak recibió la recompensa en votos de un electorado que se sentía marginado y muy sensible a los temas de la paz con los que durante más de cuatro décadas la propaganda comunista bombardeó a la población. Sus votantes de entonces se encuentran ahora decepcionados por sus planes de recortes sociales.
Der Spiegel constata que los partidos reprimen durante la campaña que “en los nuevos Estados hace tic-tac una bomba de tiempo. El hasta ahora tratado con mimo consenso de las transferencias -nosotros pagamos y vosotros os mantenéis quietos- no puede conservarse para siempre. La ilusión de la equiparación de las condiciones de vida ha resultado ser lo que fue desde un principio: una ilusión”. Hace un año, el presidente federal, Horst Köhler, desencadenó un escándalo al afirmar que había llegado el momento de tomar conciencia de que las condiciones de vida no podían ser las mismas en toda Alemania. Sostiene Köhler que pretender eliminar las diferencias “cimienta el Estado subvencionador y echa encima de las generaciones venideras una carga insoportable”. Köhler expresó lo que muchos alemanes sienten, sobre todo los wessis hartos de contribuir al desarrollo de los ossis a costa de su propio bolsillo y situación económica.
Existe la costumbre en Alemania de que los diputados inviten de vez en cuando a visitar la sede del Parlamento Federal (Bundestag) en Berlín a ciudadanos de su distrito. Un diputado wessi contaba estos días la reacción de algunos de esos visitantes que desde la cúpula del Reichstag contemplaban el panorama de grúas en el Berlín Oriental: “Mis votantes regresaron a casa con la sensación de que allí se iba el dinero que pagan de más en los impuestos por la tasa de solidaridad con el Este mientras que en sus pueblos faltan fondos para reparar las calles o arreglar la piscina pública”.
Al tópico de los ossis llorones replican del otro lado con el de wessis prepotentes. Los del Este se quejan de su situación, con salarios más bajos, doble tasa de parados y la falta de perspectivas que obligan a emigrar al Oeste, e incluso en ocasiones a la vecina Polonia, o resignarse a vegetar con lo que paga la seguridad social por el paro. Incluso en esto se refleja la diferencia entre el Este y el Oeste. Los wessis parados de larga duración perciben 345 euros, además del alquiler, la calefacción y gastos básicos pagados. Los ossis cobran 331 euros y se consideran discriminados respecto a los wessis. En muchos casos el estereotipo de llorones no carece de una cierta base. Hace un año las ciudades del este de Alemania se convirtieron cada lunes en escenario de manifestaciones contra los recortes sociales de la Agenda 2010 del Gobierno SPD-Verdes. Un ciudadano llamado Bernd Gögelein adquirió sus minutos de fama merced a una foto que le mostraba en primer plano mientras dirigía un monumental corte de manga al canciller Schröder en la pequeña ciudad de Wittenberge, en el Estado federado de Sajonia-Anhalt. La revista Stern descubrió que Gögelein, que trabajaba en una fábrica de encargado del transporte de materiales, llevaba 10 años en paro. Con el paro, subsidio por dos hijos y un par de trabajos Gögelein ingresaba 1.740 euros mensuales. Tras pagar 240 de alquiler por su vivienda de cuatro habitaciones y 110 para el gas y la electricidad, a Gögelein le quedaban 1.390 para vivir, el coche, teléfono móvil y el ocio familiar. Una situación nada desesperada gracias a la todavía tupida red de seguridad social alemana. Esto no impidió a Gögelein tomar el coche y viajar 30 kilómetros hasta Wittenberge para lanzarle un corte de manga a Schröder.
Wittenberge puede servir como ejemplo del éxodo sufrido por el este de Alemania tras la reunificación. En 1990, el número de habitantes ascendía a 32.500 y esa cifra había caído a 20.639 en 2003. En Berlín resulta hoy casi imposible mostrar a los visitantes algún vestigio del muro que hace 16 años dividía la ciudad. La desaparición del muro no ha tenido correspondencia en los comportamientos políticos de los berlineses. Una ojeada a los resultados de las elecciones federales de 2002 lo pone de manifiesto. En el distrito occidental de Reinickendorf, sólo un 5% de los berlineses occidentales votó por los poscomunistas del Partido del Socialismo Democrático (PDS). Este distrito linda con el oriental de Pankow y estaban separados por el muro ahora desaparecido. En Pankow, el PDS consiguió un 42% de votos. En el Este, los poscomunistas del PDS, los herederos del partido comunista, cuentan con un potencial de voto en torno a un 30%. Esto indujo al presidente socialcristiano (CSU), el primer ministro de Baviera Edmund Stoiber, a acusar de “frustrados” a los votantes del este de Alemania y lanzar la frase: “Sólo los terneros tontos eligen a sus matarifes”. Más madera para el enfrentamiento ossis-wessis”.