Un poema

Hoy publico un breve pero poderoso poema del maestro Dōgen, que describe, desde mi punto de vista, a la perfección la experiencia de vivir el aquí y el ahora, así como la falsa necesidad de tener o ser cada vez más. Vale la pena leerlo y releerlo con atención…

“Voy caminando por este mundo ilusorio
parecido a un sueño,
ni siquiera miro las huellas
que pudiera haber dejado.

El canto del cuco
me hace señas para que vuelva a casa.
Al oírlo giro la cabeza
para ver quién me dice que vuelva.

Pero no me preguntéis donde voy.

Viajo en este mundo sin límites
por donde no sé
y cada uno de mis pasos
es mi propia casa, mi propio hogar.”

Nintai

A veces, cuando pienso que las cosas no funcionan, mi mente se descontrola y comienza a crear una amplia gama de escenarios, cada cual más catastrófico y negro, que va proyectando ante mis ojos como un sombrío aviso de lo que puede esperarme. Sin embargo, al cerrar y volver a abrir los ojos, me percato de que estos pensamientos son como fuegos artificiales: mucha luz, color y ruido y un segundo después, nada de nada. Y ahí me centro en la realidad: lo que tengo delante, que es lo único que existe en ese momento. La paciencia es la clave y una virtud imprescindible, aunque a veces cueste trabajo caminar a su ritmo, que en ocasiones se me hace extenuantemente lento…

Comprar, Tirar, Comprar

Este es el título de un documental de la 2 de Televisión Española que habla sobre la supuesta programación de la vida útil de muchos de los artículos de consumo que compramos, para que tengamos que seguir consumiendo.

Una buena reflexión para comenzar el año…

Críticas y Nuevos Proyectos

Esta vez una nota rápida para mi mismo: ahora mismo me estoy acordando de las innumerables veces que visito un blog y digo “ufff, pero si llevan un montón sin actualizar… Mejor no vuelvo”. Y el que lleva más desactualizado es el mío. Divertido, no?

No voy a hacer falsas promesas ni propósitos de enmienda porque además de no creer que los voy a cumplir, he leído que “se ve mal” hacer eso en un blog… Sin embargo, últimamente tengo más ganas de escribir que en otros momentos, así que, para aquellos que todavía creen que visitando este rincón de la red les proporcionará algo más que desilusión por no ver nada nuevo, es posible que se encuentren con reflexiones varias de manera más regular.

Se acaba este año y comienza otro, con un plan interesante y a la vez un poco terrorífico. Ya iré contando de qué se trata (la emoción de lo desconocido!). Por el momento, diviértanse y disfruten!

200 años de ser colombianos

Colombianflag

En 2010 (justo hoy, 20 de julio) se cumplen 200 años de la independencia de Colombia de la corona española. Por ello, varios escritores y actores del país han plasmado su particular respuesta a esta pregunta tan compleja: ¿Qué es ser colombiano, 200 años después? En este artículo de Francisco Celis, publicado en El Tiempo, que reproduzco a continuación, están sus diferentes puntos de vista. ¿Se acercan sus ideas a la realidad?

“Historiadores, escritores, actrices y un comediante intentan definir la colombianidad.

Eso de definir, a 200 años de la Independencia, qué venimos a ser los colombianos, tiene sus bemoles. Nadie entiende la pregunta o nadie sabe cómo coger un asunto tan obvio que casi suena impertinente.

El historiador y narrador Gonzalo España, se detuvo, de entrada, en el asunto de si hubo Independencia o no. “Creo que sí, somos libres, no somos esclavos de otra potencia, se dice que de EE. UU., pero es indirecta, matizada, no como antes, que los gobernantes españoles estaban aquí”, dice.

El escritor y crítico de cine Hugo Chaparro apunta hacia el tema de la identidad: “Somos un país construido con base en el prejuicio y debido a eso nos hemos venido definiendo en muchas cosas: los prejuicios geográficos nos hacen pensar que el mundo al otro lado de la frontera es otro planeta. La adjetivación de Gabo como ‘el Premio Nobel’ es para decir que no estamos tan mal con respecto a otras geografías; exhibimos un orgullo superlativo para disimular nuestras vergüenzas y detestamos la dependencia de otros países, pero si mi película es alabada en Cannes, entonces es mejor película”.

Entonces, ¿dónde dejan la “energía positiva” para el equipo, el 5-0, el Himno Nacional más bonito del mundo, la Fruna, la chocolatina Jet, el bocadillo de hoja, el calentado, el jugo de naranja con huevo crudo, la Pony Malta con leche y huevo, el desayuno con tamal, huevos pericos y chocolate con calao, el mago de semáforo, todos esos ‘pilares’ de nuestra identidad? ¿Y a Shakira y a Juanes dónde los dejan?

“Hoy somos seres independientes, atrofiados en la búsqueda constante del amor, con tendencias ambientalistas de reciente adquisición, cada vez con menos sentido del ahorro y con pánico a envejecer -dispara la actriz y comediante Alejandra Azcárate, a quien, no obstante, no todo le parece tan malo-. La colombianidad es tener la alegría de los españoles, la soberbia de los argentinos, el pragmatismo de los alemanes, la humildad de los bolivianos, el gusto de los franceses y el presupuesto de los peruanos”.

La experimentada actriz Vicky Hernández anota que en los contrastes es que radica nuestra esencia: “Tenemos las virtudes más grandes y los peores defectos. Alegres, ingeniosos, trabajadores, resistentes, podemos ser lo más indiferentes, irresponsables, apáticos como nación, desorganizados, incumplidos, tramposos… ¿Existirá otro país en el mundo donde sean tan fuertes los extremos? Ser colombiano no es fácil, es una labor ardua: lo mismo que nos salva es lo mismo que nos pierde”.

Para el historiador y novelista Juan Esteban Constaín, en 200 años de vida republicana el país sigue en obra negra. “Nos hemos convencido de las ‘posibilidades infinitas’ que alguien, hace siglos, nos dijo que teníamos, pero hemos demostrado que esas posibilidades no se han ido cumpliendo. También somos muy duros con nosotros mismos: para muestra este botón. Como dijo el historiador Jaime Jaramillo Uribe, “somos un país mediocre en el buen sentido de la palabra”. Una sociedad que, por lo general, se pliega a la moderación y a la medianía; no somos un pueblo excesivo, salvo para juzgarse a sí mismo”.

Según Constaín, incluso estamos muy cerca de alcanzar una concepción del mundo. “No todas las sociedades ni todas las naciones tienen ese conjunto de rasgos arquetípicos que los definen: Colombia sí. Desde el exterior uno percibe valores maravillosos como la solidaridad y la ingenuidad. Este país vive ufanándose de la malicia indígena y de la viveza, pero es tremendamente ingenuo. La gente, en realidad, no es agresiva: es amable, buena y solidaria”.

Con una mirada muy distinta, Antonio Sanint, comediante y actor de TV, señala: “Tenemos una cultura que es bastante fuerte y sólida, porque pese a las influencias norteamericanas en la moda, en el cine, en la música, todavía nos aferramos a lo nuestro. Pese a toda la tecnología todavía creemos en el núcleo familiar y eso es muy positivo. Somos un país feliz y que le fascina celebrar en familia y entre amigos”.

Pero todavía nos falta, dice. “Pasamos una época muy fuerte de la que estamos saliendo. Ahora nos estamos orientando hacia la cultura, el teatro, la música. Es increíble ver a Shakira en el Mundial y ver lo que hace Juanes. Tenemos una cultura que está poniendo a seres nuestros en lugares maravillosos”.

Que se jodan

Middle Finger

A veces sueño despierto con una realidad distinta que se aleje del marasmo y el tedio que produce la repetición interminable de las mismas situaciones con idénticos resultados. El ver la situación de Colombia de lejos, desde una posición diferente que me hace creer que vivir de otra forma es posible, me permite formarme otra opinión un poco más contrastada sobre lo que podría ser, pero que desafortunadamente por la miopía y la vida en una burbuja de unos cuantos miles de colombianos, y por otra parte, la desesperanza y resignación forzada de otros tantos millones que ya no creen en el sistema porque simplemente este no hace nada por ellos, hayan elegido el garrote y la violencia como “alternativa” a un gobierno autoritario que cree que sólo uno de los múltiples problemas del país es la causa primigenia de la desigualdad y la intolerancia.

Había una gran oportunidad, una ventana de esperanza para dejar de hacer trampas, de ensalzar el “todo vale” como cultura de vida, de permitir que los méritos y el trabajo duro tomaran el lugar del amiguismo y la politiquería de siempre, de cambiar las caras largas del funcionario de turno que simplemente medra por los despachos por gente que realmente trabaje de verdad por el país, con vocación, esfuerzo y valentía, para que tantos millones de compatriotas pudieran ver que otro futuro es posible y que la vida no se reduce a sobrevivir en medio de las luchas de poder de unos y otros, pero pudo más el miedo, el “poder seguir yendo a la finca”, las cervezas, el tamal, el fraude generalizado en los conteos de las votaciones, los buses de Familias en Acción y sobre todo, la indiferencia y el desprecio absoluto de quienes de una forma u otra han asegurado su subsistencia de manera más o menos decorosa, por aquellos que no tienen nada: los “indios patirrajaos”, la “chusma”, esa masa de personas sin nombre que trabaja de sol a sol todos los días con motivaciones y salarios miserables. Esos, para los que tienen, no importan en absoluto.

El cambio social no importa. Lo interesante es poder seguir “dándoles en la jeta” y manteniendo a raya a aquellos que pueden representar una amenaza (léase, salir de la pobreza, tener una casa mejor, educar a sus hijos en una universidad o poder trabajar por un salario decente). Nadie ha pensado que ocurrirá cuando se derrote a la guerrilla militarmente: los vamos a exterminar a todos? Y los desmovilizados? Y los que se rinden? Y los que desertan? Los vamos a esconder debajo de la alfombra? Que pasará con el enorme ejército que se ha creado para combatir este problema y que consume grandísimas cantidades de recursos estatales, mientras en los pueblos y zonas más apartadas los puentes se caen, no hay acueductos, los maestros de escuela migran a las ciudades a engrosar los cinturones de pobreza (para aumentar la “masa chusmeril”) y quienes se quedan en sus tierras viven aterrorizados por fuerzas oscuras de las cuales nadie les protege?

No hay visión a largo plazo. Repetimos una y otra vez los mismos errores del pasado. Me entraron escalofríos leyendo las declaraciones del nuevo ministro de hacienda cuando hablaba de la “revolución social”, o lo que es lo mismo, el famoso “Salto Social” de Ernesto Samper, aquel infausto presidente que aisló igual o más que ahora al país por sus múltiples escándalos de corrupción, pero ni así lo pudimos sacar de la Casa de Nariño.

Bien dicen que el pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla. Parece que desafortunadamente, nos hemos dejado ganar por la inercia y el miedo a lo desconocido, aunque esto último tenga la promesa casi certera de comenzar a crear una realidad más justa, equitativa y transparente. Llevamos 200 años soportando mandatarios corruptos  y opacos, que velan por sus propios intereses y a los que el pueblo llano poco o nada les importa.

Estoy triste, pero a la vez furioso por la ceguera crónica y terca del que no quiere ver, así las pruebas sean contundentes. La mano oculta del poder, que no el pueblo, ha hablado. Espero de corazón que algún día cese la horrible noche y que de estos tiempos no queden sino líneas olvidadas en los libros de texto, que además sirvan de recordatorio y advertencia sobre lo que puede pasar si no obramos con responsabilidad.

Por el momento, la frase que me sale del fondo del alma hacia aquellos colombianos que no confían en sí mismos y que creen que la continuidad de la violencia, la corrupción, las trampas, las mentiras y el lucro personal son lo único que merecen vivir es QUE SE JODAN. Las consecuencias de sus decisiones no tardarán en llegar. Espero que mediten sobre ellas, y sobre todo, que su comportamiento cambie en consecuencia, aunque lo sé: soñar no cuesta nada.

Tercos y encima tontos

Dicen que no hay peor ciego que el que no quiere ver. Esta afirmación, aunque muy trivial y usada en nuestros tiempos, adquiere una nueva dimensión cuando la vivimos de cerca, es decir, cuando hay situaciones que se repiten una y otra vez sin que podamos hacer nada para evitarlas.

En estos casos no valen argumentos de ningún tipo, ni la resistencia pasiva, ni las demostraciones irrefutables. El resultado siempre es el mismo: aquellas personas que no pueden (o no quieren, que es peor) ver una realidad evidente me resultan especialmente molestas. Si bien me gusta aplicar la compasión con aquellas situaciones que me resultan difíciles de entender, el lidiar con este tipo de casos es, hasta ahora, superior a mi. Me sigue molestando y enfureciendo la insistencia con que algunos quieren darle importancia (y obligar a otros a que lo vean de la misma manera) a momentos o ideas que son relevantes única y exclusivamente para ellos.

Si hablamos de ideas abstractas como la política, puedo llegar a entender la disparidad de criterios, ya que todo depende de la óptica y del grado de afectación o impacto que pueda tener una u otra propuesta en cada persona, pero cuando el tema pasa al terreno de lo familiar o personal, el aplicar la tolerancia infinita se hace muy difícil, ya que la única manera de que nos dejen en paz es haciendo lo que les parece correcto a estas personas, lo cual implica automáticamente (para ellos) que dejemos de pensar o hacer lo que nos parece correcto a quienes están tratando de forzar, perdón, convencer.

El ver otras realidades y trascender estados de conciencia primitivos siempre ha sido el leit motiv de la raza humana, y sinceramente me es muy complicado entender a quienes insisten en darse golpes una y otra vez con el mismo cristal como la mosca que, atraída por la luz y por un impulso irrefrenable que no sabe de donde viene, insiste en hacerse daño por no poder pararse a pensar si lo que está haciendo es bueno para su vida o no.

¿Saben que es lo peor? Qué algunos, diciendo ser tan evolucionados y desarrollados, tienen un pequeño cerebro de insecto que limita su universo conocido a una luz borrosa y a un cristal invisible. Si quieren matarse a golpes, me parece fantástico. Todo el mundo es libre de elegir, ¡pero que nos dejen tranquilos a los que hemos decidido abrir la puerta o la ventana para pasar al otro lado!