En estos tiempos inciertos (aunque, si lo pensamos con algo de atención, hemos tenido tiempos de certidumbre alguna vez?), es bueno recordar la verdadera dimensión de la realidad en la que vivimos, sin entrar en pánicos o paranoias innecesarias. En su libro “Figuring”, Maria Popova explora, una vez más, el concepto de la mortalidad y el poner las cosas en su sitio, por decirlo de alguna forma. Disfruten!
Meanwhile, someplace in the world, somebody is making love and another a poem. Elsewhere in the universe, a star manyfold the mass of our third-rate sun is living out its final moments in a wild spin before collapsing into a black hole, its exhale bending spacetime itself into a well of nothingness that can swallow every atom that ever touched us and every datum we ever produced, every poem and statue and symphony we’ve ever known — an entropic spectacle insentient to questions of blame and mercy, devoid of why.
In four billion years, our own star will follow its fate, collapsing into a white dwarf. We exist only by chance, after all. The Voyager will still be sailing into the interstellar shorelessness on the wings of the “heavenly breezes” Kepler had once imagined, carrying Beethoven on a golden disc crafted by a symphonic civilization that long ago made love and war and mathematics on a distant blue dot.
But until that day comes, nothing once created ever fully leaves us. Seeds are planted and come abloom generations, centuries, civilizations later, migrating across coteries and countries and continents. Meanwhile, people live and people die — in peace as war rages on, in poverty and disrepute as latent fame awaits, with much that never meets its more, in shipwrecked love.
I will die.
You will die.
The atoms that huddled for a cosmic blink around the shadow of a self will return to the seas that made us.
What will survive of us are shoreless seeds and stardust.
Mientras tanto, en algún lugar del mundo, alguien está haciendo el amor y alguien más escribe un poema. En otras partes del universo, una estrella de varias veces la masa de nuestro sol de tercera categoría está viviendo sus momentos finales en un giro salvaje antes de colapsar en un agujero negro, su exhalación dobla el espacio-tiempo en un pozo de la nada que puede tragar cada átomo que jamás haya existido y que nos haya tocado y cada dato que produjimos, cada poema, estatua y sinfonía que hemos conocido, un espectáculo entrópico insensible a las preguntas de culpa y misericordia, sin un por qué.En cuatro mil millones de años, nuestra propia estrella seguirá su destino, colapsándose en una enana blanca. Existimos solo por casualidad, después de todo. El Voyager seguirá navegando hacia la vacío interestelar en las alas de las “brisas celestiales” que Kepler había imaginado alguna vez, llevando a Beethoven en un disco dorado creado por una civilización sinfónica que hace mucho tiempo hizo el amor, la guerra y las matemáticas en un distante punto azul.
Pero hasta que llegue ese día, nada de lo que alguna vez fue creado nos deja completamente. Las semillas se plantan y florecen generaciones, siglos o civilizaciones más tarde, migrando a través de camarillas, países y continentes. Mientras tanto, la gente vive y muere, en paz mientras la guerra continúa, en la pobreza y el descrédito mientras la fama latente espera, con muchas cosas que nunca encuentran su más, en el amor naufragado.
Yo Moriré.
Tu Morirás.
Los átomos que se acurrucaron para un parpadeo cósmico alrededor de la sombra de un ser volverán a los mares de donde surgimos.
Lo que sobrevivirá de nosotros son semillas sin tierra y polvo de estrellas.