De esto ya he hablado otras veces, pero en ocasiones me resulta especialmente complicado encontrar el tiempo y la inspiración para sentarme y plasmar mis ideas. Sé que lo necesito, que me resulta reconfortante, pero el “cerebro de reptil” como bien lo llama Seth Godin, lucha con todas sus fuerzas para evitar la crítica, el fracaso o que alguien se ría de lo que escribo. En muchas ocasiones gana la batalla, sin apenas tener resistencia de mi parte, pero de un tiempo para acá, estoy aprendiendo a darle lo que quiere y a que vea que el errar o equivocarse no es tan malo ni tan catastrófico como cree.
El no romper la cadena resulta complicado. Pero lo es más aún, en el largo plazo, dejar para mañana aquello que nos resulta importante para reconfortar el espíritu, dejándonos envolver en las banalidades diarias que poco o nada aportan a nuestro crecimiento personal.
Lo curioso es que, cuando he dejado de luchar contra el “reptil” y comienzo a tomármelo con más calma, las ideas fluyen de manera espontánea y no me cuesta transcribir aquellos pensamientos relampagueantes que cruzan por mi cerebro. Me alegra y me satisface. El dejarse estar, como me decía alguien hace algún tiempo, tiene sus ventajas, pero es un arte que hay que cultivar y practicar con asiduidad…