Creo que a más de uno le ha pasado: vivir esas innumerables situaciones incómodas o que por fuerza terminas por aceptar, pero que en el fondo sabes o desearías que fueran de otra forma. Hace poco leí que uno de los más grandes errores de la civilización occidental es precisamente no prestar atención a esos impulsos interiores que en la mayoría de los casos, nos indican con bastante precisión, cual es el camino a seguir. Pero no. Seguimos insistiendo en llevarnos la contraria y terminar agotados sin saber por qué. En suplir inutilmente las carencias que tenemos a través de la atención desmedida al exterior.
De un tiempo a esta parte, trato de escucharme. De oir qué es eso que dice (o grita) mi voz interior desde hace mucho. Puede resultar incómodo, y eso explica en gran manera la tendencia de la mayor parte de la gente a ignorar estos llamados de atención dirigidos hacia nosotros mismos, pero al final, si somos un poquito valientes y buscamos la tranquilidad en el largo plazo, el hacer caso a estas sugerencias, repetidas cientos o miles de veces a lo largo de los años, puede resultar un bálsamo para los problemas o pensamientos que no nos dejan vivir en paz.
A veces es doloroso tomar ciertas decisiones, pero lo es mucho más el no afrontarlas y dejar que el tiempo pase, imitando a las avestruces que, cuando perciben el peligro, meten su cabeza en un agujero, esperando que el problema les ignore y no les afecte. Muchas veces aquello de “everything is going to be ok” funciona, pero en otros casos, normalmente los que son importantes para nuestra vida, se requiere un enfoque mucho menos pasivo.
Al final, digo yo, la única persona con quien contamos desde que nacemos hasta que abandonamos este plano, somos nosotros mismos. Por qué, entonces, no prestarnos la atención que nos merecemos?