Pequeños Grandes Problemas

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Imagen tomada de www.grandtourlombardia.it (Pittore Archives)

 

Es curioso ver que la vida es una interminable sucesión de situaciones, a las que nuestra mente y condicionamientos dan “tamaño” e “importancia” y que proporcionalmente, tienen la capacidad de influir sobre nuestro estado de ánimo y percepción del mundo que nos rodea.

Si nos fijamos bien, estamos inmersos en una cadena de acontecimientos relacionados unos con otros (así no nos lo parezca), de formas, colores y sabores diversos, que nos hacen subir y bajar una montaña rusa emocional que no tiene principio ni final. Es cierto que somos capaces, hasta cierto punto, de “manejar” o “dominar” estos cambios, según el entrenamiento o las experiencias que hayamos tenido, aunque lo cierto es que la famosa paz interior de la que tanto se habla no termina de llegar. De alguna manera creemos que el estado de equilibrio perfecto es la ausencia de situaciones que nos estresen o preocupen, y lo que vemos a medida que avanzamos en la vida, es que la verdadera solución o el enfoque más sano es aprender a navegar con el mar que haya en cada momento.

La conclusión a la que voy llegando, así me cueste aceptarla desde mi mente racional y “cuadriculada” es precisamente que la única zona del mar de la existencia donde hay un estado casi perpetuo de calma es en las profundidades. En la superficie siempre habrá olas sometidas a la acción de los elementos, haciendo su navegación y conocimiento algo muy complejo. Cómo gestionarlas? Eso depende de cada uno de nosotros. Podemos darle más o menos importancia y sobre todo, decidir si actuamos o no, si les prestamos atención o no. Lo único constante es que estas situaciones se seguirán repitiendo ad-nauseam hasta el último día. Así que o disfrutamos del paseo o sufriremos de mareo todo el tiempo gracias a un mar embravecido e impredecible que definitivamente no podemos controlar, sino sólo transitar.

La lógica de las olas

Si bien es cierto que muchas veces se nos ha repetido que la vida es una sucesión de acontecimientos muy similares a las olas del mar, que vienen y van, que llegan en ocasiones con fuerza arrasadora y en otras con tranquilidad y mansedumbre, una cosa es oírlo y otra muy distinta, aplicarlo a la vida diaria.

Fue precisamente lo que me pasó hace poco. Mi mejor amigo y su esposa me regalaron una estancia en un lugar maravilloso de la costa colombiana, donde lo único que hay que hacer es desconectar y dejarse atender, como decimos por aquí. A eso me dediqué durante el tiempo que estuve allí.

Teníamos a nuestra disposición una playa virgen, alejada del mundanal ruido, donde el mar llegaba con bastante fuerza, sin embargo, no con la suficiente como para disuadirme del chapuzón energético respectivo. En una de esas ocasiones, al sumergirme y flotar un rato dejándome llevar por la corriente, quise salir del agua, pero la violencia de las olas no me lo permitía. Cada vez que quería incorporarme, el voluntarioso Caribe se abalanzaba sobre mi como diciéndome “todavía no, o al menos, no de esta forma”. Lo intenté varias veces, todas sin éxito.

En un momento dado, mi cerebro dio un vuelco de 180 grados de manera fugaz y simplemente opté por lo que la lógica indicaba que no era lo más adecuado: en lugar de tratar de salir, me fui de lleno contra las olas, de cabeza contra la masa líquida. Sin pensar.

¿El resultado? En unos segundos estaba fuera del agua. Curiosamente donde estaba nadando, había una franja de pequeñas piedrecillas que lastimaban los pies al entrar y salir del mar. Sin embargo, con la maniobra aparentemente estúpida, floté sobre las piedras y me vi sentado en la arena oscura de la playa sin apenas esfuerzo.

Después de esto, y mientras el sol me calentaba al caminar hacia una tumbona cercana, pensé en lo mucho que se parece esta experiencia a mi vida diaria: luchando y luchando, haciendo lo que aparentemente es lo correcto / necesario / adecuado, para simplemente estrellarme una y otra vez, frustrándome y enfureciéndome en el proceso. La naturaleza, de manera un poco brusca, todo hay que decirlo, me mostró que lo mejor es dejar fluir la vida y así nos parezca totalmente ilógico e irracional, el camino nos llevará donde debemos o más nos conviene estar.

Sobra decir que volveré a seguir aprendiendo…