Desde que estoy de vuelta, me he vuelto a encontrar con las paranoias típicas que hacen parte de la cotidianidad de la gente de este pintoresco pais: “no salgas de noche”, “no hables por el móvil en la calle”, “desconfía de todo el mundo”, “esa persona parece sospechosa”, etc. La lista es cada vez más larga, y parece que ya se asumió como verdad absoluta que todos y todas las personas que no pertenezcan al círculo más cercano de amigos, conocidos y familia, son criminales y asesinos en potencia dispuestos a todo por quitarnos la vida, la honra y los bienes.
Lo más curioso es que cuando menciono que la raíz del problema está en todos y todas las personas que dicen sentirse “inseguras” o “amenazadas”, los gestos se tuercen, los ojos miran al cielo y las frases como “es que esto no es Europa” o “aquí las cosas son así” abundan y se dirigen a mi como dardos a ver si logran hacerme entrar en razón y sacarme de ese mundo de fantasía en el que creo que se puede vivir si todos y todas ponemos un poco de nuestra parte.
¿A qué me refiero con la raíz del problema? Es muy sencillo. Pongamos un ejemplo simple: los móviles o celulares. La gran mayoría de la gente dice que el 90% de las muertes violentas son causadas por el intento de robarle el teléfono a las personas. Así que hay que tomar todo tipo de precauciones para evitar que esto suceda: esconderlo, no tenerlo, no usar auriculares que nos “delaten”, no hablar por teléfono en la calle, etc. En una frase: “ir por la vida asustado todo el tiempo”. Sin embargo, la pregunta fundamental es: por qué hay tanto interés en estos aparatos? Fácil: por su elevado precio y sobre todo, por el floreciente mercado negro que se nutre de quienes dicen sentirse amenazados/as e inseguros/as. Estos elementos son los que van a comprar lo robado porque es “más barato”, para poder presumir ante sus amigos/as de tener la última tecnología, pagando poco, porque “eso es lo que hacen los inteligentes”.
Estupidez total. Compras robado y te arriesgas a que te maten por quitarte lo que ya le han robado a otro/a. Increíble pero cierto. ¿Qué pasaría si los vendedores de terminales robados no tienen clientes? Básicamente, que se quedan sin negocio. Y si se quedan sin negocio, no hay necesidad de robar, porque NADIE comprará algo que le traerá problemas. ¿Obvio, verdad?
Pues no: “Yo quiero tener el último modelo de teléfono/tablet/artilugio tecnológico sin pagar esos precios abusivos que cobran”. Esnobismo e ignorancia puras. Si no tienes dinero para permitírtelo, no lo compres. El efecto que causa el comprar robado es inmenso y de impredecibles consecuencias.
Esta situación se extrapola a cualquier tipo de bienes: automóviles y sus accesorios, casas y sus pertenencias, joyas y en general, cualquier objeto que sea susceptible de ser comprado o vendido. Sin embargo, la inercia puede más y se sigue comerciando con la muerte, literalmente, pensando alegremente en lo sagaces e inteligentes que somos por haber conseguido algo “más barato” o “por no haberle pagado tanto a esa multinacional que ya nada en dinero”.
Al final, esta sólo es la punta del iceberg. Mientras se siga tratando a los demás midiéndolos simplemente por cuanto dinero tienen en el bolsillo o en el banco, por su color de piel, por haber nacido en determinadas circunstancias o simplemente, porque son “inferiores” (ni idea por qué), las cosas no tienen pinta de mejorar, y el mundo seguirá funcionando al revés, es decir, una minoría controlando o amedrentando a una mayoría, que se seguirá disculpando con la manida frase de “pero qué puedo hacer yo como persona? Nada!”…