No sé si es porque ya estoy transitando la cincuentena o cual es la razón concreta, pero últimamente noto cada vez mas que el tema del “descanso” (si, entre comillas) y el ocio, esa meta imposible que todos pretendemos alcanzar, se ha vuelto recurrente entre las personas con quienes converso. La inmensa mayoría desea con todas sus fuerzas llegar a ese supuesto momento mágico en el que ya no tengan que mover un dedo y en el que supuestamente van a disponer de sí mismos como les venga en gana, porque tienen alguna fuente de ingresos que les permite dejar de trabajar o hay alguien que provee sus necesidades básicas.
Sin embargo, esto en si mismo es una contradicción flagrante. Este plano, para bien o para mal, es un espacio de acción infinita. No hay tal cosa como el reposo definitivo (aparte de la muerte física, claro) o la tranquilidad sin límite que nos han vendido hábilmente para mantenernos ocupados en lo que sea la mayor parte de nuestra vida, con la vana esperanza de que algún día tendremos la recompensa soñada de poder disfrutar de un tiempo que nunca fue nuestro, porque lo vendimos a precio de saldo por un puñado de papelitos de colores.
Y lo que es aún más trágico, he visto en varias ocasiones como la tan anhelada “libertad” se convierte en una cárcel insoportable y soporífera que ha llevado a la muerte a más de uno por el no poder asumir el saberse engañados de manera tan rastrera, darse cuenta que la tal inactividad no llegó nunca y que cuando se percibió de manera fugaz, tenía un regusto a fracaso.
Nos guste o no, mientras estemos vivos estamos destinados (o condenados) a una perpetua actividad. El seguir pensando que por tal o cual circunstancia nos veremos dispensados de las obligaciones que conlleva la existencia, es tan estúpido como creer que tonterías como que la “justicia” y el “propósito vital”, por dar sólo un par de ejemplos, existen para los habitantes de este pintoresco planeta…