Supongo que no debería escribir esto, porque corro el riesgo de desatar sobre mi cabeza la ira de los radicales, esos a los que todos tenemos miedo así no lo admitamos públicamente, pero no me importa. Las cosas hay que decirlas cuando es oportuno y no cuando están de moda o nos conviene.
Hoy he asistido a otra demostración más de la claudicación general, de que en este planeta manda el más primitivo o el que tiene el garrote más grande. En Alemania, se ha “auto-censurado” una escena de la opera Idomeneo, donde se muestran las cabezas decapitadas de Buda, Jesus, Mahoma y Poseidón, para evitar “ofender al público islámico”.
Hasta cuando vamos a seguir consintiendo los atropellos y desmanes de quienes asesinan indiscriminadamente por una causa religiosa, o porque simplemente no encajamos en su visión medieval y absolutamente retrógrada del mundo? Ha visto alguien que cuando se agrede a un religioso católico, o de alguna otra religión, por parte de estos personajes, el mundo en general se lance a la calle, queme mezquitas y tome represalias fuera de toda medida en su contra? Yo no. Eso demuestra tolerancia, y también, desgraciadamente, gracias a todo lo que ha pasado, un miedo cerval contra ellos.
De un tiempo para acá, tenemos que medir todas y cada una de las palabras que decimos y publicamos, lo que se dibuja, canta, recita, grita o difunde por la televisión. Lo peor de todo es la cómica reacción de quienes han “osado” tocar los “temas prohibidos”: disculpas públicas, propósito de enmienda, retractaciones y hasta reinterpretaciones esperpénticas para no desatar la furia divina sobre sus organizaciones o paises. La libertad de expresión se fue al carajo. Patético.
No quiero entrar en la polémica sobre que el mundo occidental, por sus repetidos ataques contra oriente, y la flagrante desigualdad social, han desencadenado esta ola de “odio al infiel”. Es de todos conocido que la violencia solo engendra más violencia, pero si no hacemos nada por defender nuestra forma de vida e identidad cultural, estamos casi abocados a que las mujeres lleven burka, los hombres no puedan tomar una copa cuando se les dé la gana, y que esa cultura que nos parece tan lejana se convierta en parte de nuestras vidas. Un sudor frío recorre mi cuerpo cuando lo pienso.
No hablo en general de toda la comunidad musulmana: como en todas partes, hay personas razonables que asumen y practican sus creencias dentro de los márgenes de la tolerancia y el respeto a la diversidad, pero si de esos líderes de pacotilla que sacan provecho de la desgracia ajena, para erigirse como la “Mano de Dios” y hacer justicia contra lo que sus reducidas mentes consideran pecaminoso, y sobre todo, de aquellos que tragan entero y no emplean su capacidad de análisis para ver que los más perjudicados en el largo plazo son ellos mismos: “Total, siempre es más fácil que otros decidan por mi…”. La ignorancia, más que nunca, es muy atrevida.
Nadie tiene la verdad absoluta, y a pesar de que sea complicado, es posible convivir de manera armoniosa sin atropellar a los demás. Para mi, el concepto de vida y libertad que tienen estos señores me produce unas nauseas incontenibles: la mujer tratada como un ser inferior, la imposibilidad de criticar las creencias o a los líderes que las defienden, la limitación del libre albedrío, sin considerar los deseos y necesidades individuales, la injerencia absoluta de la religión en la vida civil… Todos ejemplos de una evolución pobre y lenta.
Puede que el problema no se haga evidente de inmediato, pero las consecuencias pueden ser impredecibles, tanto porque estos payasos se salgan con la suya, como porque Occidente despierte y se le agote la paciencia. Como bien lo muestra la historia, los resultados pueden ser catastróficos para todos.
Por favor! Más sentido común y menos radicalismos sin sentido! Qué el mundo ya tiene suficientes problemas como para que nos estemos matando por nimiedades.
De acuerdo con el contenido.
Parece que hoy día, para ser político, Ud debe renunciar a su integridad, inteligencia y no tener valores definidos. Ser una veleta.
Estos rasgos parecen ser más resaltantes en políticos de tendencia socialistas, dentro de su paranoia por la defensa de las minorías y de valores sociales defendidos, a capa y espada, sin ningún tipo de evaluación moral o de respeto a los derechos de aquellos que puedan o no estar de acuerdo. El simple concepto de que nuestros derechos comienzan donde terminan los suyos y viceversa.
El hilo que cose todo esto es el desconocimiento, o la ignoracia adrede, que los derechos generan DEBERES, y sin DEBERES no hay DERECHOS.
Los demagogos hablan de derechos sin mencionar los debres de forma irresponsable.