A veces sueño despierto con una realidad distinta que se aleje del marasmo y el tedio que produce la repetición interminable de las mismas situaciones con idénticos resultados. El ver la situación de Colombia de lejos, desde una posición diferente que me hace creer que vivir de otra forma es posible, me permite formarme otra opinión un poco más contrastada sobre lo que podría ser, pero que desafortunadamente por la miopía y la vida en una burbuja de unos cuantos miles de colombianos, y por otra parte, la desesperanza y resignación forzada de otros tantos millones que ya no creen en el sistema porque simplemente este no hace nada por ellos, hayan elegido el garrote y la violencia como “alternativa” a un gobierno autoritario que cree que sólo uno de los múltiples problemas del país es la causa primigenia de la desigualdad y la intolerancia.
Había una gran oportunidad, una ventana de esperanza para dejar de hacer trampas, de ensalzar el “todo vale” como cultura de vida, de permitir que los méritos y el trabajo duro tomaran el lugar del amiguismo y la politiquería de siempre, de cambiar las caras largas del funcionario de turno que simplemente medra por los despachos por gente que realmente trabaje de verdad por el país, con vocación, esfuerzo y valentía, para que tantos millones de compatriotas pudieran ver que otro futuro es posible y que la vida no se reduce a sobrevivir en medio de las luchas de poder de unos y otros, pero pudo más el miedo, el “poder seguir yendo a la finca”, las cervezas, el tamal, el fraude generalizado en los conteos de las votaciones, los buses de Familias en Acción y sobre todo, la indiferencia y el desprecio absoluto de quienes de una forma u otra han asegurado su subsistencia de manera más o menos decorosa, por aquellos que no tienen nada: los “indios patirrajaos”, la “chusma”, esa masa de personas sin nombre que trabaja de sol a sol todos los días con motivaciones y salarios miserables. Esos, para los que tienen, no importan en absoluto.
El cambio social no importa. Lo interesante es poder seguir “dándoles en la jeta” y manteniendo a raya a aquellos que pueden representar una amenaza (léase, salir de la pobreza, tener una casa mejor, educar a sus hijos en una universidad o poder trabajar por un salario decente). Nadie ha pensado que ocurrirá cuando se derrote a la guerrilla militarmente: los vamos a exterminar a todos? Y los desmovilizados? Y los que se rinden? Y los que desertan? Los vamos a esconder debajo de la alfombra? Que pasará con el enorme ejército que se ha creado para combatir este problema y que consume grandísimas cantidades de recursos estatales, mientras en los pueblos y zonas más apartadas los puentes se caen, no hay acueductos, los maestros de escuela migran a las ciudades a engrosar los cinturones de pobreza (para aumentar la “masa chusmeril”) y quienes se quedan en sus tierras viven aterrorizados por fuerzas oscuras de las cuales nadie les protege?
No hay visión a largo plazo. Repetimos una y otra vez los mismos errores del pasado. Me entraron escalofríos leyendo las declaraciones del nuevo ministro de hacienda cuando hablaba de la “revolución social”, o lo que es lo mismo, el famoso “Salto Social” de Ernesto Samper, aquel infausto presidente que aisló igual o más que ahora al país por sus múltiples escándalos de corrupción, pero ni así lo pudimos sacar de la Casa de Nariño.
Bien dicen que el pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla. Parece que desafortunadamente, nos hemos dejado ganar por la inercia y el miedo a lo desconocido, aunque esto último tenga la promesa casi certera de comenzar a crear una realidad más justa, equitativa y transparente. Llevamos 200 años soportando mandatarios corruptos y opacos, que velan por sus propios intereses y a los que el pueblo llano poco o nada les importa.
Estoy triste, pero a la vez furioso por la ceguera crónica y terca del que no quiere ver, así las pruebas sean contundentes. La mano oculta del poder, que no el pueblo, ha hablado. Espero de corazón que algún día cese la horrible noche y que de estos tiempos no queden sino líneas olvidadas en los libros de texto, que además sirvan de recordatorio y advertencia sobre lo que puede pasar si no obramos con responsabilidad.
Por el momento, la frase que me sale del fondo del alma hacia aquellos colombianos que no confían en sí mismos y que creen que la continuidad de la violencia, la corrupción, las trampas, las mentiras y el lucro personal son lo único que merecen vivir es QUE SE JODAN. Las consecuencias de sus decisiones no tardarán en llegar. Espero que mediten sobre ellas, y sobre todo, que su comportamiento cambie en consecuencia, aunque lo sé: soñar no cuesta nada.