Muchos de los que me conocen saben que desde tiempos inmemoriales he tenido muy claro que no quiero tener hijos. No voy a entrar a discutir minuciosamente todas y cada una de las razones que están detrás de esta decisión, tan radical para algunos, porque como todos sabemos, para gustos los colores. Más bien, lo que quiero hacer hoy es una especie de declaración en la que oficializo y hago tangible esta postura vital, ya que mañana me someteré a una vasectomía, para dejar cerrado definitivamente ese capítulo de mi vida.
Si bien es cierto que no tengo pareja estable en este momento (pero si un matrimonio fallido a cuestas), como dije antes, desde que tengo memoria he sabido que mi instinto paternal no era especialmente fuerte y que tampoco crecía o se modificaba con el tiempo. Mi postura hacia los niños ha ido evolucionando desde el miedo, la indiferencia y la incomodidad, hasta el disfrute y el comprender (por fin) lo que pasa (en parte) por sus pequeñas cabecitas. En este momento puedo decir con confianza que me gustan los niños, pero que no podría hacerme cargo de uno o más. Disfruto muchísimo de mis sobrinos, los veo crecer, hablo con ellos, jugamos juntos y aunque el vínculo no es tan próximo como yo quisiera, básicamente por la falta de cercanía física (vivo lejos de toda mi familia), tengo la firme convicción de que es el mejor tipo de relación que puedo y quiero tener con estos pequeñitos.
Muchas personas me han dicho a lo largo del tiempo que uno no sabe lo que es ser padre hasta que lo experimenta, y aunque soy amigo de probarlo casi todo, en este aspecto mi postura vital de autoconocimiento y el tratar de entender el mundo que me rodea es mucho más fuerte que el deseo de formar una familia y ver crecer a la “sangre de mi sangre y carne de mi carne”, por usar un viejo cliché.
Algunos me han acusado de pesimista compulsivo, pero quiero pensar que soy más bien un ser humano coherente con sus decisiones y la situación en la que se encuentra este pintoresco planeta en el que recorremos grácilmente el espacio. Lo que veo es que en vez de mejorar y evolucionar, cada vez empeoramos e involucionamos. La envidia, el egoísmo y el “salvese quien pueda” priman sobre la solidaridad, la compasión y la armonía. Los recursos escasean, la educación se deteriora, los valores morales (del tipo que sean) cada vez son más ignorados y subvalorados, prevalece la doctrina del más fuerte y que cuantas más trampas, mejor, porque así nos ganaremos el respeto (!) y la admiración (!!) de nuestros colegas y conocidos. El tiempo que podemos dedicar a la familia cada vez disminuye más, consumido por esas obligaciones absurdas de tener o hacer para proyectar una imagen o “cumplir” con la sociedad.
Si sumamos todo esto a la falta casi absoluta de la energía vital para echar a andar una familia y dar una guía medianamente decente y efectiva a mis potenciales descendientes, la decisión que se materializará en unas horas es el camino más honesto y consecuente que puedo y quiero tomar. Sé que este paso “radical” sorprenderá a algunos e incluso puede que moleste a otros, posiciones totalmente respetables, pero quería dejar constancia de mi intención sincera de seguir adelante tratando de entender los múltiples interrogantes que me plantea la vida, sin la responsabilidad adicional de unos hijos para los cuales no creo estar preparado ahora o en el futuro.
Ya está. Ya lo he dicho y dentro de poco lo habré hecho. Vuestros comentarios, insultos, sugerencias, reflexiones, oraciones y observaciones son, como siempre, bienvenidos…