Incoherencias

Hay cosas que definitivamente no entiendo. Hechos que me ponen a pensar, pero por más que me estrujo las neuronas, por emplear una frase muy coloquial, no llego a ninguna conclusión que satisfaga a mi sentido común. Cosas que son contrasentidos, que violan las reglas de lo elemental y posible. Como si no pasara nada de nada…

Ya que por fin me desahogué un poco, escribiré sobre lo que me molesta, a ver que opinan ustedes, amables lectores y lectoras. Hoy salí por la tarde a darme una vuelta, pues buscaba unos filtros de papel para una cafetera que no tengo (luego explicaré eso) y aproveché para acercar a Sol a la universidad. Hasta ahí todo bien. Eran alrededor de las 4 de la tarde cuando la dejé allí y me dirigí al centro a ver si encontraba, además de los filtros de marras, café orgánico para un experimento que estoy haciendo. No quería ir a ningún centro comercial, por aquello de que como el pequeño comerciante está muy afectado con la crisis, se me ocurrió que podría aportar mi granito de arena para reactivar el consumo comprando en alguna tienda particular.

Iluso de mi! Eran las 4:15 y todas las tiendas, a excepción por supuesto de las grandes cadenas, estaban cerradas a cal y canto. Comencé a caminar, un poco contrariado para hacer tiempo y de paso comprobar si era algo general o específico de algunos sitios, pero no. Todo cerrado. Lo peor (o mejor?) era que había mucha gente en la calle, y bastante gente estaba a la puerta de los comercios esperando pacientemente a que abrieran sus puertas…

El más elemental de los razonamientos, creo yo, hace pensar que si la gente no compra, hay que facilitarles la decisión en la medida de lo posible, es decir, no dificultar el cada vez más pequeño deseo o impulso de compra impidiendo que quien quiere hacerlo no pueda, cómo? No solamente bajando los precios, hay que MEJORAR LA ATENCIÓN AL CLIENTE, hacerle sentir importante, TRATARLO BIEN, ayudarle a escoger, abrir antes, cerrar más tarde, aprovechar la coyuntura navideña para esforzarse un poco más, recorrer esa “extra mile” que llaman en Estados Unidos para ganarse la venta y atraer más compradores y compradoras. Y no todo lo contrario. Es como si la gente dijera “me da igual que compren o no, ya vendrán en algún momento”. No señores y señoras, las cosas están muy difíciles y hay que reinventarlo todo, además, si no quieren vender, para qué carajo tienen un negocio?

Parece que se han olvidado de aquello de “El cliente siempre tiene la razón”, no porque sepa más que el vendedor, sino porque es quien compra y paga los salarios de los que venden. Lo más divertido es que no se hace porque no se sepa. Me explico. Este es el único país de los que conozco donde uno puede entrar en un bar y pedir algo así como “un café, corto de café, con la leche tibia, desnatada, en vaso de cristal y con un poco de nata” y lo sirven como si cualquier cosa! El problema principal es la actitud del trabajador, que simplemente está ahí porque “le toca” o porque “le pagan”. Si bien es cierto que no es obligatorio que a uno le guste lo que hace, la mejor actitud, para si mismo y los demás, es poner un poco de cariño en todo lo que hacemos. La buena onda es contagiosa y ayuda a aligerar la tensión en la que usualmente vivimos.

Pero claro, ya sé, soñar no cuesta nada. La inercia en este lugar es muy fuerte, y como decía Lampedusa, aquí cambiarán todo para que todo siga igual…

Conciencia y Unidad

Hace poco encontré un libro que me llamó mucho la atención, no solamente por el título o por quien lo escribe, sino porque me hizo percatarme de que mi mente se ha ido abriendo lentamente hacia una postura menos purista e intolerante. Y como me hizo caer en cuenta Sol, todo tiende hacia lo mismo, pero es agradable darme cuenta de que la idea primigenia de mi búsqueda siempre ha sido consistente.

El libro en cuestión se llama “Hara” y está escrito por el conde Karlfried Graf Dürckheim. En cuanto lo vi, sin saber de que se trataba, de alguna manera atrajo mi atención. Una vez que llegué a casa y comencé a indagar, me sorprendí aún más, porque este buen señor es alemán y escribe sobre un concepto muy profundo dentro del pensamiento espiritual de la cultura japonesa, lo cual, a decir verdad, me chocó un poco, porque estoy cansado de leer textos adaptados al gusto de occidente para que se vendan mejor, y que por el camino pierden toda su esencia, debido a que, como dicen los editores, “algunas cosas de estas son ininteligibles para el público medio”. Vaya ridiculez. Quien les ha dado poder para que elijan lo que entiendo y lo que no?

En fin. Controversias aparte, el libro habla del término Haragei, o la “emisión de energía” (ki) desde el Hara, o la base del abdomen. Muchas veces se refieren al Hara como la comunicación emocional. Todo esto estaría muy bien si no estuviera escrito por un autor que viene de una cultura tan metódica y racional como la alemana. Sin embargo, esto no queda allí. A medida que he ido leyendo (no he terminado), me he dado cuenta de que muchas de las ideas expuestas en el texto son atemporales y sobre todo, aculturales, compartidas por todas las creencias y civilizaciones, aunque interpretadas de manera diferente.

En este camino que he venido recorriendo desde hace ya unos meses, me he encontrado con preguntas que no tienen fácil respuesta, interrogantes que parecen ser contradictorios en si mismos, como el encontrar el equilibrio entre las exigencias del espíritu y la interacción diaria con el mundo exterior, la quietud necesaria para el desarrollo interior y el bullicio propio de la condición humana, el trabajar para vivir y el vivir para trabajar… No es fácil abordar estas cuestiones. Lo mejor (o peor, según se vea) ha sido darme cuenta que me falta un trecho grande por recorrer para encontrar mis propias respuestas, para verme sin filtros o imitaciones, sin valencias ganadoras o perdedoras, para descubrir mi verdadera esencia.

A veces tengo miedo. Temo necesitar aislarme totalmente del “mundanal ruido” para escucharme y aceptarme, porque también me he percatado de la importancia que tiene para mi el contacto social, aunque en alguna época pensara lo contrario y llegara incluso a agobiarme. Y viene el pánico, el síndrome de la comparación y la angustia por verme fuera de esa rueda frenética en la que se ha convertido la vida contemporánea. Pero luego recuerdo que fui yo quien escogió estar fuera de ese ritmo endemoniado para poder ver con claridad mis propias necesidades. Y no hablo del dinero o de la mal llamada realización personal. Hablo de lo que necesita mi ser para vivir feliz, del querer liberarme de la tensión entre esos dilemas que me han atormentado durante tanto tiempo, de encontrar el equilibrio.

Sorprendentemente, he ido aprendiendo poco a poco a soltarme, a dejar atrás aquello que ha pasado y que ya no forma parte de mi vida de manera activa. No del todo, porque todavía tengo muchas reticencias en ciertas cosas. Mi ego se resiste a dejar de mandar y esto hace que el camino se torne lento y hasta violento en ocasiones.

Pero bueno, soy todo eso: lo bueno y lo “malo” y el aceptarse con todo ello es el primer paso para vivir plenamente, desde mi punto de vista. No hay recetas mágicas y los métodos que les sirven a algunos no son eficaces en el 100% de los casos. Hay que encontrar nuestra propia solución a medida, que es como un cepillo de dientes, personal e intransferible. En ello ando…

Todo está mal

No me malinterpreten. No quiero posar de pesimista compulsivo y crónico ni nada por el estilo. El título simplemente refleja lo que he venido pensando últimamente sobre lo que está pasando en este planeta en el que vivimos: es como si todas las consecuencias de la alocada gestión y comportamiento de quienes caminamos sobre su superficie nos estuvieran pasando factura a la vez. Déjenme explicarme…

Otra aclaración antes de comenzar: esto no pretende ser la misma “repetición de la repetidera” sobre los problemas del hambre, la miseria y demás, por todos de sobra conocidos… Ahora si, vamos allá.

Imagínense lo que pasa, o bueno, pueden leer el periódico si no tienen ganas de hacerlo: hay crisis, por qué? Porque a unos pocos les dio por jugar con la buena fe de muchos y sostuvieron un sistema basados en mentiras y expectativas irreales que nunca se cumplieron. Resultado? La gente perdió la fe en el sistema bancario, y lo que es peor, el sistema perdió la fe en si mismo y ahora cree que todos sus antiguos clientes son peligros potenciales para su supervivencia. Suena paradójico, pero simplificando mucho, es una buena explicación.

Cuales han sido los efectos colaterales? Algunos buenos (no muchos, que comentaré más adelante) y otros malos para los que pagamos, es decir aquellos (todos) que están viendo cómo nuestros estimados gobernantes dilapidan nuestro dinero para ayudar a salir del atolladero a los bancos y demás instituciones que estaban abusando de la confianza de la gente…

Es increíble ver cómo en un momento se aprueban cantidades astronómicas para tapar un agujero aparentemente sin fondo, porque nadie quiere reconocer la extensión de los daños, mientras que cada día hay más desempleo y problemáticas sociales porque el ciclo económico está atascado: si no hay crédito, no hay inversión y sin este apalancamiento, las empresas no venden. Si esto ocurre, la producción baja y hay que prescindir de personal para ajustarse a las condiciones. Estos nuevos desempleados se amarran el cinturón y no consumen, lo que empeora todavía más la situación, convirtiéndose en un círculo vicioso.

Pero vayamos más lejos: sinceramente me parece un despropósito que las familias o las personas tengan que pagar cantidades exorbitantes por un alquiler (!) o para comprar una vivienda. El sentido común (y ciertos estudios económicos) hablan de que si se gasta más del 30% del total de los ingresos de un núcleo familiar para pagar una deuda hipotecaria o un alquiler, se corre el riesgo (ya comprobado por muchísima gente) de que se presente una peligrosa falta de liquidez. O el simple hecho de que haya un gran número de viviendas vacías o que la relación entre salarios y coste de la vivienda sea simplemente imposible de calcular, y más sabiendo (de labios de un constructor), que el coste real de edificar una casa o piso es aproximadamente el 30 ó 40% de su precio de venta en el mercado. La avaricia al poder otra vez…

Y así ocurre con infinidad de productos y servicios. El afán de ganar dinero a toda costa se lleva por delante hasta a su propio “ecosistema”, haciéndolo insostenible. Si bien es cierto que ha resistido una buena temporada, el ciclo está llegando a su fin, porque simplemente ya no funciona. Desde mi punto de vista, no bastarán todas las medidas económicas que se les ocurran a quienes manejan el dinero del mundo para recuperar la confianza, porque se seguirán descubriendo problemas ocultos que permanecían al abrigo de un esquema permisivo donde todo valía, hasta ahora.

Qué viene ahora? Creo que finalmente la masa crítica para un cambio a gran escala se está alcanzando o llegará en un futuro cercano. Es inconcebible que un 4 o 5 % de la población esté acaparando el 80 ó 90% de los recursos del planeta, y para acabar de empeorar, de la manera más irresponsable posible.

Saben que es lo que más me preocupa? La indolencia rampante a la que nos quieren seguir sometiendo los medios de comunicación, que a toda costa quieren desviar la atención de los problemas de verdad a través de noticias tendenciosas, televisión y radio sin ningún contenido útil, para que sigamos pensando que la solución vendrá, como siempre, de alguien a quien casi nunca hemos visto en persona, o para que sigamos consumiendo pensando que entre más tengamos, menores serán nuestros problemas. Y para terminar, una frase muy popular entre los indigentes de mi país cuando están pidiendo una limosna: “Recuerde amigo que uno se muere y nada se lleva…”

El comienzo de una nueva era

Supongo que todos ustedes ya sabrán que el candidato demócrata Barack Obama ganó las elecciones para convertirse en el presidente número 44 de los Estados Unidos de América. Fue una elección distinta, porque los estadounidenses, hartos del intervencionismo sin sentido de Bush (a quien, sin embargo, eligieron dos veces!) optaron por un cambio de dirección con la esperanza de recuperar el liderazgo y sacar al país de la profunda crisis en la que se halla inmerso.

Debo admitir que en un principio no pensé que fuera posible lograr un cambio de conciencia a tanta escala, y más conociendo la trayectoria política de ese pintoresco país. Recuerdo todavía los debates encarnizados entre Hillary Clinton y el ahora presidente electo, en una lucha que sólo parecía beneficiar a los republicanos, hasta que finalmente la ex-primera dama reconoció la fuerza mediática y el carisma del candidato de Hawai y le ofreció su apoyo, casi me atrevería a decir que demasiado tarde.

Obama es un “recién llegado” a esto de las lides políticas, y eso parece ser que lo ha favorecido. No ha hecho una carrera larga, ocupando varios cargos importantes, como casi todos sus antecesores, pero ha estado en contacto con la gente incluso antes de iniciarse en el mundo político. Fue curioso escuchar en un documental de la MSNBC fechas cómo 1990, 1999, etc., cuando McCain, su rival demócrata, contaba sus traumáticas experiencias en la guerra de Vietnam. Lo cierto es que su atípica carrera puede darle una significativa ventaja a la hora de encarar los viejos vicios que plagan el quehacer de gobierno de una de las naciones más poderosas del planeta. La llamada “Mente del Principiante” puede obrar milagros para renovar las ya desvencijadas estructuras de poder de los Estados Unidos.

Sin embargo, tengo también que decir que “amanecerá y veremos”. Ya estoy cansado de escuchar promesas que a la larga no se cumplen y tener que conformarme con ser un espectador de los contínuos errores y desaciertos que aquellos que se autoproclamaban como “la solución” cometen impávidos, sabedores de que mientras detenten el poder, nadie podrá cuestionar su autoridad de manera eficaz (aparte de impeachments y otras fórmulas usadas en raras ocasiones). El senador de Illinois promete y mucho, representa la esperanza de millones de personas que alzaron su voz para decir “ya basta”. Habrá que ver si es realmente un catalizador y canal del cambio o simplemente sus buenas intenciones se diluyen en las veleidades del poder.

Para terminar, un deseo para el nuevo presidente: “Trabajo, trabajo y trabajo”. Y por supuesto, mi frase favorita “がんばって ください” o “Hazlo lo mejor que puedas”.

Pistas

He comenzado a identificar patrones recurrentes en mi conducta. Cosas como el deseo de escribir, que comienza a plasmar ideas coherentes y profundas en mi cabeza, pero que a la hora de dejarlas fluir y transformarse en palabras visibles, se tornan difusas y desaparecen en una bruma pertinaz, que sigue ahi, como queriendo impedir que otros se adentren en ese universo particular y singular que todos tenemos dentro. Es como si existiera algún miedo oculto a expresar el pensamiento puro, sin filtros ni condicionantes.

Sin embargo, es como si la realidad me fuera dejando pequeños fragmentos de información que, en buenas manos y con un poco de paciencia, se van transformando en luces que iluminan, aunque fugazmente, esa parte del camino que estoy recorriendo. De alguna manera, las piezas comienzan a encajar, se ve un esquema, algo de orden, una tendencia definida por momentos, que me hace pensar y sentir que de alguna manera, voy encontrando eso que siempre he buscado. No es un proceso lineal, por el contrario, es bastante caotico y muchas veces parece que la sincronicidad desaparece dejando paso a un vacio yermo en el que nada tiene sentido, pero al seguir hilando esos flashes fugaces, la coherencia vuelve y el camino continua.

Creo que por fin he podido entender, en parte, la razón de ser del zen. El no-buscar, el no-perseguir, la idea del no-objetivo. Como dice Pema Chodron, el primer paso es aceptarnos tal como somos, sin agredirnos queriendo cambiar aquello que supuestamente es malo y no nos gusta. Para una mente tan cuadriculada como la mia, el prescindir de una meta tangible es un trabajo arduo, que choca con todas mis ideas basadas en la lógica. Al fin y al cabo, el genio y la neurosis están entrelazados de una manera tan íntima que va mas allá de mi comprensión. El querer deshacernos de “eso” que odiamos es más o menos como el suicidio simbólico para matar a Tyler Durden, una agresión hacia nosotros mismos que lo único que consigue es destruirnos.

Lo mejor de todo es que, viendo esto, dejo salir más a menudo todas las facetas “ocultas” de mi vida, y para mi sorpresa, las coincidencias de las que habla Zancolli son mucho más afines a ellas que a lo que consideraba “correcto”. Hay que saber escuchar y ver, para poder apreciar lo que tenemos alrededor.

La vida va más allá de las máquinas y la tecnología, aunque a veces parezca que estas tengan la solución a nuestros interrogantes…

Automáticamente

A veces, lo que sale es escribir. Sin pensar mucho en el tema, el ritmo, la concordancia y todas esas cosas que de cuando en cuando se atraviesan y matan sin piedad la creatividad. Son muchas emociones a la vez. El cerebro no es capaz de procesarlas todas y van quedando en cola, prolongando la agonía o la euforia, hasta que finalmente salen, pero cuando esto ocurre, ya hay una nueva pila de pensamientos esperando pacientemente ser el foco de nuestra esquiva atención.

Curioso. Algunos saldrían corriendo o gritarían hasta quedarse sin voz. Yo escribo. Y aunque a veces me gustaría poder plasmar todo lo que me ocurre, es casi imposible. La riada de sensaciones me abruma y sólo puedo expresar una pequeña parte de todo aquello.

Pero continuo haciendo el esfuerzo. Toda esa energía no puede quedarse encerrada y pugna por salir y ser vista y oida. Lo mejor es dejarla fluir, sin filtros ni censuras, aunque el lado racional proteste y comience a examinar todo lo que pasa para evitar un paso en falso. De todas formas, la sensación de poder equivocarse y dejar libre ese lado oscuro reprimido en la mayoría de los casos resulta muy atractiva y provocadora, un vértigo diferente y excitante, más allá del control y la imagen que nos tienen atenazados la mayor parte del tiempo.

El problema es la inercia. Esa maldita inercia resultado de un laborioso trabajo del ego por crear hábitos que nos brindan una falsa sensación de seguridad. Esa que no queremos abandonar por muy mal que esté todo, porque representa lo conocido, los pilares de nuestra existencia, que aunque agrietados, siguen sosteniéndolo todo, o al menos, eso es lo que creemos.

Cómo vencerla? Dificil tarea, pero no imposible. Hacen falta serenidad y paciencia. Constancia y dedicación. El objetivo es construir un blindaje ante esos falsos y efímeros placeres, contra el tedio, contra la saturación de novedad. Volver al interior. Dejar de buscar fuera. Frases estas escritas con rapidez, pero que toman años para volverse realidad. Pero al fin y al cabo, es o no viable un autoconocimiento honesto? La respuesta está en cada uno de nosotros…

Mirando hacia otro lado

Hace poco volví de un viaje que hice a Perú, para acompañar a Sol a conocer ciertos lugares de esos que hay que ver antes de morir, según dicen algunos. La experiencia fue muy interesante, pero más por el hecho de lo que pude ver y experimentar en la parte “no turística” que por haber visitado esos sitios. De hecho, la visita me dejó un cierto regusto desagradable en la boca y en el corazón. Pero vayamos por partes…

Visitamos Cusco, Machu Picchu, Arequipa y el Valle del Colca, por no citar todos y cada uno de los lugares a los que fuimos. Si bien es cierto que todos ellos no carecen de encanto y misterio, todo esto queda opacado por lo que se me ocurre llamar “prostitución del turismo”, y no me refiero a eso que algunos o algunas están pensando, sino más bien a la avidez desmedida que caracteriza a la gente de estos lugares, especialmente Cusco y Machu Picchu, como si quisieran aprovechar hasta el último centavo de los que, atraidos por la leyenda y la historia, dirigen sus pasos hacia allí. Lo malo es que se ha conseguido todo lo contrario. No hay ningún sentimiento de conexión con el cosmos o de “recarga de energía”. Lo único que se percibe es una ambición descontrolada, un ansia de ganar dinero desorbitada, aprovechando el afán universal, tan de moda últimamente, de reconectar con nuestras raíces. Lo peor es que todo este caudal de recursos no revierte en quienes allí viven, ya que los contrastes entre quienes tienen y los que no son cada vez más evidentes y abismales.

Ya no hay nada genuino en este lugar. Todo está en función del turista, incluso se le hace sentir en casa cobrando precios que la gente del país no podría permitirse. Nivel europeo o de los Estados Unidos en una nación donde el índice de pobreza a nivel rural (es decir, casi todo el país) ronda el 70%, cosa paradójica en un estado cuyo crecimiento económico de los últimos años no baja del 8%. Pero sin irnos por las ramas, el que vaya esperando encontrar una experiencia mística y auténtica, debe alejarse de los centros turísticos. La experiencia en Arequipa se acerca más a lo que debería ser, pero se deteriora rápidamente, por los mismos vicios que menciono en Cusco.

Esto no quiere decir que no hay personas honradas que realmente quieren hacer sentir bien al turista y esperan que vuelva a conocer lo que su tierra tiene para ofrecer, mostrando el orgullo que sienten por ella, pero lamentablemente son cada vez menos.

El verdadero viaje comenzó cuando nos fuimos a lo que alguien que conocí allí dio en llamar el “Perú Profundo”. Ese que no sale en los mapas de los sitios que no hay que perderse y donde encontrar un extranjero o turista es todavía una curiosidad. Aquellos lugares que solo aparecen cuando el gobierno publica los indicadores de pobreza y donde supuestamente hace falta más esfuerzo, pero los recursos no acaban nunca de llegar. Fue aquí que vi cosas que no esperaba y recordé que el mundo no es la limpieza y supuesta pulcritud a la que estamos tan acostumbrados, como si fuera lo más normal. No, este es el mundo de más de la mitad de los habitantes de este planeta, donde la gente muchas veces no tiene electricidad ni agua corriente, en el que las distancias que se nos antojan cortas en este universo paralelo de autopistas y asfalto, se hacen eternas, y donde los caminos discurren aferrándose a las montañas por lugares imposibles, llenos de piedras y polvo, o de lechos de barro infranqueables en la estación lluviosa.

Impresiona ver la vivacidad de los ojos de los niños y niñas, muchas veces mal nutridos, que se va apagando a medida que crecen, siendo sustituida por una tristeza entremezclada con la malicia necesaria para sobrevivir en estas condiciones tan complicadas. A pesar de todo, hay gran cantidad de sonrisas, bromas y esperanzas, basadas en cosas simples, como un balón, un rato de televisión o simplemente una carrera que dejaría sin aliento a cualquiera por llevarse a cabo a más de 3.000 metros de altura.

Pasar en silencio en frente del único “videoclub” del pueblo, y viendo como durante dos o más horas, hay grupos de todas las edades, viendo absortos una película de pie, en medio de la calle, en una pequeña pantalla y escuchando sus risas cuando le toca el turno a una comedia. Me recordó a esos majaderos y majaderas que no respetan un cine o que dejan todo hecho un asco sabiendo que hay gente que limpia. Me pareció estar viviendo en otro planeta…

Pero lo mejor de todo es el cielo. Un firmamento límpido, sin nubes, con una luna llena tan brillante que muchas veces no había necesidad de encender una luz para leer dentro de la habitación. Astros flotando en el gélido cielo andino, contemplando plácidamente a los que abajo siguen viviendo en comunión con la naturaleza, sin dejarse contaminar por los placeres efímeros del progreso.

Y la gente. No sólo los habitantes del pueblo, sino quienes están allí trabajando por la comunidad. Hombres y mujeres valientes y entregados, que sin hacer caso a la escasez de recursos o la lejanía de familiares y amigos, todos los días emprenden sus tareas con alegría y un genuino deseo de ayudar a que quienes les rodean vivan mejor, respetando sus costumbres e integrando el conocimiento y la ciencia actuales a las formas ancestrales, para conseguir lo mejor de los dos mundos.

Este fue el verdadero viaje: el poder ver que la mayoría del tiempo nos quejamos por lo que decimos no tener, sin recordar que hay muchos otros que viven sin casi nada, pero a la vez, sin desear más allá de lo que pueda satisfacer sus necesidades básicas o mejorar un punto su calidad de vida. Un pensamiento recurrente me acompañó durante esos días: volveremos alguna vez a la frugalidad después de comprobar que la tristemente sociedad del consumo está abocada a su propia destrucción? La respuesta no es fácil de determinar…