En estos días estaba recordando algunos momentos que tengo claramente registrados en mi memoria. Instantes de libertad irrestricta que no tienen nada que ver con los conceptos viciados que tomamos como ciertos hoy en día. Vamos allá.
Cuando estaba terminando mis estudios de secundaria, el ritual de todos los días después de terminar las clases era esperar a que nos fueran a buscar a mi hermana menor y a mi, para ir a casa. A veces iba mi mamá, a veces alguien más. Como dependiamos del tráfico y nuestro colegio quedaba en una zona en ese entonces fuera de la ciudad, muchos dias teníamos que ver cómo todos los demás abandonaban apresuradamente el recinto en los buses escolares y el colegio quedaba desierto, silenciándose poco a poco.
Durante este tiempo a veces charlábamos con quienes quedaban por ahí (no éramos los únicos a quienes iban a buscar), revisábamos las tareas que teníamos que hacer o simplemente, y esta es la parte que recuerdo más vívidamente, nos tendíamos en el jardín a ver pasar las nubes. Una de las caracteristicas del lugar donde vivo es que en esa época los cielos eran muy azules la mayor parte del año (cuando no estaba lloviendo). Así que sin más, en solitario o en compañia, sin tener ninguna prisa o pensando en lo que tuviéramos que hacer después, veíamos como las nubes y el viento creaban un improvisado teatro diferente cada vez. Una forma de relajación de lo más sencilla que de alguna manera nos permitía olvidarnos de las clases y los estudios y concentrarnos en ese preciso instante y nada más.
Volviendo al presente, el simple hecho de “no ser productivos” y tener controlado cada segundo del día, sabiendo perfectamente qué vamos a hacer luego, en una secuencia totalmente plana y sin sobresaltos, es ahora la norma más que la excepción. Ya no hay ningún resquicio por donde se pueda colar el aburrimiento o el “no hacer nada”, ese estado tan temido que combatimos febrilmente con nuestros celulares (porque ahora ya casi nadie lee), como si fuera el mismo demonio.
Hemos olvidado por completo el saber estar sin tecnología o distracciones, durante mucho o poco tiempo. El ver pasar la vida tal como ocurre es algo que evitamos a toda costa, como si el no tener nada en que ocuparnos, independientemente de su supuesta utilidad, fuera el mayor de los anatemas, siendo que hace un poco más de 14 años, era una práctica sana y habitual.
En fin. En lo que a mi respecta, vuelvo una y otra vez a los libros, a la música, al silencio y sobre todo, como sabiamente dicen los italianos, al “dolce far Niente” cada vez que puedo. Acompáñenme! Seguro que lo disfrutan…