El comienzo de una nueva era

Supongo que todos ustedes ya sabrán que el candidato demócrata Barack Obama ganó las elecciones para convertirse en el presidente número 44 de los Estados Unidos de América. Fue una elección distinta, porque los estadounidenses, hartos del intervencionismo sin sentido de Bush (a quien, sin embargo, eligieron dos veces!) optaron por un cambio de dirección con la esperanza de recuperar el liderazgo y sacar al país de la profunda crisis en la que se halla inmerso.

Debo admitir que en un principio no pensé que fuera posible lograr un cambio de conciencia a tanta escala, y más conociendo la trayectoria política de ese pintoresco país. Recuerdo todavía los debates encarnizados entre Hillary Clinton y el ahora presidente electo, en una lucha que sólo parecía beneficiar a los republicanos, hasta que finalmente la ex-primera dama reconoció la fuerza mediática y el carisma del candidato de Hawai y le ofreció su apoyo, casi me atrevería a decir que demasiado tarde.

Obama es un “recién llegado” a esto de las lides políticas, y eso parece ser que lo ha favorecido. No ha hecho una carrera larga, ocupando varios cargos importantes, como casi todos sus antecesores, pero ha estado en contacto con la gente incluso antes de iniciarse en el mundo político. Fue curioso escuchar en un documental de la MSNBC fechas cómo 1990, 1999, etc., cuando McCain, su rival demócrata, contaba sus traumáticas experiencias en la guerra de Vietnam. Lo cierto es que su atípica carrera puede darle una significativa ventaja a la hora de encarar los viejos vicios que plagan el quehacer de gobierno de una de las naciones más poderosas del planeta. La llamada “Mente del Principiante” puede obrar milagros para renovar las ya desvencijadas estructuras de poder de los Estados Unidos.

Sin embargo, tengo también que decir que “amanecerá y veremos”. Ya estoy cansado de escuchar promesas que a la larga no se cumplen y tener que conformarme con ser un espectador de los contínuos errores y desaciertos que aquellos que se autoproclamaban como “la solución” cometen impávidos, sabedores de que mientras detenten el poder, nadie podrá cuestionar su autoridad de manera eficaz (aparte de impeachments y otras fórmulas usadas en raras ocasiones). El senador de Illinois promete y mucho, representa la esperanza de millones de personas que alzaron su voz para decir “ya basta”. Habrá que ver si es realmente un catalizador y canal del cambio o simplemente sus buenas intenciones se diluyen en las veleidades del poder.

Para terminar, un deseo para el nuevo presidente: “Trabajo, trabajo y trabajo”. Y por supuesto, mi frase favorita “がんばって ください” o “Hazlo lo mejor que puedas”.

Pistas

He comenzado a identificar patrones recurrentes en mi conducta. Cosas como el deseo de escribir, que comienza a plasmar ideas coherentes y profundas en mi cabeza, pero que a la hora de dejarlas fluir y transformarse en palabras visibles, se tornan difusas y desaparecen en una bruma pertinaz, que sigue ahi, como queriendo impedir que otros se adentren en ese universo particular y singular que todos tenemos dentro. Es como si existiera algún miedo oculto a expresar el pensamiento puro, sin filtros ni condicionantes.

Sin embargo, es como si la realidad me fuera dejando pequeños fragmentos de información que, en buenas manos y con un poco de paciencia, se van transformando en luces que iluminan, aunque fugazmente, esa parte del camino que estoy recorriendo. De alguna manera, las piezas comienzan a encajar, se ve un esquema, algo de orden, una tendencia definida por momentos, que me hace pensar y sentir que de alguna manera, voy encontrando eso que siempre he buscado. No es un proceso lineal, por el contrario, es bastante caotico y muchas veces parece que la sincronicidad desaparece dejando paso a un vacio yermo en el que nada tiene sentido, pero al seguir hilando esos flashes fugaces, la coherencia vuelve y el camino continua.

Creo que por fin he podido entender, en parte, la razón de ser del zen. El no-buscar, el no-perseguir, la idea del no-objetivo. Como dice Pema Chodron, el primer paso es aceptarnos tal como somos, sin agredirnos queriendo cambiar aquello que supuestamente es malo y no nos gusta. Para una mente tan cuadriculada como la mia, el prescindir de una meta tangible es un trabajo arduo, que choca con todas mis ideas basadas en la lógica. Al fin y al cabo, el genio y la neurosis están entrelazados de una manera tan íntima que va mas allá de mi comprensión. El querer deshacernos de “eso” que odiamos es más o menos como el suicidio simbólico para matar a Tyler Durden, una agresión hacia nosotros mismos que lo único que consigue es destruirnos.

Lo mejor de todo es que, viendo esto, dejo salir más a menudo todas las facetas “ocultas” de mi vida, y para mi sorpresa, las coincidencias de las que habla Zancolli son mucho más afines a ellas que a lo que consideraba “correcto”. Hay que saber escuchar y ver, para poder apreciar lo que tenemos alrededor.

La vida va más allá de las máquinas y la tecnología, aunque a veces parezca que estas tengan la solución a nuestros interrogantes…

Automáticamente

A veces, lo que sale es escribir. Sin pensar mucho en el tema, el ritmo, la concordancia y todas esas cosas que de cuando en cuando se atraviesan y matan sin piedad la creatividad. Son muchas emociones a la vez. El cerebro no es capaz de procesarlas todas y van quedando en cola, prolongando la agonía o la euforia, hasta que finalmente salen, pero cuando esto ocurre, ya hay una nueva pila de pensamientos esperando pacientemente ser el foco de nuestra esquiva atención.

Curioso. Algunos saldrían corriendo o gritarían hasta quedarse sin voz. Yo escribo. Y aunque a veces me gustaría poder plasmar todo lo que me ocurre, es casi imposible. La riada de sensaciones me abruma y sólo puedo expresar una pequeña parte de todo aquello.

Pero continuo haciendo el esfuerzo. Toda esa energía no puede quedarse encerrada y pugna por salir y ser vista y oida. Lo mejor es dejarla fluir, sin filtros ni censuras, aunque el lado racional proteste y comience a examinar todo lo que pasa para evitar un paso en falso. De todas formas, la sensación de poder equivocarse y dejar libre ese lado oscuro reprimido en la mayoría de los casos resulta muy atractiva y provocadora, un vértigo diferente y excitante, más allá del control y la imagen que nos tienen atenazados la mayor parte del tiempo.

El problema es la inercia. Esa maldita inercia resultado de un laborioso trabajo del ego por crear hábitos que nos brindan una falsa sensación de seguridad. Esa que no queremos abandonar por muy mal que esté todo, porque representa lo conocido, los pilares de nuestra existencia, que aunque agrietados, siguen sosteniéndolo todo, o al menos, eso es lo que creemos.

Cómo vencerla? Dificil tarea, pero no imposible. Hacen falta serenidad y paciencia. Constancia y dedicación. El objetivo es construir un blindaje ante esos falsos y efímeros placeres, contra el tedio, contra la saturación de novedad. Volver al interior. Dejar de buscar fuera. Frases estas escritas con rapidez, pero que toman años para volverse realidad. Pero al fin y al cabo, es o no viable un autoconocimiento honesto? La respuesta está en cada uno de nosotros…

Mirando hacia otro lado

Hace poco volví de un viaje que hice a Perú, para acompañar a Sol a conocer ciertos lugares de esos que hay que ver antes de morir, según dicen algunos. La experiencia fue muy interesante, pero más por el hecho de lo que pude ver y experimentar en la parte “no turística” que por haber visitado esos sitios. De hecho, la visita me dejó un cierto regusto desagradable en la boca y en el corazón. Pero vayamos por partes…

Visitamos Cusco, Machu Picchu, Arequipa y el Valle del Colca, por no citar todos y cada uno de los lugares a los que fuimos. Si bien es cierto que todos ellos no carecen de encanto y misterio, todo esto queda opacado por lo que se me ocurre llamar “prostitución del turismo”, y no me refiero a eso que algunos o algunas están pensando, sino más bien a la avidez desmedida que caracteriza a la gente de estos lugares, especialmente Cusco y Machu Picchu, como si quisieran aprovechar hasta el último centavo de los que, atraidos por la leyenda y la historia, dirigen sus pasos hacia allí. Lo malo es que se ha conseguido todo lo contrario. No hay ningún sentimiento de conexión con el cosmos o de “recarga de energía”. Lo único que se percibe es una ambición descontrolada, un ansia de ganar dinero desorbitada, aprovechando el afán universal, tan de moda últimamente, de reconectar con nuestras raíces. Lo peor es que todo este caudal de recursos no revierte en quienes allí viven, ya que los contrastes entre quienes tienen y los que no son cada vez más evidentes y abismales.

Ya no hay nada genuino en este lugar. Todo está en función del turista, incluso se le hace sentir en casa cobrando precios que la gente del país no podría permitirse. Nivel europeo o de los Estados Unidos en una nación donde el índice de pobreza a nivel rural (es decir, casi todo el país) ronda el 70%, cosa paradójica en un estado cuyo crecimiento económico de los últimos años no baja del 8%. Pero sin irnos por las ramas, el que vaya esperando encontrar una experiencia mística y auténtica, debe alejarse de los centros turísticos. La experiencia en Arequipa se acerca más a lo que debería ser, pero se deteriora rápidamente, por los mismos vicios que menciono en Cusco.

Esto no quiere decir que no hay personas honradas que realmente quieren hacer sentir bien al turista y esperan que vuelva a conocer lo que su tierra tiene para ofrecer, mostrando el orgullo que sienten por ella, pero lamentablemente son cada vez menos.

El verdadero viaje comenzó cuando nos fuimos a lo que alguien que conocí allí dio en llamar el “Perú Profundo”. Ese que no sale en los mapas de los sitios que no hay que perderse y donde encontrar un extranjero o turista es todavía una curiosidad. Aquellos lugares que solo aparecen cuando el gobierno publica los indicadores de pobreza y donde supuestamente hace falta más esfuerzo, pero los recursos no acaban nunca de llegar. Fue aquí que vi cosas que no esperaba y recordé que el mundo no es la limpieza y supuesta pulcritud a la que estamos tan acostumbrados, como si fuera lo más normal. No, este es el mundo de más de la mitad de los habitantes de este planeta, donde la gente muchas veces no tiene electricidad ni agua corriente, en el que las distancias que se nos antojan cortas en este universo paralelo de autopistas y asfalto, se hacen eternas, y donde los caminos discurren aferrándose a las montañas por lugares imposibles, llenos de piedras y polvo, o de lechos de barro infranqueables en la estación lluviosa.

Impresiona ver la vivacidad de los ojos de los niños y niñas, muchas veces mal nutridos, que se va apagando a medida que crecen, siendo sustituida por una tristeza entremezclada con la malicia necesaria para sobrevivir en estas condiciones tan complicadas. A pesar de todo, hay gran cantidad de sonrisas, bromas y esperanzas, basadas en cosas simples, como un balón, un rato de televisión o simplemente una carrera que dejaría sin aliento a cualquiera por llevarse a cabo a más de 3.000 metros de altura.

Pasar en silencio en frente del único “videoclub” del pueblo, y viendo como durante dos o más horas, hay grupos de todas las edades, viendo absortos una película de pie, en medio de la calle, en una pequeña pantalla y escuchando sus risas cuando le toca el turno a una comedia. Me recordó a esos majaderos y majaderas que no respetan un cine o que dejan todo hecho un asco sabiendo que hay gente que limpia. Me pareció estar viviendo en otro planeta…

Pero lo mejor de todo es el cielo. Un firmamento límpido, sin nubes, con una luna llena tan brillante que muchas veces no había necesidad de encender una luz para leer dentro de la habitación. Astros flotando en el gélido cielo andino, contemplando plácidamente a los que abajo siguen viviendo en comunión con la naturaleza, sin dejarse contaminar por los placeres efímeros del progreso.

Y la gente. No sólo los habitantes del pueblo, sino quienes están allí trabajando por la comunidad. Hombres y mujeres valientes y entregados, que sin hacer caso a la escasez de recursos o la lejanía de familiares y amigos, todos los días emprenden sus tareas con alegría y un genuino deseo de ayudar a que quienes les rodean vivan mejor, respetando sus costumbres e integrando el conocimiento y la ciencia actuales a las formas ancestrales, para conseguir lo mejor de los dos mundos.

Este fue el verdadero viaje: el poder ver que la mayoría del tiempo nos quejamos por lo que decimos no tener, sin recordar que hay muchos otros que viven sin casi nada, pero a la vez, sin desear más allá de lo que pueda satisfacer sus necesidades básicas o mejorar un punto su calidad de vida. Un pensamiento recurrente me acompañó durante esos días: volveremos alguna vez a la frugalidad después de comprobar que la tristemente sociedad del consumo está abocada a su propia destrucción? La respuesta no es fácil de determinar…

Crisis y Mentiras

Creo que es la palabra de moda en 2008. No solamente por el estrepitoso descalabro en el mundo financiero ocurrido hace pocos días (!), sino por el estado general de lo que pasa en casi todo el mundo. Lo que hoy escribo no pretende dar consejos sobre cómo sortearla, ni la fórmula mágica para solucionar nuestros importantes (!!!) problemas económicos, así que los que busquen eso pueden seguirlo haciendo…

Se me viene a la cabeza otra palabra: mentiras. Creo que es más franca, directa y resume mejor lo que está ocurriendo. Estamos rodeados de expertos en engañar, de una manera u otra, estamos expuestos a todo tipo de argucias para “invitarnos” a comprar, invertir o comportarnos de determinada manera. Lo más divertido es que nos hemos acostumbrado a este estilo de vida de dudosa legitimidad. Lo normal es que nos mientan, si alguien obra de buena fe, desconfiamos… Todo lo contrario a lo que debería ser. 

Qué nos espera? Lamentablemente estamos tan condicionados a que todo lo manejen otros de los que casi nunca sabemos nada, que nadan en millones mientras muchos tienen dificultades para llegar a fin de mes, por citar sólo uno de los efectos más visibles, que no creo que pase mayor cosa. El gobierno de los Estados Unidos ha lanzado un “gran plan” de salvamento de la economía para apaciguar los mercados, o dicho de otra forma, proteger los intereses de quienes están en el poder, aprovechando el dinero de todos y cada uno de nosotros. Curioso, premiamos la incompetencia de algunos con jugosas primas y planes de contención del daño, mientras que la inmensa mayoría sigue padeciendo las consecuencias de sus malos manejos y sobre todo, de su codicia desmedida.

El sistema capitalista está condenado, y eso lo saben quienes manejan los hilos del poder, por lo que están haciendo todo lo posible por recoger lo que puedan y salir corriendo hasta que las aguas se tranquilicen y puedan volver a engañar con comodidad e impunidad. Falta poco para que haya un cambio de paradigma. No estoy siendo agorero, pero se están viendo los efectos de los excesos de las últimas décadas. Por algo dicen que más rápido cae un mentiroso que un cojo, la diferencia es que esta caida tendrá proporciones épicas…

Con o sin permiso

Curiosa sensación aquella de necesitar aprobación para lo que hacemos, decimos o pensamos. Es algo que nos enseñan desde pequeños y que aceptamos sin oponer mucha resistencia. Al principio de la vida puede estar bien, porque nos ayuda de alguna manera a definir cómo comportarnos y nos salva de situaciones potencialmente embarazosas. Pero a medida que pasa el tiempo, si no sabemos dosificar esa “dosis” de aprobación, puede volverse un problema serio, porque muchos no saben como desligarse de esa necesidad, y pasan a ser dependientes de ella. Amigos, familia y/o la pareja se convierten en los “calificadores” que deciden con sus opiniones lo que podemos o debemos hacer.

Lo más triste es que cuando queremos seguir adelante y tomar nuestras propias decisiones, nos sentimos culpables por no “contar” con aquellas personas que nos han venido dando sus opiniones. Cuando optamos por no “informar” de alguno de nuestros movimientos porque simplemente no queremos, la reacción puede ser un poco desproporcionada. Y no hablo de no contar a la pareja que nos vamos a un sitio durante unos días, o que vamos a tardar un poco más de lo previsto en un viaje de trabajo, sino de personas con quienes tenemos relación, pero están lejos.

La cura para esto es aguantar el chaparrón unas cuantas veces sin poner demasiada atención a sus comentarios o reacciones, para que los demás se den cuenta que a veces queremos sus pareceres, pero otras simplemente seguimos con lo que tenemos previsto sin necesidad de aprobación o información adicional…

Sin hacer nada

Esta mañana estaba leyendo un artículo de Tom Hodgkinson en The Guardian sobre lo que en mi tierra llamamos el “pajareo”, es decir, andar de aquí para allá sin propósito definido, sin un plan concreto. Como muchos de ustedes sabrán, hace unos meses decidí detenerme y repensar muchas cosas de mi vida, habiéndome preparado para ello desde hacía tiempo. El proceso ha sido bastante duro, porque no sabía lo apegado que estaba a mi rutina diaria: levántate, aseo personal, desayuno, trabajo, comida, trabajo, casa, lo cual condicionaba absolutamente todo lo demás (festivos, vacaciones, fines de semana, viajes, etc). Me ha costado muchísimo frenar y desconectar, y más teniendo en cuenta que nunca había estado tanto tiempo sin “hacer nada de provecho”, léase sin un trabajo fijo o alguna actividad regular.

He experimentado muchas fases: culpa, inquietud, ansiedad, miedo, incertidumbre, pero hasta hace más bien poco, he podido ver las ventajas del no hacer nada. Cuando escribo esto, recuerdo las caras de mis amigos y familiares cuando les informé de la decisión de parar. Sus expresiones variaban desde el “qué bueno!, cómo me gustaría hacer algo así” al “qué tontería dejar un trabajo como ese para no saber que pasará después”. Confieso que me asusté. Sobre todo por que, como decía antes, nunca había estado en esta situación sin un “plan de escape”, es decir, todos nos hemos quedado alguna vez sin empleo, pero tenemos alguna estrategia para volver al mundo laboral después de un tiempo. Ahora el objetivo principal era pensar en mi, tenerme en cuenta, vivir la vida conmigo y no en torno a un trabajo o un sueldo.

Es curioso cómo a veces inconscientemente trato de darle una nueva rutina a mi vida. Es como si me diera miedo dejarme llevar y que perdiera las ganas de trabajar o algo así. Y por eso me encuentro a veces llenando los días con cosas un poco sin sentido para tener la sensación de estar “haciendo algo”: dejo mi cocina desordenada para tener que ocuparme luego de ella, paso horas y horas en el ordenador borrando basura, haciendo mantenimiento o simplemente navegando, limpio la casa varias veces, salgo a hacer recados que posiblemente podría haber hecho por teléfono o internet… Si bien es cierto que sentirse útil es bueno, si se hace compulsivamente puede generar mucho estrés.

Poco a poco he ido aprendiendo los placeres del no hacer nada. De pasearme por mi casa sin estar pensando en qué tengo que hacer después. En mirar mi agenda, ver que hay días vacios y no sentir pánico. De salir a caminar durante un rato por el simple hecho de sentir el viento en la cara. De leer sin prisas. De ver el desorden de mi estudio y no angustiarme.

De alguna manera, siento que estoy confiando en mi. Dándome un espacio para encontrar o redescubrir lo que me gusta y disfruto, sin culpa ni miedo. Dejando que las cosas fluyan. Sintiendo el afecto de quienes me quieren tal y como soy, no por mi imagen o las cosas que pueda hacer o tener. El encarar esos demonios asusta, pero libera al mismo tiempo. Me gusta poder mirar atrás y ver que gracias a todo el esfuerzo que hice durante una larga temporada, ahora puedo estar donde y como estoy. Todavía me cuesta desconectar del todo, pero creo que con el tiempo lo lograré. Y cuando me reincorpore a la loca carrera laboral en la que todos vivimos, sé que tendré un espacio, conquistado con amor y paciencia, donde podré retirarme a descansar cuando lo necesite. Ahora mismo lo estoy adecuando para disfrutarlo…