La vida contra el reloj

No hay mucho más que añadir a este artículo de Charo Nogueira en el diario El Pais de hoy. A ver si vemos medidas efectivas para paliar o eliminar este problema (léase, a ver si estos señores entran en razón de una vez por todas…)

“Cuando Europa duerme, España cena y ve la televisión. Cuando más allá de los Pirineos los trabajadores concluyen su jornada laboral y regresan a casa, muchos españoles terminan la comida de trabajo y vuelven a la oficina. El horario vital español, retrasado desde la posguerra, está marcado por una jornada laboral a menudo partida, con largo paréntesis a mediodía y con frecuencia más larga de lo acordado (la prolonga el 44,7% de los trabajadores, según el CIS). Una jornada que dificulta tener vida personal o familiar más allá de la laboral. El Parlamento estudia ya el problema, que además del estrés y la angustia, acarrea consecuencias como la desestructuración familiar y el fracaso escolar.

Oficinas con la luz encendida a las nueve de la noche, abuelos y niñeras en la puerta del colegio con los críos de la mano, sobremesas hasta las cinco de la tarde. El horario español, marcado por jornadas de trabajo a menudo largas y discontinuas, provoca una cosecha de ojeras, agotamiento, falta de tiempo propio y un dilema frecuente: ¿se trabaja para vivir, o se vive para trabajar?

“Lo segundo”, responde sin dudar la diputada del PP Carmen Quintanilla. “Vivimos sin poder educar a nuestros hijos por falta de tiempo y sin vida personal”, plantea esta parlamentaria que ha llevado el problema a los escaños. Gracias a su iniciativa, respaldada por unanimidad, acaba de arrancar en el Congreso la Subcomisión de Adecuación de Horarios. Una docena de diputados escuchan ya las opiniones de los expertos (unos 50, hasta el próximo verano). Su objetivo es analizar los horarios españoles, especialmente los laborales, y emitir recomendaciones para mejorar la conciliación entre trabajo, familia y vida personal.

Para algunos especialistas, la receta pasa por adoptar el ritmo vital europeo (comer antes y en menos tiempo y acostarse más pronto), pero hay quien defiende la excepción cultural del irse a la cama tarde, alentada por el clima y la sociabilidad. Pero unos y otros tienen en el punto de mira la jornada laboral, determinante de los ritmos vitales, y la falta de armonía, por ejemplo, entre horarios laborales y escolares. La cuestión se considera mucho más relevante en las empresas privadas (de los 19,1 millones de ocupados, 2,4 millones son funcionarios, en general con mejor horario) y en las ciudades, donde hay que dedicar mucho tiempo al transporte.

Horario “eterno”

“El problema de los horarios españoles son las jornadas eternas. No comemos a las doce, como en Europa, sino a las tres, y hacemos una pausa muy larga. Acabamos de trabajar entre las nueve y las diez de la noche”, plantea Nuria Chinchilla, de la escuela de negocios IESE (vinculada a la Universidad de Navarra). Esa hora tan tardía se debe en gran medida a la prolongación de jornada. El 44,7% de los trabajadores españoles la alarga habitualmente (la mitad, sin compensación por ello), sobre todo por sobrecarga de trabajo, según el Centro de Investigaciones Sociológicas (barómetro de mayo pasado). De cada diez empleados que prolongan su jornada, seis preferirían evitarlo (véase gráfico).

“La gente cree que hace carrera por estar en la oficina más horas de las que marca su jornada, y eso en algunas empresas es una realidad. Sin embargo, las compañías deben ver el lucro cesante que suponen esas jornadas tan largas, porque la gente se queda sin otra vida más allá de la laboral, y eso no es rentable. Además, nuestra productividad es de las más bajas de Europa”, plantea Chinchilla, convocada por la subcomisión. “Debe cambiar la cultura empresarial. Si no, la gente está agotada y no se compromete con el trabajo, se limita a sobrevivir”, añade. “O mejoramos los horarios y conciliamos, o vamos al suicidio, como demuestra la baja natalidad”.

La patronal CEOE tiene una postura definida: “Los avances en conciliación no se pueden abordar de manera generalizada, dadas las peculiaridades de cada sector. Deben implantarse en el marco de la negociación colectiva. También se deben proteger las necesidades de las empresas y su competitividad”.

Peor para las mujeres

Los sindicatos replican. “Las empresas piden cada ver una mayor disponibilidad y flexibilidad a los trabajadores, con jornadas cada vez más incompatibles con la vida personal”, plantea Rita Moreno, de la secretaría de Acción Sindical de CC OO. “Se prolongan por mala organización, por hacer méritos o por no contratar a más gente”, afirman en el Gabinete Técnico de UGT. “Los horarios machacan la vida de los trabajadores, y esto afecta sobre todo a las mujeres”, añaden.

Incorporadas masivamente al mercado laboral, las trabajadoras llevan el peso doméstico. Y ello, con unos horarios “incompatibles con el nuevo modelo familiar de padre y madre trabajadores”, según la catedrática Constanza Tobío, de la Universidad Carlos III. “También hay que avanzar en el reparto equitativo de las tareas domésticas y establecer más servicios de cuidado, por ejemplo de los mayores”, apunta la diputada socialista Lourdes Muñoz, miembro de la subcomisión.

En ese foro ha aportado su visión Maria Gloria Llàtser, directora de una empresa dedicada a elaborar planes de conciliación para otras, Optimiza. “La Administración debe legislar y crear servicios de atención a las personas dependientes. En los hogares hay que avanzar en la corresponsabilidad. Las empresas deben cambiar su cultura, y los trabajadores, atreverse a pedir medidas de conciliación previstas en las leyes. Son pocas, pero apenas se utilizan por miedo a ser mal vistos o a no hacer carrera”, asegura. Preconiza la mejora de la gestión del tiempo en el puesto de trabajo. “Como se sale tarde, no se empieza la jornada al 100%. Hay que tener tiempo para trabajar, no sólo para apagar fuegos. Eso mejora la eficiencia y la productividad”.

Llàtser advierte de los efectos de la falta de conciliación, un enemigo de la competitividad: “El estrés y la agresividad que genera es uno de los grandes problemas de nuestra sociedad. Tiene efectos en la desestructuración de las familias y el fracaso escolar de los hijos”.

Dos Minutos

El tema de la relatividad del tiempo siempre me ha fascinado. El ver cómo el ritmo del paso de las horas o los días varía según lo que hagamos o pensemos me parece muy interesante. Es algo en lo que nunca perdemos la curiosidad y las sensaciones son nuevas cada vez. Hablo en concreto de algo que hago todos los días con resultados siempre cambiantes. El protagonista de esta historia es mi cepillo de dientes eléctrico, que me recuerda amablemente que ya puedo dejar de cepillarme porque ha transcurrido el tiempo mínimo recomendado para el aseo dental. Durante esos dos minutos, que a veces son eternos, cuando tengo prisa o llego tarde por ejemplo, o muy rápidos, cuando tengo la cabeza ocupada en algo más, pueden pasar muchas cosas. Algunas veces puedo pensar en cómo resolver un problema muy complejo sabiendo que ese pequeño lapso de tiempo es única y exclusivamente mío y que nadie lo va a interrumpir, salvo que yo mismo decida hacerlo, o cuestionarme sobre por qué estoy sintiéndome de determinada manera.

Es curioso cuando veo mi reflejo en el espejo mientras me cepillo y me veo “obligado” a observarme con atención durante 120 segundos. A veces me divierte, otras me miro sin verme, pero en algunas no lo soporto y comienzo a dar un furioso paseo por casa, esperando que el tiempo transcurra lo suficientemente rápido para seguir con mi vida diaria. Aunque ocurran distintas cosas cada vez, siempre llego a la misma conclusión: la mayoría de la gente huye de si misma y emplea todo cuanto esté a su alcance para evitar conocerse con atención y esmero. Tal vez no podamos soportar el hecho de ver lo que no nos gusta de nosotros mismos, o saber que convivimos a diario con toda esa carga emocional que llevamos dentro, y que se refleja tan bien en nuestros ojos. Para los demás, podemos fingir de alguna manera estar bien, pero no podemos engañarnos con tanta facilidad. Y es aquí cuando esa cantidad insignificante de tiempo puede convertirse en toda una eternidad.

Por mi parte, estoy aprendiendo a disfrutar de ese corto período, accidentalmente conseguido, para estar conmigo mismo sin tanto esfuerzo…

Síndrome de Abstinencia

Ultimamente he estado pensando mucho en el apego. Sobre todo en el dolor que nos causa cuando nos separamos de aquello a lo que estamos unidos, en la facilidad con que construimos ese lazo invisible del que después nos cuesta tanto deshacernos. De alguna manera es bastante paradójico que demos por sentadas tantas cosas sabiendo lo cambiante que es el mundo en el que vivimos. Además, olvidamos rápidamente todo aquello que consideramos “cotidiano”: nuestros amigos, compañeros, la calle en la que vivimos, hasta nuestro propio aspecto (cuantas veces nos han preguntado “has engordado / bajado de peso? / Tienes el cabello más largo / corto?”). Y si, puede que sea una consecuencia de apreciarlo todos los días, pero no nos damos cuenta de esos sutiles cambios que a veces nos acercan más a nuestra propia perdición. Hace poco descubrí que desde hacía bastante tiempo no me “escuchaba a mi mismo”. Puede sonar algo extraño, pero nos acostumbramos tanto a lo que somos / tenemos / hacemos, que nos olvidamos de ello fácilmente.

Y entonces qué pasa cuando alguna de esas cosas / personas / situaciones “seguras” desaparecen? Viene la desesperación, el estupor, la rabia, la desorientación, en fin, creo que todos conocemos esas sensaciones. Es cierto que casi siempre nos adaptamos con éxito a todas las situaciones, pero sería mucho menos traumático si alguna vez pudiesemos comprender que la única certeza en este camino es que nada es estático, todo se mueve, la mayor parte de las veces a un ritmo frenético, y que absolutamente nada es para siempre…

Deseos Peligrosos

Supongo que todos habrán oido alguna vez eso de “Ten cuidado con lo que pides, porque puede que se cumpla”. Es curioso como puede llegar a confundirse lo que se desea con lo que realmente se quiere. Suena algo extraño, pero no lo es. La vida se especializa en presentar espejismos tan reales que atraen irremisiblemente. Pero cuando creemos estar lo suficientemente cerca para alcanzarlos, nos damos cuenta de que no existen. Y viene la desorientación, las dudas, el arrepentimiento, el dolor y a veces, el pánico. Que pasaría si todos supieramos exactamente lo que queremos? Y si decidieramos caminar hacia allí con determinación, sabiendo que la recompensa es considerable? Donde quedarían los sueños y las ilusiones? Aunque, sinceramente, a veces pienso que renunciaría con gusto a ciertas emociones a cambio de ver por un segundo cual es y donde está el objetivo…

Si pudiera pedir sólo un deseo, creo que escogería la sabiduría, para saber enfrentar esas situaciones que a diario me ponen a prueba. Lo demás vendría por añadidura… Puede que sea un poco aburrido, desde cierto punto de vista, pero sin duda sería un alivio el saber que puedo avanzar con paso seguro, así algunas veces vaya rápido y otras no tanto. Eso si, uno de los efectos colaterales sería, indudablemente, la soledad, porque en estos tiempos del ruido, a casi nadie le gusta aquel que conoce la mayoría o todas las respuestas, porque produce incomodidad y un desagradable sentimiento de inferioridad en quienes le escuchan, lo bueno sería que sabría cómo reaccionar ante ella, incluso hasta le permitiría entrar en mi vida con agrado y sin aprensión.

En fin, otra frase célebre: soñar no cuesta nada…

La paradoja de Turquía

Últimamente se habla mucho de la adhesión de Turquía a la UE. No voy a entrar en el espinoso tema de si es conveniente o no el que este país se integre a la Unión, porque ya hay muchísima gente mucho más informada e imparcial que ha escrito páginas y páginas sobre el tema. En lo que quiero llamar la atención es en la desconexión casi total que existe entre los gobiernos y los órganos rectores de la UE y el ciudadano de a pie. Es de todos conocido el resultado del referendo de ratificación de la Constitución Europea en Francia y Holanda, pero aún así, no se escucha a una clamorosa mayoría de personas que no se sienten identificadas en modo alguno con el nuevo socio, por las razones que sea (aquí también fallan los gobiernos, al no proporcionar la información necesaria para que la opinión pública tenga suficientes elementos de juicio para apoyar una u otra postura), claro que este temor viene de arriba, porque ni siquiera los líderes que supuestamente están impulsando esta opción, están convencidos de su conveniencia, y el miedo se huele a distancia.

Más que simplemente tener en cuenta la ampliación de la Comunidad, el proyecto común corre peligro precisamente porque las personas que lo conforman (hablo de los ciudadanos, no de los líderes) no perciben que formen parte de un todo o que se les tome en cuenta para las decisiones más trascendentales. No nos engañemos: no es lo mismo incluir a países del centro de Europa, que comparten muchos aspectos cotidianos con los miembros actuales, que a Turquía, un país con una religión y cultura distintas, por decir lo menos. No les estoy descalificando ni nada parecido, pero tampoco podemos ocultar la realidad con buenas intenciones. El coste de la integración es muy alto, como se ha visto en Alemania, cuya economía está muy afectada por una integración mal concebida y peor ejecutada, donde las diferencias sociales se acentúan cada vez más.

No creo que sea prudente olvidar a la persona de a pie, que con sus impuestos y su trabajo, contribuye decisivamente a lo que es la Unión hoy en dia. Y si se llega a un punto de ruptura, en que las personas no vean los beneficios de pertenecer a un conglomerado de países donde priman más los intereses de sus líderes que de sus integrantes, la UE puede convertirse en el experimento fallido más caro de toda la historia, sin contar con la verguenza histórica y el grado de debilidad extrema ante la comunidad internacional. Es realmente, para pensarlo…

El "Antes" de Internet

Acabo de leer en un periódico la afirmación de cierto político español, que ocupa un cargo importante en el gobierno, sobre que es “difícil imaginarse cómo era el antes de internet”. No es difícil, señor ministro. El ejercicio consiste simplemente en pensar que las cosas se hacían de otra forma, que podía ser más o menos eficiente, según el caso, pero nada de cambios dramáticos. No me malinterpreten, Internet ha cambiado, y mucho, la forma de vida de millones de personas, pero sigue habiendo muchas otras que ni tienen acceso ni han disfrutado de sus beneficios (y dudo que lo hagan en el futuro cercano), debido al coste, la falta de inversión en tecnologia en sus respectivos países, y yendo más allá, la corrupción, la falta de educación y en especial, la pobreza o mala distribución de la riqueza.

Lo primero que se me viene a la cabeza es pensar en los estudiantes. Antes de internet, el medio de consulta por excelencia eran los libros. Ahora, ni siquiera hay que molestarse en levantarse de la mesa para ir a la biblioteca de casa o del barrio, con un par de clicks tenemos a nuestra disposición el contenido que necesitamos. Incluso hay sitios como este, donde lo único que tenemos que buscar es el trabajo, resumen o monografía que se nos pide y ya está. Lo malo es que la gente que usa este tipo de recursos ni siquiera se toma la molestia de revisar mínimamente la calidad de lo escrito. Se ha perdido el espíritu crítico, y domina el panorama la cultura de lo fácil. Sólo quienes hacen investigación algo más seria se preocupan por documentarse lo suficiente para añadir rigor y credibilidad a sus escritos. Pero aún a estos niveles hay problemas, como se puede comprobar aquí.

Hay más casos. Uno de los más visibles es la tan cacareada “eliminación de trámites”, que se ha visto empantanada por dudas más que razonables en la parte de seguridad, confiabilidad y disponibilidad. No hay más que ver algunos sitios web de cualquier gobierno para entender lo que digo, además de la total heterogeneidad de los mismos. No se trata sólo de proporcionar información al ciudadano, hay que ir más allá y dejarle gestionar más papeles, certificados, requisitos, etc., contribuyendo efectivamente a eliminar burocracia y disminuir la corrupción.

En conclusión: Se ha avanzado? Si, falta mucho? También, Es realmente bueno contar con esta herramienta? Depende del uso que se le de. Ojalá haya contribuído a aclararle las ideas a nuestro buen funcionario…

H5N1

Otra vez se habla de enfermedades mortíferas y se introduce un término nuevo: pandemia. La amenaza más reciente fue el SARS, ahora el peligro viene de la gripe aviar, en una variedad que es 100% mortal en aves, y que, si como dicen los expertos, muta y se combina con alguna cepa del virus de la gripe común, puede transmitirse fácilmente entre humanos y causar muchas víctimas. Los gobiernos aseguran estar preparados, pero como siempre, y gracias a mi legendaria desconfianza, creo que esta afirmación se debe más a la prisa y al afán de “quedar bien” que en realidad a un plan congruente de acción que pueda proporcionar alguna oportunidad contra este problema. La OMS habla de que cada país debería disponer de antivirales para al menos el 25% de la población, cuando en lugares como España, solo hay dosis para cubrir apenas al 2%. Dicen que los laboratorios farmacéuticos están desbordados (los que tienen marca reconocida, porque hasta ahora nadie ha hablado de producir genéricos, por aquello de que se pierde dinero…), y que no podrían cubrir las necesidades mínimas de los paises pudientes (porque a los que no tienen recursos que Dios los coja confesados) hasta abril o mayo de 2006, cuando supuestamente la pandemia se haya cobrado muchas vidas. Algunos expertos dicen que es improbable que el virus mute este invierno, pero nadie sabe con certeza que puede ocurrir. Es sólo cuestión de tiempo, ya hay aves infectadas en territorio europeo y cuando comiencen las migraciones masivas desde el este de Europa a tierras africanas, habrá muchas más posibilidades de contacto de humanos con aves enfermas, lo que acrecentará el riesgo y acelerará posiblemente la combinación del virus con alguno de fácil transmisión entre personas. Y como dicen otros, ya no deberíamos preocuparnos por las aves sino por las personas que lleguen ya contagiadas de otras latitudes y diseminen la enfermedad por doquier. Ya que los he asustado bastante, una reflexión: por qué no somos capaces de controlar un brote tan mortífero (supuestamente) con toda la tecnología que tenemos? No es que hay muchos científicos e instalaciones apropiadas para lidiar con este tipo de problemas? Ah, cierto, se me olvidaba que todos estos medios están destinados al desarrollo de armas químicas y guerra bacteriológica, y que emplearlos para ayudar a la población civil, esa que no tiene dinero para pagar los altos costos que esto genera, no es negocio… Que cabeza la mia!

Un estado protector?

Me acabo de encontrar con este artículo de Martha Aguirregomezcorta, publicado hoy en el periódico El País, donde se muestra en toda su dimensión, la mezquindad absoluta del Estado Español hacia sus connacionales en el extranjero, aún en tiempos de máxima necesidad. Había escuchado historias desagradables sobre funcionarios perezosos que no hacían el menor caso a una persona a la que le habían robado su pasaporte un domingo en un país extranjero, porque “no era muy urgente”, pero esto rebasa todos los límites. Juzguen ustedes:

“Ricardo Rodríguez, vecino de Almerinar, en el El Ejido (Almería), recibió hace una semana una carta de la Agencia Tributaria en la que se le reclamaba 200 euros, más un “recargo de apremio ordinario” del 20%, es decir, 40 euros más. En la misiva se le informaba de que tenía que haber pagado esos 200 euros antes del 27 de enero pasado y que si no lo hacía el próximo 5 de octubre se procedería al embargo de sus bienes. Ricardo Rodríguez, comercial del departamento de ventas de una empresa de coches en Almería, no entendió nada. ¿Por qué tenía que pagar esa cantidad? Empezó a deshilar la madeja. Llamó a su gestor. Llamó a Hacienda. Alguien le dijo que aquella cantidad correspondía a algo que se había negado a pagar. Terminó llamando al Ministerio de Exteriores. Allí le dijeron que su deuda correspondía a los 200 euros que había recibido por parte de la Embajada Española en Bangkok (Tailandia).

Cayó en la cuenta. El 27 de diciembre pasado Ricardo Rodríguez había conseguido llegar a la Embajada, tras sobrevivir al tsunami en Phuket, localidad en la que pasaba unos días de vacaciones, y después de 20 horas de viaje en coche. “Estaba en bañador, con la pierna destrozada, sin dinero y sólo con el pasaporte y la cámara de fotos colgada al cuello”, cuenta al otro lado del teléfono desde Almería. “Allí me dieron 200 euros en metálico y me hicieron firmar un montón de papeles [uno de ellos en el que se comprometía a reintegrar esa cantidad al Tesoro] que no sabía bien a qué se referían. Estaba muy aturullado”, añade. Con esos 200 euros Ricardo Rodríguez -que llevaba viajando solo desde hacía dos meses por toda Tailandia- se compró ropa, comida y pagó dos noches en un hotel que la propia Embajada le buscó. También pagó la asistencia sanitaria que le dispensó un hospital en Bangkok, donde tuvo que asistir dos veces para que le hicieran las curas de la pierna. El 29 de diciembre regresó a España.

“Falta de humanidad”

Nueve meses más tarde, Ricardo Rodríguez está enfurecido y decepcionado con el Estado español. “No es el dinero, los 240 euros me dan igual, sino el detalle, por la falta de humanidad que han mostrado. Es increíble que el Estado no cuente con fondos para ayuda humanitaria”, asegura. Desde Hacienda, un portavoz explica el porqué de este reclamo: “Las embajadas no dan dinero a fondo perdido. Son préstamos. Se entiende que las personas son afectadas por las catástrofes, pero no que no tengan recursos. Otra cosa es cuando se trata de un indigente; entonces, no han de pagar”. Hasta el pasado 10 de mayo, Ricardo Rodríguez ha estado de baja por prescripción médica. Pero aún hoy ni rinde en el trabajo, ni tiene ganas de atender a los clientes, ni duerme bien. La pesadilla que le toco vivir en Tailandia todavía da coletazos. El último, la reclamación de los 200 euros, más intereses, que la Embajada le prestó en Bangkok”.