Crisis y Mentiras

Creo que es la palabra de moda en 2008. No solamente por el estrepitoso descalabro en el mundo financiero ocurrido hace pocos días (!), sino por el estado general de lo que pasa en casi todo el mundo. Lo que hoy escribo no pretende dar consejos sobre cómo sortearla, ni la fórmula mágica para solucionar nuestros importantes (!!!) problemas económicos, así que los que busquen eso pueden seguirlo haciendo…

Se me viene a la cabeza otra palabra: mentiras. Creo que es más franca, directa y resume mejor lo que está ocurriendo. Estamos rodeados de expertos en engañar, de una manera u otra, estamos expuestos a todo tipo de argucias para “invitarnos” a comprar, invertir o comportarnos de determinada manera. Lo más divertido es que nos hemos acostumbrado a este estilo de vida de dudosa legitimidad. Lo normal es que nos mientan, si alguien obra de buena fe, desconfiamos… Todo lo contrario a lo que debería ser. 

Qué nos espera? Lamentablemente estamos tan condicionados a que todo lo manejen otros de los que casi nunca sabemos nada, que nadan en millones mientras muchos tienen dificultades para llegar a fin de mes, por citar sólo uno de los efectos más visibles, que no creo que pase mayor cosa. El gobierno de los Estados Unidos ha lanzado un “gran plan” de salvamento de la economía para apaciguar los mercados, o dicho de otra forma, proteger los intereses de quienes están en el poder, aprovechando el dinero de todos y cada uno de nosotros. Curioso, premiamos la incompetencia de algunos con jugosas primas y planes de contención del daño, mientras que la inmensa mayoría sigue padeciendo las consecuencias de sus malos manejos y sobre todo, de su codicia desmedida.

El sistema capitalista está condenado, y eso lo saben quienes manejan los hilos del poder, por lo que están haciendo todo lo posible por recoger lo que puedan y salir corriendo hasta que las aguas se tranquilicen y puedan volver a engañar con comodidad e impunidad. Falta poco para que haya un cambio de paradigma. No estoy siendo agorero, pero se están viendo los efectos de los excesos de las últimas décadas. Por algo dicen que más rápido cae un mentiroso que un cojo, la diferencia es que esta caida tendrá proporciones épicas…

Con o sin permiso

Curiosa sensación aquella de necesitar aprobación para lo que hacemos, decimos o pensamos. Es algo que nos enseñan desde pequeños y que aceptamos sin oponer mucha resistencia. Al principio de la vida puede estar bien, porque nos ayuda de alguna manera a definir cómo comportarnos y nos salva de situaciones potencialmente embarazosas. Pero a medida que pasa el tiempo, si no sabemos dosificar esa “dosis” de aprobación, puede volverse un problema serio, porque muchos no saben como desligarse de esa necesidad, y pasan a ser dependientes de ella. Amigos, familia y/o la pareja se convierten en los “calificadores” que deciden con sus opiniones lo que podemos o debemos hacer.

Lo más triste es que cuando queremos seguir adelante y tomar nuestras propias decisiones, nos sentimos culpables por no “contar” con aquellas personas que nos han venido dando sus opiniones. Cuando optamos por no “informar” de alguno de nuestros movimientos porque simplemente no queremos, la reacción puede ser un poco desproporcionada. Y no hablo de no contar a la pareja que nos vamos a un sitio durante unos días, o que vamos a tardar un poco más de lo previsto en un viaje de trabajo, sino de personas con quienes tenemos relación, pero están lejos.

La cura para esto es aguantar el chaparrón unas cuantas veces sin poner demasiada atención a sus comentarios o reacciones, para que los demás se den cuenta que a veces queremos sus pareceres, pero otras simplemente seguimos con lo que tenemos previsto sin necesidad de aprobación o información adicional…

Sin hacer nada

Esta mañana estaba leyendo un artículo de Tom Hodgkinson en The Guardian sobre lo que en mi tierra llamamos el “pajareo”, es decir, andar de aquí para allá sin propósito definido, sin un plan concreto. Como muchos de ustedes sabrán, hace unos meses decidí detenerme y repensar muchas cosas de mi vida, habiéndome preparado para ello desde hacía tiempo. El proceso ha sido bastante duro, porque no sabía lo apegado que estaba a mi rutina diaria: levántate, aseo personal, desayuno, trabajo, comida, trabajo, casa, lo cual condicionaba absolutamente todo lo demás (festivos, vacaciones, fines de semana, viajes, etc). Me ha costado muchísimo frenar y desconectar, y más teniendo en cuenta que nunca había estado tanto tiempo sin “hacer nada de provecho”, léase sin un trabajo fijo o alguna actividad regular.

He experimentado muchas fases: culpa, inquietud, ansiedad, miedo, incertidumbre, pero hasta hace más bien poco, he podido ver las ventajas del no hacer nada. Cuando escribo esto, recuerdo las caras de mis amigos y familiares cuando les informé de la decisión de parar. Sus expresiones variaban desde el “qué bueno!, cómo me gustaría hacer algo así” al “qué tontería dejar un trabajo como ese para no saber que pasará después”. Confieso que me asusté. Sobre todo por que, como decía antes, nunca había estado en esta situación sin un “plan de escape”, es decir, todos nos hemos quedado alguna vez sin empleo, pero tenemos alguna estrategia para volver al mundo laboral después de un tiempo. Ahora el objetivo principal era pensar en mi, tenerme en cuenta, vivir la vida conmigo y no en torno a un trabajo o un sueldo.

Es curioso cómo a veces inconscientemente trato de darle una nueva rutina a mi vida. Es como si me diera miedo dejarme llevar y que perdiera las ganas de trabajar o algo así. Y por eso me encuentro a veces llenando los días con cosas un poco sin sentido para tener la sensación de estar “haciendo algo”: dejo mi cocina desordenada para tener que ocuparme luego de ella, paso horas y horas en el ordenador borrando basura, haciendo mantenimiento o simplemente navegando, limpio la casa varias veces, salgo a hacer recados que posiblemente podría haber hecho por teléfono o internet… Si bien es cierto que sentirse útil es bueno, si se hace compulsivamente puede generar mucho estrés.

Poco a poco he ido aprendiendo los placeres del no hacer nada. De pasearme por mi casa sin estar pensando en qué tengo que hacer después. En mirar mi agenda, ver que hay días vacios y no sentir pánico. De salir a caminar durante un rato por el simple hecho de sentir el viento en la cara. De leer sin prisas. De ver el desorden de mi estudio y no angustiarme.

De alguna manera, siento que estoy confiando en mi. Dándome un espacio para encontrar o redescubrir lo que me gusta y disfruto, sin culpa ni miedo. Dejando que las cosas fluyan. Sintiendo el afecto de quienes me quieren tal y como soy, no por mi imagen o las cosas que pueda hacer o tener. El encarar esos demonios asusta, pero libera al mismo tiempo. Me gusta poder mirar atrás y ver que gracias a todo el esfuerzo que hice durante una larga temporada, ahora puedo estar donde y como estoy. Todavía me cuesta desconectar del todo, pero creo que con el tiempo lo lograré. Y cuando me reincorpore a la loca carrera laboral en la que todos vivimos, sé que tendré un espacio, conquistado con amor y paciencia, donde podré retirarme a descansar cuando lo necesite. Ahora mismo lo estoy adecuando para disfrutarlo…

Equilibrio

Creo que llevo algo más de un mes sin escribir. No por falta de ideas o de tiempo. Todo lo contrario. En estas últimas semanas he visto como la vida me ha mostrado en todo su esplendor la cantidad impresionante e infinita de sensaciones y realidades que pueden sucederse, con la diferencia de que antes ignoraba o dejaba pasar la mayoría de ellas, y tal vez por esa avalancha de información y estímulos, no había encontrado un momento sosegado para digerir todo aquello y plasmarlo aquí.

Si tuviera que usar una palabra para describir todo lo que he vivido en los últimos meses, sería “cambio” o “renovación”. Cuando comencé este camino de transformación interior, no sabía lo que me iba a encontrar. Tenía curiosidad y ganas de emprenderlo. Pero en cuanto me fui adentrando en los vericuetos de mi mismo, la oscuridad y los demonios que habitan en mi interior aparecieron, más grandes y terroríficos que nunca, para tratar de hacer que retrocediera y dejara esas tinieblas tal y como estaban, que siguieran afectándome y controlando mucho de lo que hacía o pensaba. Debo confesar que mis fuerzas flaquearon, que casi perdí la voluntad de vivir, que cuestioné todas y cada una de mis decisiones y posturas vitales, que me quedé en medio de la nada, como si durante toda mi vida no hubiese aprendido, que sentía que todo el esfuerzo realizado hasta ahora no había valido la pena.

Pero de alguna manera, en algún sitio existía la convicción de que había que seguir adelante, que quería llegar al fondo, ver de frente todos mis temores, miedos y carencias, así el terror me invadiera. Que no había marcha atrás, que este camino era en un solo sentido. Que quería agradecer a la persona que había sido hasta ahora por ayudarme a llegar a este punto, y decirle que a partir de este momento, todos esos “apoyos” que tan bien me sirvieron, me estaban estorbando, sin dejarme espacio para crecer y darme cuenta que había cambiado.

Y eso fue lo que logró que reconsiderara muchas de las decisiones que había tomado hasta el momento, entre ellas el alejarme de Sol, la mujer con la que quiero compartir mi vida, porque vi que era capaz de aprender y más importante, de desaprender muchos conceptos e ideas que me impedían sentir y vivir a plenitud.

La vida no es sólo la imagen. Ni el dinero. Ni el poder. Ni el trabajo que uno pueda tener. La vida es permitirse estar, con todo lo bueno y lo malo, con lo alegre y lo triste, con lo que nos gusta y lo que no. Y el hecho de poder escoger estar en un estado u otro es absolutamente liberador. Al principio cuesta mucho, como cuando aprendemos a leer o escribir: creemos que es imposible ordenar esos signos ininteligibles, pero a medida que pasa el tiempo, todo va volviendo a su sitio, encontrando el equilibrioy el orden natural que por mucho tiempo me empeñé en alterar.

De alguna manera, he comenzado de nuevo. Sigo teniendo mi experiencia, mis defectos y mis anhelos, pero veo la vida de otra manera mucho más sincera y abierta. Ahora permito que otros se acerquen a mi, dejo que me quieran, disfruto de esa sensación y me nutro de ella, devolviendo a los demás ese bonito sentimiento cuando me nace. Y lo más importante: he comenzado a aceptarme tal como soy, con lo que me gusta y lo que no me gusta de mi mismo. Tengo mucho que aprender de mi mismo, pero ya no me angustia la sensación de no saberlo todo. Es más, me agrada haberme quitado la presión de tener que tener una respuesta para cualquier cosa…

El proceso no ha terminado. Todavía queda un trecho importante del camino por recorrer. Pero lo estoy haciendo a mi ritmo y con confianza. He descubierto que no tengo prisa por llegar a ningún lado. Por primera vez en mucho tiempo estoy disfrutando del camino, más que de la sensación de alcanzar la meta. Todavía tengo que concentrarme en dejar de mirar el objetivo para girar la cabeza y ver la belleza que me rodea, pero cada vez menos. Sentir es algo increible, aunque asuste un poco al principio…

Ahora

Como he venido contando en estos días, mi vida ha dado un vuelco muy importante en las últimas semanas, ya que estoy inmerso en un proceso de autoanálisis y re-conocimiento que ha hecho que me replantee mucho de lo que creía importante hasta ahora.

Tal vez suena un poco esotérico esto que estoy contando, pero lo cierto es que el camino ha sido bastante duro, porque me he enfrentado (en realidad lo sigo haciendo) al dolor de manera honesta y directa, a todo aquello a lo que temía y que ocultaba con la vana esperanza de que desapareciera o se olvidara de mi con el tiempo, con el ánimo de entender y comprender esa parte de mí que tenía apartada o incluso reprimida. Se han sucedido muchas ideas y sentimientos por mi cabeza y corazón, y voy viendo que las cosas realmente importantes de la vida son pocas y sencillas: el amor, la amistad, la familia, la salud y la tranquilidad, y que lastimosamente las tenía relegadas a un plano que no les correspondía.

Me estoy concentrando en el momento presente. En lo que me pasa y siento en cada instante. De nada me sirve preocuparme por lo que puede pasar o por lo que pasó, ya que he visto que cuando dejo entrar pensamientos de este tipo en mi mente, pierdo el equilibrio y comienzo a sentirme angustiado. Pero no es fácil. Nos hemos acostumbrado a vivir en el futuro o en el pasado, ignorando lo que pasa ahora. Es más cómodo, porque de alguna manera creemos que podemos retrasar o manejar esas sensaciones pensando que más adelante se solucionará todo. Lo malo es que el futuro tiene una serie de preocupaciones añadidas, que no nos dejan disfrutar lo que es aquí y ahora. Es decir, si aquello que esperamos no sale como queremos, la frustración es muy grande.

Cuesta mucho volver al presente después de tantos años de no hacerlo. Pero es posible. Y una vez que se aprende y se domina la “técnica”, la vida adquiere otro significado. Sigo haciendo planes y teniendo ilusiones, porque me dan fuerzas para seguir adelante, pero no olvido lo que me está ocurriendo ahora, y si algo cambia o se presenta de otra forma, ya me ocuparé de ello cuando suceda.

Estaba recordando una frase que escuché en la calle una vez, cuando una muchacha le comentaba sus problemas a su padre, y este le dijo “querida, en vez de pre-ocuparte, ocúpate!”. Sabias palabras. Ven al presente y haz lo que tengas que hacer ahora. Lo demás vendrá en su momento.

 

En blanco y negro

Por estos días me he sentido muy afectado por varias cosas que me han ocurrido en la última semana, como mi introducción a las Constelaciones Familiares, el comenzar un nuevo proyecto, la muerte de alguien muy cercano y sobre todo, el viaje de Sol a un sitio lejano, donde la comunicación es muy dificil. Eso me ha hecho enfrentarme a la realidad de la distancia, de la soledad y de alguna manera, del abandono. Creo que he recorrido todo el espectro de sensaciones que se pueden sentir en estos casos: miedo, tristeza, ira, incertidumbre, ansiedad…, y a pesar de que de alguna manera confío en mi mismo, en lo que soy y he aprendido en todos estos años, me sigue sorprendiendo la reacción de las personas ante estas situaciones.

Es muy dificil que alguien entienda lo que siente otra persona, por la imposibilidad de expresar con palabras lo que estamos experimentando, debido a las limitaciones inherentes al lenguaje que usamos para comunicarnos. Sin embargo, quienes nos rodean, en un intento generoso y compasivo (la mayoría de las veces) de evitarnos el dolor, intentan decirnos aquello que necesitamos oir para ver la situación de otra manera menos dificil o traumática. Y aquí es donde ocurren cosas, como lo dijera, sorprendentes o extrañas. Para algunos, la situación de dolor o abandono está muy clara y hay que seguir adelante a toda costa, sin mirar atrás, como queriendo correr a toda prisa para dejar la causa de la incomodidad lo más lejos posible. En cambio, otros piensan que lo mejor es encarar la situación, dejarse estar y sacar todo lo que sentimos gradualmente, para así quedar en paz y continuar renovados, habiendo aprendido algo.

No voy a opinar sobre lo que es mejor o peor, porque cada caso es diferente, y todos afrontamos este tipo de vivencias de manera completamente diferente. Lo que si sé es que aquellas cosas que no vemos o admitimos se van quedando allí olvidadas, reclamando atención e impidiendo que ocurran otras que podrían ser necesarias para crecer y vivir plenamente.

Lo cierto es que estamos (o al menos yo me siento así) muy desorientados y sobre todo, ignorantes en la manera de gestionar estas experiencias. Es como si cada vez fuera la primera y la sensación de inseguridad sobre cómo proceder vuelve a instalarse, como si nunca nos hubiera pasado algo similar. Si bien es cierto que los años nos dan más elementos para interpretar y transformar la realidad, al final siempre hay algo que nos dejará desconcertados y que requerirá de nuestra mente y corazón para sortearlo y poder continuar por esta ruta tan excitante pero a la vez tan dura que es la vida…

El haiku definitivo

En el blog de Nana, una chica muy particular que está viviendo en Japón, me encuentro con este haiku que en principio aplica a Japón, pero puede quedarle perfectamente bien a cualquier país o persona de nuestro querido hemisferio occidental:

狭いニッポン
そんなに急いでどこへ行く

Semai nippon
sonnani isoide doko he iku

Estrecho Japón,
¿Adónde vas con tanta prisa?

Y llega en un momento interesante, porque estoy leyendo cosas de Thich Nhat Hanh que hablan precisamente de esa frenética actividad que no conduce a ningún sitio…

Vivir la vida

Tal vez el título de esta historia no concuerde mucho con el contenido, pero creo que es el que mejor se adapta a lo que quiero compartir con ustedes hoy.

Antes que nada, quiero admitir públicamente que no me gustan las despedidas, ni los cierres ni los finales de ningún tipo. Evocan abandono y soledad, incertidumbre y desasosiego. Me ocurre lo mismo cuando leo un libro y llego al final, cuando una buena película termina, cuando una conversación interesante languidece, cuando alguien muy especial se aleja…

Ahora mismo estoy pasando por una situación dificil y tengo un dolor muy grande en el corazón, que tiene que ver precisamente con mi resistencia a dejar ir, a cerrar y a soltar. Y eso me ha hecho pensar en la ceguera con que vivimos la vida la mayor parte del tiempo. Creemos que todo durará eternamente, que nada cambiará y que lo que conocemos permanecerá incólume a pesar de todo.

El tiempo pasa sin darnos cuenta, y la vida también. Y nos empeñamos en complicarnos y preocuparnos con tonterías y nimiedades que no nos dejan ver lo que es realmente importante. No voy a dar una definición de ello, porque creo que es un concepto muy íntimo y personal, y cada cual sabrá con qué se identifica mejor, pero en términos generales, sólo cuando llega un momento de ruptura o quiebre es que comenzamos a valorar esos instantes que ya pasaron irremisiblemente y los miramos con dolor y nostalgia, por no haberlos vivido intensa y plenamente. Y corremos desesperadamente, tratando de asir a como de lugar eso que se nos escapa por los avatares de la vida, queriendo compensar en un momento todo lo que hemos dejado pasar, como si fueramos capaces de digerir todo ello de un bocado sin consecuencias… Nos comportamos como el niño que suelta la mano de su madre en un acto de rebeldía, pero que cuando alza la mirada, no la ve y le invade un terror irracional.

Me repito una y otra vez: “Cuando aprenderé?”, pero la inercia de la vida es muy fuerte y caigo nuevamente. Me dejo llevar por esa falsa corriente de la vida, que nos incita a pensar que estamos en un “valle de lágrimas” y que el sufrimiento es el motor de nuestra existencia, el acicate para que seamos mejores personas, hijos, padres, madres, parejas… Cuantas mentiras! Por concentrarnos en lo malo, no vemos casi nunca lo bueno, que es mucho…

Pero la vida, amorosa unas veces y estricta otras, insiste en mostrarme continuamente que lo verdaderamente importante es casi siempre aquello que tenemos cerca y que, paradójicamente, es lo que más ignoramos.

Termino con varias preguntas: Qué hay que hacer para apreciar estas cosas de manera habitual? Cual es la clave para ver esos detalles en medio de todo el ruido circundante? Cómo le damos a la vida la importancia que merece?