Equilibrio

Creo que llevo algo más de un mes sin escribir. No por falta de ideas o de tiempo. Todo lo contrario. En estas últimas semanas he visto como la vida me ha mostrado en todo su esplendor la cantidad impresionante e infinita de sensaciones y realidades que pueden sucederse, con la diferencia de que antes ignoraba o dejaba pasar la mayoría de ellas, y tal vez por esa avalancha de información y estímulos, no había encontrado un momento sosegado para digerir todo aquello y plasmarlo aquí.

Si tuviera que usar una palabra para describir todo lo que he vivido en los últimos meses, sería “cambio” o “renovación”. Cuando comencé este camino de transformación interior, no sabía lo que me iba a encontrar. Tenía curiosidad y ganas de emprenderlo. Pero en cuanto me fui adentrando en los vericuetos de mi mismo, la oscuridad y los demonios que habitan en mi interior aparecieron, más grandes y terroríficos que nunca, para tratar de hacer que retrocediera y dejara esas tinieblas tal y como estaban, que siguieran afectándome y controlando mucho de lo que hacía o pensaba. Debo confesar que mis fuerzas flaquearon, que casi perdí la voluntad de vivir, que cuestioné todas y cada una de mis decisiones y posturas vitales, que me quedé en medio de la nada, como si durante toda mi vida no hubiese aprendido, que sentía que todo el esfuerzo realizado hasta ahora no había valido la pena.

Pero de alguna manera, en algún sitio existía la convicción de que había que seguir adelante, que quería llegar al fondo, ver de frente todos mis temores, miedos y carencias, así el terror me invadiera. Que no había marcha atrás, que este camino era en un solo sentido. Que quería agradecer a la persona que había sido hasta ahora por ayudarme a llegar a este punto, y decirle que a partir de este momento, todos esos “apoyos” que tan bien me sirvieron, me estaban estorbando, sin dejarme espacio para crecer y darme cuenta que había cambiado.

Y eso fue lo que logró que reconsiderara muchas de las decisiones que había tomado hasta el momento, entre ellas el alejarme de Sol, la mujer con la que quiero compartir mi vida, porque vi que era capaz de aprender y más importante, de desaprender muchos conceptos e ideas que me impedían sentir y vivir a plenitud.

La vida no es sólo la imagen. Ni el dinero. Ni el poder. Ni el trabajo que uno pueda tener. La vida es permitirse estar, con todo lo bueno y lo malo, con lo alegre y lo triste, con lo que nos gusta y lo que no. Y el hecho de poder escoger estar en un estado u otro es absolutamente liberador. Al principio cuesta mucho, como cuando aprendemos a leer o escribir: creemos que es imposible ordenar esos signos ininteligibles, pero a medida que pasa el tiempo, todo va volviendo a su sitio, encontrando el equilibrioy el orden natural que por mucho tiempo me empeñé en alterar.

De alguna manera, he comenzado de nuevo. Sigo teniendo mi experiencia, mis defectos y mis anhelos, pero veo la vida de otra manera mucho más sincera y abierta. Ahora permito que otros se acerquen a mi, dejo que me quieran, disfruto de esa sensación y me nutro de ella, devolviendo a los demás ese bonito sentimiento cuando me nace. Y lo más importante: he comenzado a aceptarme tal como soy, con lo que me gusta y lo que no me gusta de mi mismo. Tengo mucho que aprender de mi mismo, pero ya no me angustia la sensación de no saberlo todo. Es más, me agrada haberme quitado la presión de tener que tener una respuesta para cualquier cosa…

El proceso no ha terminado. Todavía queda un trecho importante del camino por recorrer. Pero lo estoy haciendo a mi ritmo y con confianza. He descubierto que no tengo prisa por llegar a ningún lado. Por primera vez en mucho tiempo estoy disfrutando del camino, más que de la sensación de alcanzar la meta. Todavía tengo que concentrarme en dejar de mirar el objetivo para girar la cabeza y ver la belleza que me rodea, pero cada vez menos. Sentir es algo increible, aunque asuste un poco al principio…

Ahora

Como he venido contando en estos días, mi vida ha dado un vuelco muy importante en las últimas semanas, ya que estoy inmerso en un proceso de autoanálisis y re-conocimiento que ha hecho que me replantee mucho de lo que creía importante hasta ahora.

Tal vez suena un poco esotérico esto que estoy contando, pero lo cierto es que el camino ha sido bastante duro, porque me he enfrentado (en realidad lo sigo haciendo) al dolor de manera honesta y directa, a todo aquello a lo que temía y que ocultaba con la vana esperanza de que desapareciera o se olvidara de mi con el tiempo, con el ánimo de entender y comprender esa parte de mí que tenía apartada o incluso reprimida. Se han sucedido muchas ideas y sentimientos por mi cabeza y corazón, y voy viendo que las cosas realmente importantes de la vida son pocas y sencillas: el amor, la amistad, la familia, la salud y la tranquilidad, y que lastimosamente las tenía relegadas a un plano que no les correspondía.

Me estoy concentrando en el momento presente. En lo que me pasa y siento en cada instante. De nada me sirve preocuparme por lo que puede pasar o por lo que pasó, ya que he visto que cuando dejo entrar pensamientos de este tipo en mi mente, pierdo el equilibrio y comienzo a sentirme angustiado. Pero no es fácil. Nos hemos acostumbrado a vivir en el futuro o en el pasado, ignorando lo que pasa ahora. Es más cómodo, porque de alguna manera creemos que podemos retrasar o manejar esas sensaciones pensando que más adelante se solucionará todo. Lo malo es que el futuro tiene una serie de preocupaciones añadidas, que no nos dejan disfrutar lo que es aquí y ahora. Es decir, si aquello que esperamos no sale como queremos, la frustración es muy grande.

Cuesta mucho volver al presente después de tantos años de no hacerlo. Pero es posible. Y una vez que se aprende y se domina la “técnica”, la vida adquiere otro significado. Sigo haciendo planes y teniendo ilusiones, porque me dan fuerzas para seguir adelante, pero no olvido lo que me está ocurriendo ahora, y si algo cambia o se presenta de otra forma, ya me ocuparé de ello cuando suceda.

Estaba recordando una frase que escuché en la calle una vez, cuando una muchacha le comentaba sus problemas a su padre, y este le dijo “querida, en vez de pre-ocuparte, ocúpate!”. Sabias palabras. Ven al presente y haz lo que tengas que hacer ahora. Lo demás vendrá en su momento.

 

En blanco y negro

Por estos días me he sentido muy afectado por varias cosas que me han ocurrido en la última semana, como mi introducción a las Constelaciones Familiares, el comenzar un nuevo proyecto, la muerte de alguien muy cercano y sobre todo, el viaje de Sol a un sitio lejano, donde la comunicación es muy dificil. Eso me ha hecho enfrentarme a la realidad de la distancia, de la soledad y de alguna manera, del abandono. Creo que he recorrido todo el espectro de sensaciones que se pueden sentir en estos casos: miedo, tristeza, ira, incertidumbre, ansiedad…, y a pesar de que de alguna manera confío en mi mismo, en lo que soy y he aprendido en todos estos años, me sigue sorprendiendo la reacción de las personas ante estas situaciones.

Es muy dificil que alguien entienda lo que siente otra persona, por la imposibilidad de expresar con palabras lo que estamos experimentando, debido a las limitaciones inherentes al lenguaje que usamos para comunicarnos. Sin embargo, quienes nos rodean, en un intento generoso y compasivo (la mayoría de las veces) de evitarnos el dolor, intentan decirnos aquello que necesitamos oir para ver la situación de otra manera menos dificil o traumática. Y aquí es donde ocurren cosas, como lo dijera, sorprendentes o extrañas. Para algunos, la situación de dolor o abandono está muy clara y hay que seguir adelante a toda costa, sin mirar atrás, como queriendo correr a toda prisa para dejar la causa de la incomodidad lo más lejos posible. En cambio, otros piensan que lo mejor es encarar la situación, dejarse estar y sacar todo lo que sentimos gradualmente, para así quedar en paz y continuar renovados, habiendo aprendido algo.

No voy a opinar sobre lo que es mejor o peor, porque cada caso es diferente, y todos afrontamos este tipo de vivencias de manera completamente diferente. Lo que si sé es que aquellas cosas que no vemos o admitimos se van quedando allí olvidadas, reclamando atención e impidiendo que ocurran otras que podrían ser necesarias para crecer y vivir plenamente.

Lo cierto es que estamos (o al menos yo me siento así) muy desorientados y sobre todo, ignorantes en la manera de gestionar estas experiencias. Es como si cada vez fuera la primera y la sensación de inseguridad sobre cómo proceder vuelve a instalarse, como si nunca nos hubiera pasado algo similar. Si bien es cierto que los años nos dan más elementos para interpretar y transformar la realidad, al final siempre hay algo que nos dejará desconcertados y que requerirá de nuestra mente y corazón para sortearlo y poder continuar por esta ruta tan excitante pero a la vez tan dura que es la vida…

Vivir la vida

Tal vez el título de esta historia no concuerde mucho con el contenido, pero creo que es el que mejor se adapta a lo que quiero compartir con ustedes hoy.

Antes que nada, quiero admitir públicamente que no me gustan las despedidas, ni los cierres ni los finales de ningún tipo. Evocan abandono y soledad, incertidumbre y desasosiego. Me ocurre lo mismo cuando leo un libro y llego al final, cuando una buena película termina, cuando una conversación interesante languidece, cuando alguien muy especial se aleja…

Ahora mismo estoy pasando por una situación dificil y tengo un dolor muy grande en el corazón, que tiene que ver precisamente con mi resistencia a dejar ir, a cerrar y a soltar. Y eso me ha hecho pensar en la ceguera con que vivimos la vida la mayor parte del tiempo. Creemos que todo durará eternamente, que nada cambiará y que lo que conocemos permanecerá incólume a pesar de todo.

El tiempo pasa sin darnos cuenta, y la vida también. Y nos empeñamos en complicarnos y preocuparnos con tonterías y nimiedades que no nos dejan ver lo que es realmente importante. No voy a dar una definición de ello, porque creo que es un concepto muy íntimo y personal, y cada cual sabrá con qué se identifica mejor, pero en términos generales, sólo cuando llega un momento de ruptura o quiebre es que comenzamos a valorar esos instantes que ya pasaron irremisiblemente y los miramos con dolor y nostalgia, por no haberlos vivido intensa y plenamente. Y corremos desesperadamente, tratando de asir a como de lugar eso que se nos escapa por los avatares de la vida, queriendo compensar en un momento todo lo que hemos dejado pasar, como si fueramos capaces de digerir todo ello de un bocado sin consecuencias… Nos comportamos como el niño que suelta la mano de su madre en un acto de rebeldía, pero que cuando alza la mirada, no la ve y le invade un terror irracional.

Me repito una y otra vez: “Cuando aprenderé?”, pero la inercia de la vida es muy fuerte y caigo nuevamente. Me dejo llevar por esa falsa corriente de la vida, que nos incita a pensar que estamos en un “valle de lágrimas” y que el sufrimiento es el motor de nuestra existencia, el acicate para que seamos mejores personas, hijos, padres, madres, parejas… Cuantas mentiras! Por concentrarnos en lo malo, no vemos casi nunca lo bueno, que es mucho…

Pero la vida, amorosa unas veces y estricta otras, insiste en mostrarme continuamente que lo verdaderamente importante es casi siempre aquello que tenemos cerca y que, paradójicamente, es lo que más ignoramos.

Termino con varias preguntas: Qué hay que hacer para apreciar estas cosas de manera habitual? Cual es la clave para ver esos detalles en medio de todo el ruido circundante? Cómo le damos a la vida la importancia que merece?

Vértigo

Va a sonar muy raro lo que voy a decir, pero ayer se me vino a la cabeza un episodio de los Simpsons (llamado Dead Putting Society, de la segunda temporada) donde Bart compite con Todd, uno de los hijos de Ned Flanders, en un torneo de minigolf. La imagen que acudió a mi cabeza fue esa en la que Lisa, en un intento de entrenar la mente de su hermano para la competición, comienza a recitarle algunos koan, o acertijos zen. Al principio Bart se lo toma a broma, pero en un momento dado, uno de ellos le permite ver más allá. Todavía sonrío cuando recuerdo la cara que puso en el momento en que se abrió su mente.

Algo como eso me pasó en los últimos dos días, y no precisamente usando koan(s ?). El miércoles y el jueves de esta semana estuve en un curso de Constelaciones Familiares, una técnica creada por Bert Hellinger, que yo definiría, a riesgo de irritar a los puristas, como un “sicoanálisis rápido”, donde se analizan los sistemas familiares para encontrar la causa de los problemas que nos aquejan.

La experiencia fue reveladora. Algo así como abrir el telón que me impedía ver muchas cosas con claridad. Y en ese momento vino el miedo, el vértigo de ver la vida tal cual es, y no como mis ojos y mi mente se empeñaban en percibirla. Esto asusta y mucho. Recordé cuando murió mi padre y comencé a descubrir cosas de mi familia que habían permanecido ocultas y bajo un pacto de silencio tácito por parte de mis hermanas durante muchos años. Temas que en casa eran tabú, por las implicaciones que tenían. Intentos desesperados de cambiar el destino sin que nos enteráramos de la causa, guardando siempre las apariencias y la compostura…

A veces nos imaginamos que la vida que tenemos es de otra manera. Normalmente con muchos toques de fantasía y teatro, porque en el fondo sabemos que hay una verdad oculta y oscura que no queremos ver. Esto no significa que no hay personas con vidas plenas y felices, pero la mayoría se empeñan en no aceptar lo que son tal cual, y por tanto, no obran en consecuencia, prolongando la agonía y el dolor que esto causa.

En lo que me toca, creo que hoy soy un poco más sabio y sé algo más de mi mismo, y siento que ahora puedo encarar muchas situaciones que me resultaban muy dolorosas con entereza y sobre todo, con mucha dignidad. Sin embargo, el ver muchas situaciones cotidianas bajo otra óptica me produce una mezcla de sentimientos complicada de asimilar, que comparo un poco con esas escenas del cine donde el médico sale del quirófano y con gesto cansado se acerca a los familiares del paciente a decirles lo que ocurre. Luego vienen las reacciones, del tipo que sean. Ahora mismo estoy asimilando mi propia realidad tal como es y no como siempre la había imaginado… Les anticipo que no es fácil y resulta muy complejo, pero a la vez siento que me he quitado una pesada carga de encima.

El ejercicio es liberador, por definirlo de alguna manera, pero hace falta valor y mucha, mucha humildad para asumir nuestro propio destino y vivir la vida en consecuencia, reconociendo nuestros errores y mirando hacia adelante con dignidad y la cabeza alta, dándonos cuenta de quienes somos y cuanto valemos. Es transformar y ordenar el pasado para poder tener un nuevo comienzo…

Vasectomía

Tal y como comenté hace unos días, el próximo viernes cumpliré 3 semanas de haberme practicado la vasectomía. Hoy quiero hablar no de la intervención como tal, sobre la cual hay mucha y variada información en la red, sino de mi propia experiencia, que creo que puede servirle al que tenga curiosidad o se anime a hacerse la operación.

Antes que nada, aclarar que esta decisión fue el fruto de muchos años de reflexión sobre el tema, porque a pesar de la posibilidad de que sea reversible, en la mayoría de los casos es un paso definitivo. Por mi cabeza se cruzaron diversos pensamientos, muchos de ellos relacionados con la religión (!), sobre la inconveniencia moral de hacer algo como esto, o del hecho de explotar ese instinto normal en todos los seres humanos de tener descendencia como “método disuasorio”. Mi padre por ejemplo, se oponía firmemente a este tipo de cosas, argumentando que yo todavía no estaba preparado para tomar una decisión de este tipo. Lo que nunca me dijo era cuando lo iba a estar, según él…

Consideraciones éticas, morales y paternales aparte, una vez que me decidí, quise ponerme en manos de un médico conocido, para lo cual acudí a un muy buen amigo (gracias otra vez Carlos!) que ya había vivido la experiencia y que me había hablado muy bien de la médica que la había llevado a cabo. Así pues, hablé con la doctora Torres, quien desde el primer momento me dio mucha confianza y sobre todo, no trató nunca de cuestionar mi determinación o de disuadirme, lo que me hizo sentir todavía más cómodo. Una pregunta que se me hizo un tanto curiosa fue cuando quiso saber si era nervioso o no, ya que normalmente la intervención se hace con anestesia local, estando el paciente despierto durante la misma, pero hay personas que por una razón u otra, prefieren anestesia general, y de ahí la cuestión…

En el lugar donde me operaron son especialistas en este tipo de temas. Después del reconocimiento general, me hicieron pasar donde un sicólogo que me explicó en que consistía la cirugía y más importante, se aseguró de que yo estaba convencido de lo que iba a hacer, haciéndome leer unos impresos y firmar unos papeles donde dejaba constancia de mis intenciones y que conocía los riesgos y consecuencias de la operación. Una vez formalizados estos pasos, se fijó la fecha para dos días después y se me dieron las indicaciones finales de lo que debía hacer para prepararme.

El día elegido, me presenté en el lugar habiendo comido normalmente y con ropa cómoda. Me hicieron pasar a una sala de espera donde habían unos 15 pacientes más, algunos ya intervenidos, y una enfermera muy amable nos dio las indicaciones para el cuidado post-operatorio: hielo en la zona, reposo durante 4 días, analgésicos, ropa interior ajustada y ausencia de contacto sexual hasta 5 días después de la cirugía.

Por otra parte, nos explicó algo que no sabía: después del periodo de recuperación, hay que tener como mínimo 20 relaciones sexuales en los tres meses siguientes a la cirugía, siempre con preservativo, para luego realizar un conteo de espermatozoides llamado espermograma, donde se certifica que la operación realmente ha sido efectiva. Al preguntarle la razón, nos dijo que en condiciones normales, los espermatozoides viven hasta 80 días y que el hecho de haber cortado los conductos de transporte no implica que no queden restos de los mismos en los canales por donde se expulsan, existiendo el riesgo de embarazo incluso después de la cirugía. Por lo que esas “20 veces” hacen las veces de “limpieza general” y de ahí el periodo de espera de tres meses, con el que se consigue que las células que aún quedan vivas desaparezcan. Se han dado casos de recanalizaciones espontáneas, es decir, cuando los conductos que han sido cortados vuelven a unirse naturalmente, y por eso la importancia del examen posterior al procedimiento.

Una vez terminada la “charla informativa”, me hicieron cambiar de ropa a la indumentaria quirúrgica y una enfermera se encarga de afeitar y preparar la zona, lo cual se hace de manera muy rápida y hasta un poco dolorosa, ya que no emplean ningún tipo de crema ni suavizante, además de la correspondiente dosis de nerviosismo por ver una cuchilla afilada tan cerca de esa zona tan delicada…  Seguidamente, pasé al quirófano por mi propio pie, cosa que no dejó de parecerme atípica, tal vez por toda la televisión que he visto (el escándalo de la camilla, las luces que pasan velozmente sobre la cabeza del enfermo, las puertas que se abren de golpe, etc.)

La intervención es bastante rápida. No llega a durar 6 minutos. Lo primero que hace el médico es administrar anestesia local a través de una aguja en la zona, la cual, dicho sea de paso, incomoda bastante durante unos segundos, por su consistencia aceitosa. Esperan un par de minutos a que haga efecto y ahí comienza el verdadero trabajo. Se hace una pequeña incisión y a través de ella se realiza todo el procedimiento. Todo el personal del quirófano trabaja eficientemente para que uno no se percate de lo que está pasando, charlando o haciendo bromas, y cuando menos se espera, anuncian que ya han terminado. Ni siquiera hay necesidad de puntos de sutura, debido al pequeño tamaño del corte y a que la vascularización de la zona permite una rápida curación de la herida.

La vuelta a la sala de recuperación / espera se hace a bordo de una silla de ruedas, ya que la anestesia puede marear un poco, como fue mi caso. Hay a quienes les va peor y se desmayan, como le pasó a uno de mis ocasionales compañeros de cirugía. Una vez de vuelta, se nos ofreció café o infusión y se nos dio a los presentes una bolsa con hielo para mantenerla en la zona. Ahí se permanece durante una hora y media aproximadamente, mientras pasa el efecto de los medicamentos y para observar que no haya hemorragias o reacciones adversas al procedimiento. Lo ideal es ir acompañado, porque también se nos dijo que no debíamos conducir o caminar en exceso durante la convalescencia.

Algo que me sorprendió fue ver la cantidad de gente que operan en tan corto tiempo. Había dos médicos y en el lapso de tiempo que estuve allí (unas 2 horas y media), vasectomizaron a unas 25 personas! Así sería que cuando entré, había un grupo de gente y cuando salí, no reconocí a ninguno de los presentes…

Como me operé un viernes y el lunes siguiente era festivo, tuve tres días de reposo absoluto para recuperarme. No se sienten excesivas molestias, pero el dolor está presente todo el tiempo, unas veces en un costado y otras en el opuesto, aunque es de baja intensidad por los analgésicos que hay que tomar. Lo que más llama la atención es la sensación de “tirones” que hay en la parte baja del abdomen, resultado de la cirugía, pero van desapareciendo a medida que pasa el tiempo.

Efectos colaterales? Además de una resequedad persistente en la zona por el afeitado, fácilmente solucionable con alguna crema humectante, nada más que valga la pena mencionar. A la semana de la intervención hay que ir a un control rutinario para verificar que todo va bien y que la incisión ha cicatrizado correctamente.

Y heme aquí, contando sobre el tema. Lo único que me hace falta es el resultado del examen, pero para ello faltan todavía unas semanas…

Sobre la muerte

Hoy tenía toda la intención de comenzar a relatar mis aventuras e impresiones sobre el viaje a Bogotá que acabo de concluir, pero acabo de recibir una noticia que me ha afectado profundamente. Una muy buena amiga ha muerto hace un par de días. Como llegué el martes, hasta hoy me enteré. Era la esposa de uno de mis mejores amigos en España, y aunque estaba enferma de cáncer, tenía un pronóstico bueno, dentro de la gravedad de las circunstancias, por lo que me ha sorprendido saber que no ha podido resistir el tratamiento.

Si bien es cierto que la muerte está siempre presente en nuestras vidas, la vemos como algo lejano que solo le pasa a los otros. En el último año y medio he perdido a mi padre, a la madre de mi mejor amigo y ahora a Montse. Estaba recordando las palabras de una persona que conocí hace años, que trabajaba en un sitio bastante particular, y cuando le pregunté si se había habituado a ciertas características de su trabajo, me contestó con un lacónico “hay cosas a las que uno nunca se acostumbra”. La muerte es una de ellas. Nos han enseñado a verla como algo de lo que no hay que hablar, que hay que ocultar o ignorar porque, como decía mi padre “uno se volvería loco si pensara en que va a morir todos los días”. Craso error, porque lo único que se consigue con este enfoque es que las noticias al respecto sean cada vez más crudas y duras, entre otras cosas.

Somos frágiles, pero nuestra vanidad nos hace creer que estamos tocados por la divinidad y que nuestra fortaleza, juventud o riqueza material durarán por siempre. Vana ilusión. Lo peor de todo es que no aprendemos de lo que pasa a nuestro alrededor y vivimos con la idea de “aprovechar”, pero no en el mejor sentido, es decir, siendo compasivos o ayudando a los demás a estar mejor en el fugaz lapso de tiempo en el que pasamos por este planeta, sino más bien viviendo a tope (en el peor sentido) porque “como la vida se va a acabar, mejor aprovechemos”…

Me siento triste por Marcos y su hijo, porque Montse era una mujer excepcional, y a la vez reflexiono sobre nuestro papel en la vida, sobre la futilidad de casi todo lo que hacemos, sobre cómo nos distraemos con tonterías que consideramos importantes, mientras lo mejor de la existencia pasa por nuestro lado sin apenas darnos cuenta.

Amiga mia, donde quiera que estés, espero que hayas descansado y que sigas iluminando con tu sonrisa las vidas de quienes tuvimos el placer de conocerte. Hasta siempre…

De vuelta

Heme aquí, finalmente, en casa otra vez, después de un mes intenso que ha pasado volando. Todavía me estoy recuperando del Jet Lag, ese mal tan desagradable pero a la vez tan envidiado. Ante todo, mis disculpas por no haber actualizado tanto como queria, pero tal y como le comenté a una buena amiga hoy, no faltaron ganas pero si tiempo. Así que a partir de mañana prometo reivindicarme y contar todas las aventuras que me deparó este fantástico viaje a los orígenes. Como decimos en mi tierra: “Ya esperamos lo más, ahora falta lo menos”, así que un poquitín más de paciencia, porque estoy seguro que veréis recompensada la espera…