Instrucciones a mis hijos

Me gustó este poema de Magdalena Sanchez Blesa, y más que dedicado a los hijos, tal vez aplica para todas y cada una de las personas que habitamos este peculiar punto en el espacio…

Jamás un conato de daros la vuelta
Jamás una huida, por muchos que sean
Jamás ningún miedo, y si acaso os diera,
Jamás os lo noten, que no se den cuenta
Jamás un “me rindo”, si no tenéis fuerzas

Aunque fuese a gatas, llegad a la meta
Que nadie os acuse… ¡miradme a la cara!
Que nadie os acuse de dejar a medias un sueño imposible…
(Si es que los hubiera)
Yo no los conozco,
Y mira que llevo yo sueños a cuestas

Jamás, y os lo digo como una sentencia, ¡miradme a la cara!
Jamás en la vida paséis por el lado de cualquier persona sin una sonrisa
No hay nadie en el mundo que no la merezca
Hacedle la vida más fácil, ¡miradme!
A cada ser vivo que habite la tierra

Jamás se os olvide que en el mundo hay guerra
Por pasar de largo sin gloria ni pena delante de un hombre
Y no preguntarnos qué sueño le inquieta
Qué historia le empuja,
Qué pena lo envuelve,
Qué miedo le para,
Qué madre lo tuvo,
Qué abrazo le falta,
Qué rabia le ronda,
Qué envidia lo apresa…

Jamás, y lo digo faltándome fuerzas,
Si el mundo se para,
Os quedéis sentados viendo la manera de que otro lo empuje
Remangaos el alma,
Sed palanca y rueda,
Tirad de la vida vuestra y de quien sea,
Que os falte camino,

Perded la pelea contra los enanos
No sed los primeros,
Que os ganen los hombres que no tienen piernas
No sabedlo todo,
Dejad que contesten los que menos sepan

Las manos bien grandes,
Las puertas abiertas,
Anchos los abrazos, fuera las fronteras
Hablad un idioma claro, que se entienda

Si estrecháis la mano, hacedlo con fuerza
Mirando a los ojos,
Dejando una huella
Prestad vuestra vida,
Regaladla entera
Que a nadie le falte ni una gota de ella

¡Cantad!
Que cantando la vida es más bella
Y jamás, os hablo desde donde nazca
El último soplo de vida que tenga,
Jamás una huida,
Por muchos que sean…

Down from the Mountains

Para despedir el año, un corto de Max Duncan, donde podemos ver la vida de una familia china rota por el materialismo, la inequidad y la pobreza, que se ven exacerbadas en estas fechas “festivas”. Quizá nos ayude un poco a no perder la perspectiva en medio del gasto y desenfreno irresponsable que nos caracteriza. Qué La Fuerza nos acompañe en 2018…

Summoning the Recluse

Cuando ví este corto hace unas semanas, me impactó tanto que pensé en compartirlo de inmediato, sin embargo, por temas de derechos de autor, no estaba disponible para ello. Afortunadamente, ahora lo podemos ver y reflexionar sobre si esta vida frenética y “exitosa”, llena de obligaciones y compromisos es realmente saludable o recomendable.

Más de una vez he tenido la idea de hacer algo así, dejando atrás las apariencias y tonterías que caracterizan la vida “contemporanea”. Cada vez más, lo sencillo cobra más relevancia y al menos a mí, me hace ver lo vacía que es nuestra existencia actual. Pasen, vean y saquen sus propias conclusiones…

I forgot my phone

Me volví a encontrar con este video y me hizo reflexionar mucho, o mejor, muchísimo. Justo esta semana estuve en un concierto y la mayoría de la gente, en lugar de disfrutar la música y la interacción con los artistas, simplemente vivieron la experiencia a través de una pequeña pantalla… La oscuridad del auditorio se veía rota por destellos de luz que distraían y entristecían. Tal vez es hora de volver a nuestros cabales, porque de lo contrario, la estupidez colectiva finalmente nos ganará la partida.

El Empleo

Un corto muy diciente del cineasta argentino Santiago Grasso sobre el desencanto actual hacia el trabajo. Para mi, es una sensación bastante común la de tener que hacer algo que simplemente no nos satisface por una cantidad determinada de dinero para cumplir con ciertas exigencias sociales y, lastimosamente, suplir necesidades que a estas alturas de la historia, ya no deberían ser pagas (vivienda, comida, salud, educación, etc.)…

 

Pequeños Grandes Problemas

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Imagen tomada de www.grandtourlombardia.it (Pittore Archives)

 

Es curioso ver que la vida es una interminable sucesión de situaciones, a las que nuestra mente y condicionamientos dan “tamaño” e “importancia” y que proporcionalmente, tienen la capacidad de influir sobre nuestro estado de ánimo y percepción del mundo que nos rodea.

Si nos fijamos bien, estamos inmersos en una cadena de acontecimientos relacionados unos con otros (así no nos lo parezca), de formas, colores y sabores diversos, que nos hacen subir y bajar una montaña rusa emocional que no tiene principio ni final. Es cierto que somos capaces, hasta cierto punto, de “manejar” o “dominar” estos cambios, según el entrenamiento o las experiencias que hayamos tenido, aunque lo cierto es que la famosa paz interior de la que tanto se habla no termina de llegar. De alguna manera creemos que el estado de equilibrio perfecto es la ausencia de situaciones que nos estresen o preocupen, y lo que vemos a medida que avanzamos en la vida, es que la verdadera solución o el enfoque más sano es aprender a navegar con el mar que haya en cada momento.

La conclusión a la que voy llegando, así me cueste aceptarla desde mi mente racional y “cuadriculada” es precisamente que la única zona del mar de la existencia donde hay un estado casi perpetuo de calma es en las profundidades. En la superficie siempre habrá olas sometidas a la acción de los elementos, haciendo su navegación y conocimiento algo muy complejo. Cómo gestionarlas? Eso depende de cada uno de nosotros. Podemos darle más o menos importancia y sobre todo, decidir si actuamos o no, si les prestamos atención o no. Lo único constante es que estas situaciones se seguirán repitiendo ad-nauseam hasta el último día. Así que o disfrutamos del paseo o sufriremos de mareo todo el tiempo gracias a un mar embravecido e impredecible que definitivamente no podemos controlar, sino sólo transitar.

La Vida o el Trabajo

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Imagen tomada de www.designyourway.net

 

Hoy, en una tranquila tarde de domingo dedicada a esos quehaceres rutinarios que sin embargo nos parecen agradables por poder hacerlos sin prisas ni agobios, abro el correo de la oficina para encontrarme con una noticia muy triste: uno de mis compañeros del trabajo, director de área, de unos 47 años, ha fallecido por un ataque cardiaco. Coincidencialmente, esta semana la conversación principal fue sobre esos “cantos de sirena” que contituyen la motivación de casi todas las personas: la fama, el dinero, el reconocimiento, el poder acumular o ser dueño de innumerables cosas materiales que a veces ni usamos o hemos olvidado que tenemos. Esa carrera sin fin para alcanzar una supuesta estabilidad que nunca llega, porque, recordando las palabras de un buen amigo y mentor, todos estamos a dos meses de la bancarrota.

¿De verdad creemos que vale la pena sacrificarlo todo por una determinada suma de dinero? ¿Por una casa? ¿Porque sea posible matricular a los hijos en un “buen” colegio? ¿Por poder viajar a sitios que no queremos conocer para gastar lo que no tenemos, queriendo “mostrarnos y presumir” ante gente a la que no le importamos? ¿Es así de importante sacrificar hasta la propia vida por una cuota de ventas? ¿Por satisfacer los intereses voraces e interminables de una organización para la que sus empleados son simplemente números en un centro de costos y sólo son apreciados por aquello que son capaces de vender?

El mundo material está lleno de distracciones en las que nos han hecho creer que encontraremos la felicidad y la paz interior que tanto anhelamos, sin embargo, a medida que pasa el tiempo, nos damos cuenta que nunca es suficiente, que algo falta, que hay siempre algo por hacer o por “recibir”, como si nuestra tranquilidad dependiera de lo que pasara fuera de nosotros mismos y sin darnos cuenta que vamos perdiendo las cosas más valiosas por el camino: la salud, la alegría, la capacidad de disfrutar, el tiempo de calidad con quienes apreciamos, nuestros sueños y anhelos… Y para colmo, la muerte por exceso de trabajo o estrés tiene un “halo” (!) de admiración, algo así como que quien ha dejado la vida en este plano “se esforzó hasta el último momento…” ¡Qué necedad! ¿Y que quedó al final? ¡Nada de nada!

Lo sé. En esta sociedad enloquecida en la que vivimos no hay tiempo para estas reflexiones inoficiosas. Total, es domingo por la tarde y mañana tendremos que volver a trabajar como todos los días, para olvidar dentro de poco al compañero fallecido, saludar a su reemplazo y seguir por la vida como si nada hubiese pasado.

El siguiente paso es aún más complicado. Si estas palabras (o algunas similares) nos han resonado, ¿haremos lo necesario por vivir de otra forma, sin tantos agobios ni prisas? ¿Nos atreveremos a dar un paso al costado y asumir que el tener una gran cantidad de dinero en la cuenta o propiedades sin fin tiene un costo muy elevado que no tenemos por qué asumir si no queremos? Aquí, creo yo, es donde comienza el verdadero trabajo de reflexión para que la muerte de esta persona, desconocida para ustedes, no haya sido en vano: no nos olvidemos de decidir!