La semana pasada estuve de vacaciones. Si, imagínense! Finalmente decidí descansar y olvidarme por unos días, como hace todo el mundo, del trabajo y sus preocupaciones. Como no tenía ningún plan especial (esto es para mi el verdadero descanso), me dediqué a ver pasar el tiempo, a arreglar mi casa y a leer. En una excursión por las librerias de esta pintoresca ciudad, me encontré con un librito que me llamó la atención por su título mientras esperaba en la cola para pagar. Hacía mucho que no compraba de manera “impulsiva”: normalmente leo recomendaciones o escucho comentarios de gente que ya los ha leído, pero este fue distinto. Así que sin pensarlo demasiado, leí la contraportada y lo compré. No me duró mucho (tiene 150 y tantas páginas) pero me reí muchísimo al leerlo.
No es que sea especialmente cómico, sino que describe situaciones cotidianas de la Unión Soviética justo antes de su decadencia definitiva que me hicieron ver o recordar que la vida es, en el 90% de las ocasiones, igual o más divertida que la mejor de las comedias. La manera que tiene el autor de describir sus extrañas vivencias, que no son nada del otro mundo pero que cuando se leen se antojan muy divertidas, es un relato que trata de ser directo y descarnado, pero que resulta ser hilarante, como del estilo del humor de Buster Keaton, ese que no se inmutaba así estuviera en la más rara de las circunstancias y el público se estuviera partiendo de risa.
Chistes aparte, a veces me pasa que me tomo todo demasiado en serio y sobrecargo mi cerebro con tonterías sin fin, que en forma de grandes y hondas “preocupaciones” hacen de la vida algo sombrío, aburrido y estresante. No estoy diciendo que leer esto me cambió la vida ni mucho menos, pero si que de alguna manera me recordó amablemente que a pesar de lo complicado que pueda parecer todo, al final las situaciones, tanto agradables como desagradables, vienen y van. Nada es permanente ni dura mucho tiempo. Desde la tristeza más profunda hasta la alegría más intensa desaparecen tan rápido como un relámpago en una tormenta.
Ya sé que alguno dirá que cuando se está deprimido o enfermo todo es distinto, pero creo que estas situaciones están relacionadas con la relatividad del paso del tiempo más que con su valor intrínseco per se (como el ejemplo que ponía Liberio, mi profesor de filosofía del colegio: si estamos esperando a salir del dentista, el tiempo se hace eterno, pero si estamos con nuestra novia comiendo un helado, en el cine o a solas, las horas pasan volando!). También influye mucho la actitud que tengamos hacia lo que nos pasa: podemos simplemente observar la situación sin juzgarla o valorarla o dejarnos influir por ella, con las consecuencias por todos conocidas.
En fin. Para terminar, una idea simplemente: es mejor tomarse las cosas tal y como vienen, sin dejar que nuestra mente nos atosigue con pensamientos catastróficos para que pensemos que la vida es terriblemente mala. No lo creen así?