Más de lo mismo

Hace un rato estuve leyendo las “excelentes” noticias de los resultados de la tan publicitada cumbre del G-20. Resulta que, no contentos con lo que está pasando, quieren regular aún más el sistema bancario para eliminar toda posibilidad de reacción o disentimiento y supuestamente “aprender de los errores”, esto es, en mi opinión, atar los cabos que todavía estaban sueltos para que el sistema siga haciendo más ricos a los que ya lo son y mucho más pobres a aquellos que no han podido acceder a las altas esferas del poder.

Se habló de fortalecer el FMI y el Banco Mundial, dos entidades claramente criticadas por expertos como Joseph Stiglitz, por causar niveles de desigualdad y pobreza nunca antes conocidos en los países en desarrollo, al imponerles condiciones draconianas e injustas para recibir préstamos que hipotecan su desarrollo y bienestar por generaciones enteras. Es decir, seguimos fortaleciendo las ideas de “el que no es rico, es porque no ha sido elegido”, mientras que millones mueren de hambre, mientras los recursos naturales son expoliados para satisfacer la voracidad sin fin de los mal llamados países desarrollados.

No contentos con ejercer un control sesgado y sectario a nivel nacional, se creará un Consejo Regulador a nivel mundial para “vigilar la transparencia y calidad de las operaciones”, léase defender los intereses de los que manejan grandes cantidades de capital, sin tener en cuenta que el clamor popular ya pide un cambio radical en la concepción básica de un sistema financiero que ha demostrado ser inútil e inflexible para adaptarse a las condiciones cambiantes del mercado. Cada vez hay más gente que no puede cumplir sus obligaciones, no tanto porque no sepan medir su capacidad de endeudamiento, sino porque los bancos y entidades de crédito los hechizan con sus cantos de sirena para endilgarles préstamos baratos a plazos larguísimos que no saben si podrán pagar, esclavizando no solo a quien los obtiene, sino a sus hijos, padres y aquellos que hayan tenido la mala fortuna de servirles de fiadores, gracias a la cultura del consumo irresponsable y desenfrenado que está de moda en estos tiempos.

Es curioso ver como Japón ha donado 100.000 millones de dólares para fortalecer estas entidades, en un gesto de “generosidad”, que visto con lupa, tiene una poderosa razón detrás: su economía está inundada de yenes que han regresado al país al dejar de ser rentable el esquema de “carry cash”, es decir, sacar dinero prestado en economías con muy bajos intereses (Japón) para prestarlos en aquellas con tipos más altos (Europa o Estados Unidos) y obtener ganancias de la nada. Al dejar de funcionar “el negocio” por haber bajado las tasas en los mercados objetivo a cifras similares a las del país prestamista, los créditos se han cancelado, volviendo el capital a su país de origen, ocasionando con esto una subida desorbitada del yen, gracias a un nivel muy alto de liquidez, lo que ha encarecido las exportaciones, vitales para un país que vive de ellas, hasta el punto de ocasionar despidos en una economía tan paternalista como la japonesa, cosa nunca vista hasta hoy, ya que las empresas preferían cerrar a dejar gente sin trabajo.

Se ve claramente que nadie da puntada sin dedal, pero mientras se salvan los bancos y la “credibilidad de las instituciones”, millones siguen malviviendo y continentes enteros continúan debatiendose entre la pobreza, la corrupción, el analfabetismo y el hambre, o sin ir mas lejos, no pudiendo tener acceso a una casa o llegar a fin de mes con tranquilidad, sin que nadie haga nada por ellos. Sigo pensando que el sistema está condenado, y que estas medidas simplemente están alargando la vida de un moribundo que muchos quieren que pase a mejor vida ya mismo.

La pregunta correcta

Ayer vi una película que me andaba “rondando” desde hacía tiempo, pero que por una u otra cosa, la había ido aplazando. Sin embargo, entendí, cuando por fin pude verla, cual era la razón de no haberla visto antes… Estoy hablando de “The hitchhiker´s guide to the Galaxy” o “La guía del autoestopista galáctico”, que está basada en un libro del mismo nombre escrito por Douglas Adams.

No voy a contar detalles de la película, porque lo mejor es sacar dos horas y disfrutarla. De lo que si voy a hablar es de los mensajes que pude entender o extraer. Aparte de una historia algo disparatada y en ocasiones aparentemente sin sentido, hay ciertos apartes que son realmente reveladores para el que los sepa entender. Cosas como la escena en que los protagonistas comienzan a pensar y surgen una especie de matamoscas gigantes del suelo y les golpean cada vez que tienen una idea (no cuestiones al sistema, solo vive según las reglas), o el pez babel (ese que permite entender cualquier lengua, una especie de interfaz universal con el mundo), aunque lo más impactante es el super computador al que le formulan una pregunta para que explique el mundo, la razón de la vida. Lo mejor es la respuesta: “42” dice, sin que nadie entienda qué significa.

En las últimas semanas aprendí que las respuestas a todas nuestras preguntas están listas, pero lo que pasa es que nunca sabemos formular la pregunta correcta, esa que contiene toda la información necesaria para obtener una respuesta clara, directa y sin posibilidad de duda. Somos muy generalistas, queremos resolverlo todo de golpe, sin darnos cuenta de los innumerables matices que rodean, como dirían los budistas, a todos los seres sensibles.

No basta pedir dinero, salud, pareja o lo que sea. Es importante saber por qué y para qué se piden. Por otro lado, por estar pensando siempre en escasez, nunca nos acordamos de agradecer por todo lo que tenemos y hemos recibido o vivido, es decir, sabernos en abundancia, por más necesidades que tengamos. Como decía mi padre: “no es más rico aquel que más tiene, sino el que menos necesita”.

Todos somos capaces de modificar la realidad a nuestro acomodo si sabemos cómo pedirlo y sobre todo, agradeciendo de corazón lo que ocurra. Es una forma de realimentar el sistema: si pasa, agradecemos para que lo que nos rodea “acuse recibo” y sea más fácil recorrer este camino de nuevo en la siguiente ocasión. Podemos entrenarnos para obtener lo que queramos, si sabemos formular la petición y esperar la respuesta sin prisas o agobios. El secreto está en preguntar adecuadamente…

Gone Fishin´

Llevo una buena temporada sin escribir. Sin embargo, han pasado muchas y variadas cosas en mi vida en estas semanas. He viajado bastante y conocido gente que nunca imaginé que se cruzaría en mi camino. Las experiencias positivas y las coincidencias se abrieron paso y me llenaron de sabiduría, momentos inolvidables y alegrías.

Algo que me llamó particularmente la atención fue una frase que surgió en una conversación con mi amigo Eric, un alemán especial que está viajando por el mundo para encontrar su nuevo hogar. Me contó que, al vivir en Sudáfrica, había aprendido miles de cosas que no le ocurrirían en su Alemania natal, bastante acartonada y rígida para su gusto, en toda su vida. Volviendo a la frase, me cuenta que en Sudáfrica es posible encontrarse con un letrero que dice “Gone Fishin´” en casi cualquier circunstancia y lugar. Esto puede significar que la persona puede volver en cuestión de 5 minutos o 5 días, por poner un ejemplo.

Después de reírme de buena gana, pensé en todo lo que hay detrás de esta frase aparentemente tan sencilla. Vivimos cada vez más rápido, sin saber muchas veces (o casi siempre) a donde vamos. Y a aquel que trata de salirse de este ritmo frenético lo tachamos de improductivo, vago, parásito o cualquier cosa similar o peor. A veces el cuerpo nos pide parar, descansar, relajarnos, desconectar, pero asociamos esto con pereza o cualquier adjetivo calificativo malo que se nos ocurra. No nos hacemos caso, hasta que de pronto, nuestro ser dice basta y caemos enfermos o peor, morimos.

Esta frase encierra mucha sabiduría. Es el poder sentir de verdad, no solamente fingir o esperar a que ocurra un incidente o evento tremendamente impresionante para que se activen todos nuestros mecanismos. Es vivir conectados, experimentando lo que hay alrededor, en comunión con el todo. Es salir de la alarma, ir al ritmo del planeta, a nuestro propio paso, sin esperar o quedarnos atrás.

Creo que todos deberíamos “irnos de pesca” más seguido…

Saturación

Llegan ocasiones en la vida en que la mente no puede más. Lo conocido comienza a hacerse insoportable. Y no hablo de la rutina, sino del entorno en general. Aquello que en el pasado nos proporcionaba placer se convierte en un patético objeto que estorba e incomoda. Si bien es cierto que es posible comenzar de nuevo en la mayoría de las ocasiones, el peso de los años y de la mal llamada experiencia vital hacen que el cambio y dejar la inercia sean cada vez objetivos más complicados. Las distracciones no alcanzan a ser un consuelo para la existencia, sino que se ven como puntos en los que posamos la vista durante un momento, para tratar de desviar la atención de esa insoportable experiencia.

Lo paradójico es que el acumular, eso que supuestamente nos da seguridad y confianza, se convierte en un lastre muy pesado a la hora de buscar nuevos rumbos. Y esa cárcel que creamos en el exterior e interior de nuestro ser nos impide respirar nuevos aires. Nos cuesta soltar, dejar, seguir el flujo. Tememos a lo desconocido. Nos arrinconamos en eso que consideramos estable. Vana ilusión. Lo único permanente es el cambio.

Pronto me embarcaré en una nueva etapa de conocimiento personal. Debo confesar que tengo algo de aprensión. El bucear en las profundidades de uno mismo puede ser una experiencia aterradora. Y como decía el gran maestro, encontraré sólo lo que llevo conmigo. No sé si alegrarme o asustarme…

7 días sin pantallas (II)

El experimento finalizó un poco abruptamente. En realidad, la desconexión total duró sólo un par de días, por varias razones. No me quiero justificar ni mucho menos, pero el saber que tenemos la posibilidad de resolver un problema pasando unos minutos u horas frente a una pantalla, hace que los otros métodos parezcan arcaicos e inconvenientes.

Por otra parte, deshacerse de la inercia después de tanto tiempo es más difícil de lo que creía. Si bien es cierto que ahora paso muchas menos horas conectado, y mis amigos me lo dicen, todavía me cuesta no saber que está pasando “ahí fuera”. Lo que si he conseguido es permanecer aislado del bombardeo de noticias por radio, televisión y periódicos o revistas, (algo así como repetir esta experiencia, aunque con carácter indefinido) tanto online como offline, desde que comenzó el año, y la verdad, me he sentido más tranquilo sin que me estén recordando constantemente que el mundo llega a su fin por la tan cacareada crisis económica, o porque el clima esté haciendo cosas muy en línea con lo que estamos haciendo todos con el planeta.

Es posible vivir asincrónicamente en este sentido, pero también hay que entender que la información se convierte en una adicción complicada de manejar, porque la asocio (asociamos) con el poder, con el que “no me cojan desprevenido”, con el “pude hacerlo más rápido / barato o mejor por saber…”. La cultura del “no error” en la que nos hayamos casi que impide tener ratos de solaz, alejados de todo tipo de tecnología.

De todas formas, no creo en los extremos, y si algo aprendí con esta experiencia, es que si quiero limitar o eliminar algún factor de mi vida con el que no quiera contar más, lo mejor es ir gradualmente, en especial si se trata de un hábito ya viejo y hábil como es la dependencia de la información. Y, para terminar, el vivir aislado para darle la espalda a los problemas que nos acechan me recuerda peligrosamente al avestruz que esconde su cabeza en un agujero con la esperanza de que el peligro pase por encima sin darse cuenta…

7 dias sin pantallas

A partir de mañana comenzaré un nuevo experimento del proyecto que expliqué a principio de año. Voy a reducir a cero mi contacto con las pantallas durante 7 días. Esto incluye ordenador, televisión, consolas de juegos y aplicaciones o acceso a internet a través del teléfono móvil (exceptuando el hacer o recibir llamadas). Evidentemente, tampoco accederé al correo, chat ni ningún servicio online, sea fuera o dentro de mi casa. Mi objetivo es observar si mi grado de ansiedad aumenta o disminuye al eliminar estos estímulos, dedicando todo ese tiempo a actividades alternativas como la lectura, el ejercicio físico, el descanso o lo que es propio del mantenimiento de una casa (limpiar, cocinar, etc.), así como si mi nivel de energía vital sufre algún cambio, para mejor o peor.

Podré escuchar música en mi iPod, (pero no veré vídeos ni películas en él) CDs, o radio. Tendré cuidado de no exponerme a noticias, sean visuales, en audio o escritas, tal y como vengo haciendo desde comienzos de este mes.

Tal vez algunos lo habrán notado, pero para los que no, esta página ha sufrido cambios importantes dentro del proceso del que hablé antes. Por ello, he reducido el contenido a lo mínimo necesario. Como parte de este ejercicio, he eliminado la posibilidad de dejar o leer los comentarios. Sin embargo, nada de lo hasta ahora escrito ha sido borrado, porque muchas de las opiniones aquí plasmadas por quienes se toman el tiempo para leer lo que escribo son importantes y enriquecedoras. Para aquellos que de todas formas quieran contactar conmigo, pueden hacerlo usando la dirección webmaster arroba elpuntofijo punto com.

Obama y la (des)esperanza

Hace un rato que terminé de ver la ceremonia y posteriores actos de la investidura de Barack Obama como presidente de los EEUU, y no quería irme a dormir sin antes plasmar mis impresiones, no tanto sobre el hecho en sí, sino más bien sobre mis propios sentimientos hacia lo que ocurrió hoy.

Por todas partes se habla de que su investidura es un acontecimiento histórico, una victoria de los derechos civiles, el primer presidente afroamericano en una nación con profundas heridas racistas y de segregación. Y a pesar de su discurso sobrio, centrado y realista, hoy no sentí nada especial. Simplemente observé con algo de curiosidad y mucho, mucho miedo la ceremonia. Temía que le pasara algo, que alguien le hiciera daño, que los sueños de millones de personas se vieran destrozados en un momento, como ha venido pasando una y otra vez en la historia reciente. Vinieron a mi cabeza las imágenes de otro líder que cayó abatido hace casi 20 años por las balas del narcotráfico, la corrupción y la intolerancia cuando su victoria era más que previsible.

Me asusté. El ver esa reacción anodina y gris, de sobra contrastada por los gritos y las expresiones de felicidad y esperanza de quienes presenciaron el acontecimiento en el gigantesco Mall de Washington, me sobresaltó. Tal vez ya no creo en que alguien o algo sea capaz de cambiar el rumbo que llevamos, tal vez siento que hemos alcanzado un punto de no retorno, que las consecuencias son irreversibles, que la buena voluntad no basta, que los mediocres y tontos han ganado la partida, que el miedo nos tiene atenazados y que, como decía Dante, debamos abandonar toda esperanza…

Me aterroriza haber perdido la fe, el haber renunciado a creer que el cambio es posible, pero creo que no soy el único, y esto no es una excusa. La sociopatía se convierte en ocasiones en un refugio cálido y seguro ante las continuas agresiones a las que el mundo somete a sus habitantes, o mejor dicho, a las que la sociedad que hemos creado y que nos ha sobrepasado, nos obliga a vivir y muchas veces, a aceptar o tolerar sin más opciones.

Sin embargo, hoy recordé, una vez más, que el trabajo duro casi siempre tiene recompensa, que el entregarse a una causa justa es gratificante, aunque los resultados demuestren lo contrario a la vista de muchos. Lo importante es hacer algo en lo que uno crea, y caminar en esa dirección. De esta manera las adversidades y los críticos que aparezcan no serán más que acicates para seguir adelante.

Viene una etapa de cambios importantes, donde muchos paradigmas van a desaparecer para darle paso a unos nuevos que posiblemente nos atemoricen, porque nunca los hemos vivido. Muchos sufrirán, otros no verán esta nueva etapa, y otros más se adaptarán y triunfarán en la nueva realidad. Lo único que espero es que sea más justa, equitativa, pausada, reflexiva y sobre todo, diferente a la que tenemos hoy. Como dice mi amigo Jaime: “Nos la merecemos”. Ya es hora.

Por último, al presidente Obama le deseo salud, buen criterio, voluntad de trabajo y pulso firme ante las decisiones dificiles e impopulares, que estoy seguro serán muchas durante su gobierno.