Por estos días hay emoción en el ambiente electoral colombiano, y en general, en toda la gente de a pie que vive en esas tierras. Gracias a la decisión de la Corte Constitucional de impedir la modificación de la carta magna para permitir que el presidente Alvaro Uribe se presentara a un tercer periodo consecutivo, la carrera por llegar al Palacio de Nariño se animó de repente, ya que si Uribe se hubiese presentado, el resultado era previsible, dados sus altos niveles de aceptación y popularidad por parte de la población.
Sin embargo, ahora hay dos candidatos con posibilidades reales: Juan Manuel Santos, representante del oficialismo y continuismo uribista, y Antanas Mockus, cabeza visible de un triunvirato que fundó el Partido Verde.
El primero, ex-ministro de defensa de Uribe, proveniente de una familia altamente influyente, hasta hace poco propietaria de uno de los periódicos más leídos en el país, representa la política tradicional, el establecimiento y las viejas costumbres corruptas (sin decir con esto que el candidato lo sea) del clientelismo, los gamonales locales y el reparto de prebendas, particularidades estas que han caracterizado a la política colombiana por décadas. Sin embargo, cuenta con el efecto “arrastre” de su ex-jefe, debido a que la gente lo asocia con los logros y éxitos de la política de Seguridad Democrática, bandera en los 8 años de gobierno de Alvaro Uribe.
Mockus, por otra parte, es un académico que fue alcalde de Bogotá en dos ocasiones y rector de la Universidad Nacional, representa el hastío del pueblo que no tiene en la mayoría de las ocasiones ni voz ni voto en los asuntos de estado, que se cansó de la máxima que sostenía que “el fin justifica los medios” y que ha creído siempre que la educación es la llave para acabar con la intolerancia y crear un nuevo punto de vista en las personas, sin importar su condición social o ideales sociales o políticos.
El desenlace puede ser histórico en el país, acostumbrado a que unos pocos decidan quien será el mandatario y por cuanto tiempo estará en el poder, ya que por primera vez hay un movimiento de masas originado en el mismo pueblo, que no responde a los patrones electorales tradicionales. El uso de las redes sociales, el boca a boca y sobre todo, la sensación de vivir en una falacia monumental, mostrando logros militares de importancia relativa, mientras la situación social y de empleo se deteriora rápidamente, han hecho que el candidato verde haya pasado de ser una simple anécdota a estar empatado técnicamente en las encuestas con el representante del oficialismo.
Hay nerviosismo en la campaña de Santos. Se están moviendo millones de dólares para contrarrestar lo que se ha llamado la “Ola Verde”, contratando a asesores de probada eficacia (como en la campaña de Obama) y hasta personajes de dudosa reputación que no reparan en usar todo tipo de tácticas para desprestigiar al rival y conseguir la victoria a cualquier precio, lo cual indica que hay un “peligro” real de un cambio sustancial en las esferas de poder.
Ya es hora de un giro importante. El usar la fuerza durante ocho años para acabar con la guerrilla no dio los resultados esperados y por contra, exacerbó una cultura de la violencia que no ha dejado avanzar al país durante casi 50 años. La polarización en que está sumido el país no tiene precedentes. Habría que remontarse a la época de la violencia (a mediados del siglo 20) para observar comportamientos similares. Ojalá que en esta ocasión la historia no se repita para que podamos crecer y avanzar en una dirección alejada de la agresividad, la corrupción y el amiguismo que caracterizan a la sociedad colombiana.
Por primera vez en muchos años tenemos la posibilidad REAL de escoger entre dos propuestas diferenciadas. Por una parte, un modelo probado pero con grandes visos de agotamiento y por otra, la novedad con un enfoque completamente distinto para no abandonar a nadie por el camino como “bajas colaterales”. Un momento que, pase lo que pase, quedará registrado en la historia como el despertar colectivo de una sociedad agobiada por las luchas internas y la cultura de la informalidad y la ilegalidad.
No hay que tener miedo a lo desconocido, ni a aquello que pueda parecer “excéntrico”. Las mejores ideas normalmente vienen de quienes no pertenecen al sistema o que viven en él observándolo y cuestionándolo constructivamente, porque tienen una perspectiva mayor que hace que puedan analizar las situaciones en su conjunto y no como hechos aislados. El darnos la oportunidad de ver un punto de vista sustancialmente diferente podría ser la mejor cura contra la intolerancia que lastra al país desde tiempos inmemoriales.