El otro día Marcela hizo, sin proponérselo, un pequeño experimento social. Una de sus amigas se casó con su pareja y Marcela publicó en su estado de WhatsApp una foto de su mano (la de su amiga) con un anillo, junto con la leyenda “Celebrando el amor”…
Las reacciones no se hicieron esperar: la gente comenzó a escribirle felicitándola, preguntándo por qué no habían sido invitados al magno evento, manifestando su sorpresa por tan inesperada noticia, etc… Incluso gente que la (nos) conoce bastante bien, la contactó para expresar sus opiniones sobre la fotografía.
Lo más divertido es que, como dije antes, Marcela estaba simplemente contenta por el matrimonio de su amiga, y publicó algo para conmemorarlo. Nadie se tomó la molestia de verificar la veracidad de la noticia, si en efecto ella era la protagonista y simplemente, como ocurre casi siempre en la “selva” de internet y las redes sociales, “tragaron entero”y reaccionaron sin pensar.
Después de divertirnos durante todo el día de las reacciones causadas por la publicación, Marcela tuvo a bien escribir una nota aclaratoria que suponemos pasó sin pena ni gloria, o aún mejor, causó un desconcierto / mal humor / confusión entre sus contactos. El tema quedó rápidamente olvidado…
Lo que nos llamó la atención fue el grado de “idiotización” que mostró nuestro improvisado público, creyendo religiosamente todo lo que aparece en internet, como si fuera la verdad absoluta y observar que no se tomaron el trabajo de comprobar su veracidad y contrastar con otras fuentes (en este caso, haciendo algo tan simple como levantar el teléfono y preguntar sobre el tema) antes de reaccionar y emitir una opinión al respecto.
Tristemente, si bien esta situación era algo inofensivo e inocente, se extrapola perfectamente a otros escenarios que hemos presenciado recientemente, donde rumores o noticias sin ningún fundamento se extienden con una rapidez pasmosa en internet y/o los medios de comunicación tradicionales y la gente simplemente los asimila como reales sin hacer una mínima verificación del origen de la información y reaccionan como autómatas, según el efecto deseado por quien crea la (des)información original.
Estaremos llegando a una era donde el sentido común desaparecerá y nos comportaremos como nos dicten unos pocos para satisfacer sus intereses? Una reflexión interesante para finalizar la década y comenzar la siguiente siendo un poco menos crédulos y aplicando el razonamiento con más frecuencia…