Hace un rato que terminé de ver la ceremonia y posteriores actos de la investidura de Barack Obama como presidente de los EEUU, y no quería irme a dormir sin antes plasmar mis impresiones, no tanto sobre el hecho en sí, sino más bien sobre mis propios sentimientos hacia lo que ocurrió hoy.
Por todas partes se habla de que su investidura es un acontecimiento histórico, una victoria de los derechos civiles, el primer presidente afroamericano en una nación con profundas heridas racistas y de segregación. Y a pesar de su discurso sobrio, centrado y realista, hoy no sentí nada especial. Simplemente observé con algo de curiosidad y mucho, mucho miedo la ceremonia. Temía que le pasara algo, que alguien le hiciera daño, que los sueños de millones de personas se vieran destrozados en un momento, como ha venido pasando una y otra vez en la historia reciente. Vinieron a mi cabeza las imágenes de otro líder que cayó abatido hace casi 20 años por las balas del narcotráfico, la corrupción y la intolerancia cuando su victoria era más que previsible.
Me asusté. El ver esa reacción anodina y gris, de sobra contrastada por los gritos y las expresiones de felicidad y esperanza de quienes presenciaron el acontecimiento en el gigantesco Mall de Washington, me sobresaltó. Tal vez ya no creo en que alguien o algo sea capaz de cambiar el rumbo que llevamos, tal vez siento que hemos alcanzado un punto de no retorno, que las consecuencias son irreversibles, que la buena voluntad no basta, que los mediocres y tontos han ganado la partida, que el miedo nos tiene atenazados y que, como decía Dante, debamos abandonar toda esperanza…
Me aterroriza haber perdido la fe, el haber renunciado a creer que el cambio es posible, pero creo que no soy el único, y esto no es una excusa. La sociopatía se convierte en ocasiones en un refugio cálido y seguro ante las continuas agresiones a las que el mundo somete a sus habitantes, o mejor dicho, a las que la sociedad que hemos creado y que nos ha sobrepasado, nos obliga a vivir y muchas veces, a aceptar o tolerar sin más opciones.
Sin embargo, hoy recordé, una vez más, que el trabajo duro casi siempre tiene recompensa, que el entregarse a una causa justa es gratificante, aunque los resultados demuestren lo contrario a la vista de muchos. Lo importante es hacer algo en lo que uno crea, y caminar en esa dirección. De esta manera las adversidades y los críticos que aparezcan no serán más que acicates para seguir adelante.
Viene una etapa de cambios importantes, donde muchos paradigmas van a desaparecer para darle paso a unos nuevos que posiblemente nos atemoricen, porque nunca los hemos vivido. Muchos sufrirán, otros no verán esta nueva etapa, y otros más se adaptarán y triunfarán en la nueva realidad. Lo único que espero es que sea más justa, equitativa, pausada, reflexiva y sobre todo, diferente a la que tenemos hoy. Como dice mi amigo Jaime: “Nos la merecemos”. Ya es hora.
Por último, al presidente Obama le deseo salud, buen criterio, voluntad de trabajo y pulso firme ante las decisiones dificiles e impopulares, que estoy seguro serán muchas durante su gobierno.