Mientras estaba en Bogotá, leí por casualidad esta divertida columna del “Demonio Azul” que me permito reproducir aquí, porque ya estaba bien de recibir lecciones de sexo de unas cuantas (y cuantos) que no tienen ni idea de nada. Saquen sus conclusiones y sobre todo, disfruten!
“Después de más de dos décadas de educarme en el arte del sexo, de leer libros del tema a escondidas de mi madre, que los tenía a escondidas mías; de probar sin éxito con algunas vecinas lo que veía en las laminitas -pobres incautas-, de espiar a dos muchachas más buenas que el pan que vivían al lado de la casa, de pagar, pedir y hasta rogar por sexo (“que no es por placer, Lucía, es para un remedio”) y de que, por fin, puedo estar tranquilo de que todo funciona a mi albedrío: sube y baja cuando tiene que ser y no antes ni después, aparece la columnista de turno diciendo que nada de lo que he hecho sirve para un carajo.
Generalmente, estas nuevas huríes criollas son pollitas salidas de la universidad hace dos años, que creen que el sexo empezó y terminará con ellas y para las que miles de años de orgías de griegos y romanos, las francachelas de alemanes y franceses de comienzos del siglo pasado y los excesos en las fiestas de los gringos de los tiempos de “haga el amor y no la guerra” no son nada. Para ellas no existieron Anaïs Nin, ni Henry Miller, ni Pasolini, ni Sade. Ni hablar de Romeo y Julieta, ese par de lentos.
Tienen huevo o será que no tienen. Ahora, dicen estas sacerdotisas, para ser un buen amante tengo que ser metrosexual, cuando yo con ser centímetrosexual tenía.
Me tienen que gustar las bisexuales y volverme bisexual también porque, si no, soy ‘mal polvo’. Si aguanto menos de 45 minutos en la faena soy impotente, pero si duro más de 46 soy un pervertido. Si no uso esposas en los escarceos previos, soy un chapado a la antigua al que le hubiera ido mejor de misionero, pero si llego a sacar el juego completo con látigo de siete colas (así sean colitas de perro pincher) soy un degenerado. Si no he ido a un bar swinger soy un ‘vainilla’ más jarto que la repetición de un consejo ‘descomunal’ de Uribe. Pero, si he ido alguna vez, es como si hubiera entrado a un internado lleno de niños con viruela.
Para ser buen amante -se apoyan en encuestas de dudosa procedencia- ya no sirve llevar una serenata con un trío sino hacer uno, con la condición de que cada uno de la pareja sea fiel… ¡Hágame el favor!
Por eso un buen amante, aseguran, debe tener la experiencia del actor porno Nacho Vidal, pero con la castidad de la primera vez. Ahora, que si ostenta en el pene el mismo tamaño del que se ufana Nacho, es perfecto, pero horrible (sí, ambas cosas). Para que una bestia salida del averno -que por definición de estas teóricas de la libido somos todos los hombres- sea considerada buena amante resulta imprescindible educarse con los programas de Alessandra Rampolla (ese, lo juro, es el apellido), una mujer que tiene más trucos que el inspector Gadget y que con toda propiedad explica cómo, cuándo, por dónde y con qué. Pero ojo: Si el pobre tipo resulta demasiado sensible e interesado en el tema, engendra sospechas.
Así, para estas gurúes veinteañeras un hombre debe, so pena de quedar como un bárbaro peor que Conan, estar seguro de la satisfacción sexual de su amada. Pero que no se le vaya a ocurrir preguntarle si tuvo un orgasmo, porque se tira (término coloquial) todo. Y, me faltaba, todo amante que se precie de serlo debe ser experto en el tao, el sexo tántrico, el kamasutra, el ying y el yang y hasta en las 33 paradas del machete.
Será por eso que nunca encuentran buenos polvos.”