Es época de cerrar círculos y etapas. Por ello mañana emprendo un viaje que espero sea revelador y me permita reconciliarme con una parte importante de mi vida, que ahora está en el pasado. La experiencia promete y voy sin prevenciones ni ideas preconcebidas, dispuesto a pasarlo bien y a asumir lo que venga con la mente abierta y una sonrisa. Supongo que no actualizaré tanto como hasta ahora, pero tampoco abandonaré este rincón hasta mi vuelta. Así que por lo pronto, que los dioses les sean propicios y nos vemos por el camino…
Calma
Hoy tengo ganas de hablar de la calma. Esa virtud que confundimos tan fácilmente con el éxito o el tener, con la sensación de haber alcanzado una meta o vencido un obstáculo. Pero no, a pesar de que hay muchas interpretaciones para este sentimiento, mi visión personal al respecto pasa por considerarla un privilegio, un regalo y hasta un bien escaso. Sería dificil definir la calma con pocas palabras, crear una explicación universal para una idea tan abstracta y a la vez tan hermosa.
Sin embargo, puedo enumerar algunas cosas que la hacen presente en mi vida: el hacer algo por placer, sin tener que cumplir, el disfrutar de un paseo relajado sin rumbo fijo, observando el panorama con ojos de principante y maravillándonos ante todo lo que vemos, la lectura de un buen libro, dejándonos sumergir en el universo particular que el autor quiso construir para si y para sus lectores, escuchar buena música (cualquiera que sea), meditar, compartir tiempo con aquellas personas a quienes estimas, dormir a pierna suelta, comer sin prisas…
En fin. Podría seguir durante mucho tiempo, pero en su lugar, los invito a que me acompañen a un paseo por uno de mis sitios favoritos, un lugar que, a pesar de encontrarse a pocos pasos de mi casa, siempre me sorprende y me recuerda sutilmente que la civilización y la tecnología no lo son todo. El señor mayor que me acompañó durante un buen rato me recordó de manera muy amable un episodio de “El Caminante”, el libro de Jiro Taniguchi que más me gusta.
Confusión
Hoy he tenido una especie de revelación. Supongo que es algo que a algunos les habrá pasado, pero para mi es una sensación nueva. De un momento a otro unas palabras de mi papá cobraron una relevancia especial. Alguna vez me dijo que si “algún autor tuviera la respuesta definitiva, no se escribirían más libros”, pero que como no ocurría, cada año cientos y cientos de títulos con títulos sugestivos inundaban puntualmente todas las librerías, prometiendo acercarnos un poco más a las respuestas a nuestros interrogantes vitales.
Desconectados
En estos tiempos de la Web 2.0, la comunicación instantánea y la posibilidad de acceder a todo tipo de contenidos de manera casi inmediata, sorprende ver que todavía queda gente (mucha) que no conoce toda esta tecnología y sus implicaciones. No voy a hablar hoy de los países que no tienen acceso a estas formas de comunicación por una u otra razón, sino de las personas que viviendo en lugares en los que esto es más la norma que la excepción, han permanecido “inmunes” a esta onda de comunicación masiva y casi obligatoria, sin sentirse especialmente perjudicados o afectados por ello.
Tiempo "Libre"
Desde que volví de Granada (paciencia, dentro de poco escribiré sobre el viaje), he estado de aquí para allá haciendo cosas, que por minúsculas que sean, me han consumido mucho tiempo. Por eso he tenido que romper la cadena muy a mi pesar, porque me gusta mucho escribir. Ello me ha hecho pensar en esa falacia tan difundida del “tiempo libre”: esa creencia popular del que no tiene trabajo u ocupación regular está simplemente sin hacer nada. Lamento decepcionarlos, pero nada más lejos de la realidad. Lo que he descubierto en estas semanas de cambio de actividad ha sido básicamente lo que he denominado el “Síndrome Compulsivo de Ocupación del Tiempo”. En otras palabras, que el tiempo libre no existe.
De improviso
Como parte de mi “terapia de desintoxicación mental”, esta tarde me voy a Granada, tal y como lo había contado hace unos días. Lo mejor, aunque a algunos les parezca algo normal, es que no he tenido la necesidad de planificarlo todo minuciosamente, con semanas de antelación y cuidando hasta el último detalle, costumbre muy arraigada en mi, que como muchos otros, veo el control como una forma de seguridad.
El próximo paso será irme a un aeropuerto o estación de bus/tren y tomar el primero que salga! Pero vamos poco a poco… Por ahora, nos vemos a la vuelta.
Placeres Simples
El otro día escribía que muchas veces enfocamos todas nuestras energías hacia la consecución de ciertos objetivos que nos parecen correctos, pero que en realidad muchos de ellos han sido impuestos por la sociedad (un buen trabajo, un sueldo alto, un buen coche, la pareja perfecta, la casa de ensueño, con jardin y perro, el poder y el éxito, etc.), y la mayoría de las veces nos dejamos llevar sin oponer demasiada resistencia, porque creemos que es “lo que hay que hacer”.
He tenido la oportunidad de vivir de primera mano muchos de ellos, y al final me he percatado que cuando pasan la emoción y alegría iniciales, se convierten en hechos del pasado, carentes del sentido que les dimos cuando comenzamos a tratar de obtenerlos. En particular, la experiencia con el dinero ha sido una especie de montaña rusa: cuando no lo tienes, quieres tener mucho, y cuando comienzas a disfrutarlo, el tener más se convierte en el nuevo objetivo, pero el grado de satisfacción no aumenta de la misma manera, contradiciendo aquel principio económico de la insaciabilidad: el tener más no implica necesariamente ser más felices o disfrutar en mayor medida. Y comencé a pensar que a pesar de ser necesario, el dinero nunca nos permite acercarnos a nosotros mismos de manera honesta y sincera, principalmente porque lo destinamos en la mayoría de las ocasiones, a satisfacer necesidades ajenas (impuestas) o por nuestro afán de compararnos con los otros y “ser mejores”.
A que viene todo esto? A una cosa muy concreta: el recuperar los pequeños placeres de la vida satisface mucho más y no tiene precio, pero lo olvidamos frecuentemente gracias a la idea preconcebida de que lo exterior es más importante que lo interior.
Hoy estuve tomando un refresco con un amigo al que no veía hacía mucho (Alberto: lo tenemos que repetir más a menudo y sin prisas!) y luego de despedirnos, me puse en marcha. Por el camino decidí que quería dar un paseo y estuve pedaleando sin pensar en nada durante casi una hora, sintiendo el esfuerzo de mis músculos y el aire en la cara. Al final, aparqué la Beixo y me senté en un banco a contemplar el rio que pasa cerca a mi casa, cómo se mecían los árboles con el viento y la gente que pasaba por allí. Volví a casa lleno de energía y con una sensación de tranquilidad fantástica. Y todo esto no me costó absolutamente nada…
Las primeras 48 horas
10:30 AM. Heme aquí, como casi todos los días, en frente de la pantalla. Como dije antes, todavía tengo la sensación de que tarde o temprano volveré a mi rutina diaria de levantarme, aseo y vestimenta y luego al trabajo. Lo primero que se me viene a la cabeza es que es realmente dificil desconectar y “bajar de revoluciones”, es decir, sigo pensando en las mil y una cosas que podría / debería / me gustaría hacer cada día.
Supongo que ahora soy un poco más consciente de las circunstancias y me dejo estar. Por eso, y a pesar de que mi casa esté un poco patas arriba y de las múltiples ocupaciones que me he inventado en estos dos días, lo que más tiempo me ha consumido ha sido la Nintendo DS! Hace mucho que no me dejaba “absorber” por el mundo de fantasía de un juego (en este caso The Legend of Zelda: The Phantom Hourglass), sin prisas y disfrutándolo, sin querer terminarlo de golpe. Me he reido mucho al darme cuenta que estoy “oxidado” y que me cuesta bastante más que antes resolver los acertijos que me voy encontrando en el transcurso de la aventura, más teniendo en cuenta que llevo jugando (en general) más de 20 años…
Me gusta que haga buen tiempo. Creo que el sol da alegría y esperanza. Aunque los días frios o lluviosos también tienen su encanto, creo que en este momento necesito mucha luz. Podría ir a volar (y estrenar una cometa que acabo de comprar, además del cerdito que mis compañeros me regalaron amablemente en mi despedida) pero no quiero hacer nada por obligación. El doctor Kawashima dice que cuando nuestro cerebro detecta que algo “tiene” que hacerse, pierde el interés y puede incluso resultar contraproducente, incrementando los problemas asociados a la edad y a la falta de uso, así que mejor no tentar al destino…
Por otra parte, y siendo fiel a mis principios geeks, me he comprado un bonito móvil nuevo, que hasta ahora estoy conociendo. Tiene tantas cosas que creo que pronto encontrare el botón / menú para decirle que saque al perro que no tengo y que me ponga una copa… Lo mejor de todo es que no es el último de lo último y los problemas o pegas que pueda tener están bastante identificados, además de tener un coste razonable. Eso de pagar por el “privilegio” de tener lo más nuevo a veces (casi siempre) sale muy caro.
Qué viene ahora? Hoy cine por la tarde con posiblemente un paseo por el parque y poco más. La próxima semana me voy a Granada, un sitio que siempre he querido conocer. Lo mejor de todo es que el viaje surgió espontáneamente y no hubo necesidad de pensarlo y repensarlo tantas veces. Me gusta eso de estar rompiendo paradigmas, así me sienta un poco descolocado…