Esta tarde estuve almorzando en un centro comercial cercano y mientras comía, me llamó la atención una mujer joven que estaba sentada con una amiga en una mesa contígua. No era una persona común, ya que su rostro, facciones y color de piel eran diferentes a las del resto de las mujeres del lugar, así como su estatura, bastante mayor a la media del país. Comprobé que no era extranjera porque pude escuchar su acento al hablar con su acompañante. Sin embargo, el detalle que más me llamó la atención fue el tirante de su sujetador o brassier (que era claramente visible al llevar puesta una camisa de cuello amplio) que era dorado. Pensé en ese momento que hacia juego con su color de piel (bronceado o moreno) y reflexioné sobre los convencionalismos a los que nos vemos sujetos y sujetas todo el tiempo sin saber muy bien por qué. La presión social es una fuerza sutil pero altamente poderosa que modela nuestro comportamiento sin que apenas nos demos cuenta.
“Por qué más mujeres no llevan este tipo de prendas?”, me pregunté. Y no es una cuestión de moda ni mucho menos, sino de ciertos patrones que aceptan o no determinados colores, texturas y diseños según la ropa y las personas que los usan. Recordé a las yamanba o mujeres casi todas japonesas que tiñen su cabello de colores brillantes y su piel de tonos muy oscuros, asociadas (aunque no siempre) con la prostitución para comprar ropa y accesorios de lujo, e incluso una anécdota más cercana con una compañera universitaria que conocí hace años que me decía que su pareja no le permitía usar ropa interior negra (así a ella le gustara) “porque eso es lo que usan las putas”, según sus palabras. De donde sacó esa idea? No lo sabremos nunca. En Colombia hay una expresión popular que denomina a las mujeres que eligen escotes o faldas cortas cuando se visten. Se les denomina “mostronas”, por aquello de “mostrar más de la cuenta”, según algunos/as.
Los hombres tampoco nos salvamos. Un ejemplo es el comediante Primo Rojas, que prefiere para su vestuario las faldas y las blusas amplias de colores vivos, lo que le acarrea todo tipo de burlas, mofas y hasta ofensas cuando va por la calle. De cuando acá los hombres debemos usar pantalón y las mujeres falda? Que pasaría si decidimos cambiar y probar algo diferente? Hasta donde la sociedad nos lo permite y sobre todo, hasta cuando dejaremos la vergüenza de lado y evitaremos que el grupo dicte los patrones por los cuales nos debemos regir en todos los aspectos?
Para terminar, dejo aquí un documento visual que si bien puede parecer gracioso, ilustra perfectamente cómo nos vemos inmersos e inmersas en ciertas conductas sin querer o “por quedar bien con el grupo”…