El otro día comentaba con una persona conocida que me gustaría mucho que la crisis financiera explotara de una vez por todas, no por ningún afán efectista o demagogo, sino porque tengo curiosidad por saber que pasaría después, sobre los efectos que la caída del sistema bajo el que hemos vivido durante tantos años ocasionaría en la vida cotidiana de las personas de a pie.
Por una parte, la incertidumbre de no saber exactamente cómo proceder en caso de la desaparición de los intermediarios financieros genera una incomodidad bastante grande, ya que hoy por hoy es muy poca la gente que se imagina la vida sin bancos o dinero físico. ¿De donde provendrían los recursos para financiar empresas o el consumo? ¿Cómo valoraríamos la cantidad de una mercancía para obtener otra? El trueque, si bien suena bastante atractivo, es, en términos prácticos, un sistema bastante engorroso.
Pero por otra, tengo una gran curiosidad de saber cual será el desenlace y el principio de otra etapa, de esas que se han repetido muchas veces en la historia, pero que por ignorancia o simple “comodidad” nos negamos a recordar, estudiar y sobre todo, tener en cuenta. No es la primera vez que el planeta afronta una crisis de estas proporciones, ni es esta la ocasión en que los supuestos “líderes” (nótense las comillas) se muestran totalmente incapaces para responder o actuar en consecuencia. Lo que si constituye una diferencia importante es el mayor flujo de información a disposición del ciudadano y ciudadana comunes y corrientes, que permiten a la vez tener más elementos de juicio y confundirse o perderse.
Y por último, creo firmemente que un factor determinante es la respuesta ciudadana ante los cambios que están ocurriendo. Si en situaciones similares anteriores, la gente asistía impotente ante los ires y venires de sus reyes o dirigentes, en este momento el poder popular está más fuerte que nunca, aunque también nos hayamos instalado en la comodidad de lo personal e individual, comprando la idea que nos han ido instilando lenta pero seguramente durante décadas: que el individuo como tal es incapaz de generar un cambio significativo en el conjunto de la sociedad, y ahogado en las redes del consumo como supuesta respuesta a nuestras inquietudes personales y espirituales.
¿Qué hacer? Lo dije antes y lo reitero ahora: parar el consumo compulsivo, aprovechar al máximo los recursos de los que disponemos y sobre todo, ejercer una mirada crítica sobre los fenómenos sociales y económicos que estamos viviendo, sin dejarnos asustar o influir por las noticias malintencionadas de casi todos los medios de comunicación. Hay que ser, hoy más que nunca, plenamente conscientes de nuestra propia realidad y papel en la sociedad, para actuar en consecuencia.