Ya han pasado tres semanas desde aquel fatidico domingo en que decidí que rodar por una cuesta empinada con el MTB era una buena idea. Mi rodilla sigue mejorando, aunque muy lentamente, con resultados poco apreciables y si con un aumento sustancial del dolor en la zona. Pero, consideraciones “técnicas” aparte, este tiempo ha sido bastante provechoso para reflexionar y reducir la velocidad en muchos otros aspectos que de otra manera, siempre pasan desapercibidos.
Resulta curioso darse cuenta que una lesión de este tipo te deja seriamente limitado para llevar una vida medianamente normal. No estoy hablando de retomar actividades deportivas un día o dos después de tener un percance como este, pero si de las tareas básicas, como ducharse, vestirse, preparar la comida, moverse, etc. No solamente se pierde el uso de la pierna que está inmovilizada (desde el tobillo hasta la parte superior del muslo), sino también de los brazos, por el uso de las muletas, lo cual tiene dos efectos: por una parte la frustración que se deriva de no poder llevar objetos de un lado para otro (cosa que he solucionado parcialmente con una mochila), y por otra, el hecho de que si algo se cae al suelo, es casi imposible levantarlo, por el riesgo de una caida.
Lo que más me ha molestado es el hecho de tener que dormir boca arriba toda la noche, sin posibilidad de cambiar de postura. Como mi espalda es especialmente sensible a la presión, al día siguiente el dolor persiste hasta un buen rato después de haberme levantado de la cama. El estar sentado tampoco ayuda mucho, porque la pierna afectada tiene que estar apoyada en alguna superficie para evitar que el peso del cuerpo presione la rodilla afectada, cosa bastante negativa para el proceso de recuperación. Solución? Cada una o dos horas hay que levantarse a dar un corto paseo por la casa, y permitir así que la circulación se normalice y la tensión muscular disminuya.
El calor es también un serio handicap que aumenta la incomodidad general. Esperemos que este verano que se resiste a abandonarnos, contribuya amable y prontamente a que los días calurosos (donde es imposible refrescarse con una ducha) vayan siendo cada vez menos.
Dejando a un lado los inconvenientes, el tiempo que se gana al estar lesionado es mucho, y no siempre se sabe cómo aprovecharlo! En mi defensa, puedo alegar que he vuelto a mi más vieja y fiel pasión: los libros, de la mano de una larga lista de títulos que esperaban pacientemente en mi biblioteca, y de las bondades de bibliotecas públicas, en las que se puede consultar el catálogo por internet. La música también ha resurgido con fuerza, gracias a una disminución apreciable del estrés del día a día, aunque considero que todavía falta un buen trecho hasta que las musas vuelvan a acompañarme como antes.
Es en estos trances que nos damos cuenta del hecho de que la soledad puede ser una carga muy pesada. Si bien es cierto que interactuar con otras personas puede resultar tedioso y hasta molesto en ocasiones, la realidad se impone y el concepto de que somos seres sociales cobra una importancia capital. De no haber sido por esa personita especial que ha estado conmigo desde el momento mismo de la caída, sinceramente no sé que habría sido de mi. La arrogancia y la autosuficiencia han dado paso a una profunda reflexión sobre cómo nos relacionamos con el mundo, y ha despojado de utilitarismo el hecho de interactuar con nuestros semejantes.
Queda todavía un poco más de tres semanas de reposo casi absoluto para escuchar el dictamen de los médicos, y ver si es posible deshacerme del cacharro que no me deja moverme con libertad. Pero no canto victoria: después de eso, viene lo más dificil, la rehabilitación y el largo proceso de volver a mi vida “normal”, que después de esto, no lo será tanto (no porque queden secuelas, sino por todo lo que he aprendido en el camino)…