Últimamente estoy llegando a (y quedándome con) la conclusión acerca de la cantidad infinita de “ideales”, creencias, “principios fundamentales” o como quieran llamarlos, que hacen que la vida, en lugar de disfrutarse, se vuelva una maraña de estupideces inconexas que no hacen más que entorpecer el ritmo natural de las cosas.
Todos los “ismos”, los famosos “modelos a seguir”, y si me apuran, voy un poco más a lo concreto: las dietas de moda, los viajes que hay que hacer, los libros que hay que leer, los objetos que hay que adquirir / tener / coleccionar, los sitios que hay que visitar, las conductas a adoptar, las cortesías imprescindibles que debemos conocer y aplicar para evitar la agresión innata que nos causa esta sociedad tóxica, enferma y descoyuntada, el “edulcoramiento” (extremo y repugnante) al que recurrimos para no decir que no, que no queremos, que no nos gusta, que no nos apetece o que simplemente no nos importa algo o alguien, los chismes sin fin (que existen porque de lo contrario, cuales serían los temas de conversación con casi todo el mundo?), las series que hay que ver, la música que hay que oir (porque ya ni siquiera escuchamos)…
Donde quedó la simple atención para decidir prestarle atención a la vida tal como es? Por qué tenemos tanto miedo a ver pasar la existencia como va ocurriendo, sin filtros ni florituras?
Me sorprende la asombrosa cantidad de excusas y motivos inventados sobre unas supuestas obligaciones que existen, casi todas producto de algún trauma o compromiso originado en el miedo, y que se defienden a capa y espada, con riesgo real de ocurrencia de agresiones fatales, que hacen terminar amistades legendarias o que, aún más triste y patético, se eviten temas con quienes supuestamente consideramos cercanos, para conservar un frágil equilibrio (que en muchas ocasiones ni siquiera vale la pena), y ver que siguen ocupando la mayor parte del tiempo de las personas y que evitan, con todo éxito, que ocurra la vida (así tal cual): dormir, comer, relacionarse con los demás de manera sana, descansar, la contemplación, etc.
La artificialidad ha invadido y reemplazado, con la anuencia y el beneplácito del público en general, la vía natural, esa que hacía que por la simple condición de existir como seres humanos, conviviéramos en armonía y existiéramos sin prisas, satisfaciendo las necesidades básicas que son las únicas que importan y aportan.
El ocuparse de algo o alguien, argumentando que “somos imprescindibles y que sabemos lo que se necesita”, es señal segura e inequívoca de miedo al enfrentamiento y sobre todo, de una existencia en la que la auto-reflexión y observación brillan por su ausencia.
Y ni hablar de la acumulación compulsiva de conocimientos, esa adicción tal bien vista y tan perjudicial al mismo tiempo. Para no extenderme más, sólo dejo esta pregunta aquí: Qué de todo eso que supuestamente se ha “aprendido” ha servido para vivir de manera más sosegada y natural? (No, no es necesario responder de inmediato, ya que es prácticamente imposible…)
Aquí no se trata de dar formulas mágicas o recetas magistrales “para todo el mundo”, porque parece ser que lo que está en boga es la “pereza mental”, o lo que es lo mismo, dejar que otros decidan por mí para no contrariar a nadie, así esté viendo que mi vida se cae a pedazos (en lo físico, mental, emocional, laboral, etc.)
Como lo he comentado en otras ocasiones, la cuenta de cobro de nuestros excesos o ignorancias vendrá tarde o temprano y queramos o no habrá que saldarla, tengamos o no fondos para hacerlo…
Por último, el concepto de libertad, tan prostituido y manoseado últimamente, es precisamente el obrar de acuerdo a los principios naturales y tener la invaluable capacidad de elegir y mandar a la mierda a aquello y aquellos que contravengan nuestra naturaleza primigenia. Y para quienes alegan que esto es volver a la animalidad, amablemente les recuerdo que los animales carecen, para su gran fortuna y tranquilidad, de conciencia sobre la muerte, ese evento que nos han enseñado a ver como el peor de los castigos, el final del tiempo y otros sinsentidos, y que ha hecho que vivamos presos de una interminable y ridícula paranoia, haciendo disparates como los mencionados arriba, e impidiéndo que veamos lo que tenemos delante de las narices todo el tiempo: la existencia, así de simple.