A veces me pregunto por qué la vida nos obliga en la mayoría de los casos a tomar decisiones radicales. Por qué casi nunca hay espacio para los términos medios. Si bien es cierto que el decidir siempre implica perder algo, casi nunca tenemos la opción de optar por alternativas que nos dejen un buen sabor de boca. Lo paradójico de esto es que, cuando se toman decisiones que parecen satisfacer a las partes, siempre se presentan abusos o interpretaciones de conveniencia por parte de alguno de los afectados. Y es ahí cuando las opciones absolutas aparecen como la única opción disponible. También es bueno recordar que todas las situaciones son distintas y que las opciones muchas veces dependen del entorno cultural, los medios disponibles, el estado de ánimo, la gravedad o inmediatez con que se deba resolver el problema, y muchas otras variables. Lo más triste es que, cuando se ven las consecuencias de la tendencia absolutista, casi nunca se reacciona como es debido. Los resultados pasan por rencores, odios y el consabido “yo sé que tengo la razón, pero…”. Recuerdo lo que me decía mi padre muchas veces: Nadie aprende en cabeza ajena.