La reflexión en estas épocas convulsas (aunque pensándolo bien, cuales no lo han sido?) se reduce a casi una única cosa en realidad: nos hemos acostumbrado a vivir en un oceano de datos, lo cual es muy diferente a la información y a la sabiduría derivada del análisis juicioso de los mismos, y creemos a pies juntillas todas y cada una de las supuestas “verdades” que los que controlan la audiencia (más no los datos o la información, detalle importante) nos transmiten de manera “gratuita y generosa”, por el irrisorio valor de un “Me gusta” o el difundir inocentemente el contenido entre nuestros amigos y conocidos.
Creemos lo que se nos pone en frente sin ejercer en absoluto el sentido crítico, o el cuestionar si lo que consumimos es cierto o no y más importante, si el efecto que está teniendo en nuestro cerebro y mente va más allá de lo que podemos percibir de manera inmediata. “Pero si es para distraerme”, “No les hago mucho caso”, “No estoy pegado/a al teléfono / computador / tableta todo el tiempo”, “Hay algunas cosas que si son valiosas”, entre otras, son las excusas que se aducen al preguntar cual es el interés por tantos datos inconexos que lo que hacen en última instancia es desconectar la capacidad analítica y destruir de manera sutil la habilidad de razonar sin que nos percatemos.
Por supuesto, el demonizar el medio es una salida fácil y ramplona al problema (similar a la anécdota del marido que descubre que su esposa le es infiel en el sofá y procede a venderlo). La información disponible en los distintos canales de internet, televisión y radio puede resultar valiosa si sabemos exactamente lo que buscamos o necesitamos. Si no, otra vez volvemos a caer en el viejo hábito de sentarnos frente al televisor (en este caso sustituido por el dispositivo de moda) y “ver que hay”. Sujetos al bombardeo constante de datos, la inmensa mayoría irrelevantes y hasta nocivos, vamos cayendo lentamente en la pereza, la desidia, la polarización y el juicio, sin saber muy bien de donde han salido las razones de tal o cual comportamiento.
La naturaleza es sabia y muy eficiente, por ello, de vez en cuando hay que sacar las narices de la virtualidad y observar nuestro alrededor para darnos cuenta que la mayoría de los problemas que decimos que nos aquejan han sido creados por nuestra propia irresponsabilidad, o como decían las abuelas, por no ver lo que tenemos delante.
Por más seductor que resulte el mundo virtual (y si me apuran un poco, los libros y cualquier tipo de contenido o manifestación cultura o de comunicación que describa lo real en un momento determinado del tiempo), si insistimos en ignorar lo que ocurre, los efectos tarde o temprano nos alcanzan y normalmente sus consecuencias se manifiestan de manera desagradable, por querer “ajustar” lo que pasa a las falsas expectativas creadas gracias al exceso de datos que la sociedad actual nos invita (obliga) a “aprovechar”.
Y qué hacer entonces? Preguntan todos al unísono, como una muestra contundente de la cultura prescriptiva que los comportamientos descritos han ido creando (alguien que nos diga lo que debemos pensar / hacer / decir / preferir, etc). Es simple: la vida sigue a pesar de nuestros repetidos e infructuosos efectos por ignorarla, así que el prestarle atención con dedicación e interés puede ser una vía para recuperar esas facultades tan necesarias que hemos ido atrofiando voluntariamente. El ponernos atención y darnos cuenta de los patrones que repetimos es también una buena manera de aprender de ellos y en dado caso, de encontrar la salida a aquellos hábitos indeseables. Y si, requiere esfuerzo, energía y tiempo, disponibles los tres si dejamos de prestar nuestra valiosa atención a lo que no debemos…