Esta mañana me llegó una invitación vía Twitter para que hiciera una entrevista en Whohub, un curioso sitio donde se dan cita profesionales de diversos campos y comparten su particular visión del mundo, según a qué se dediquen. Como decía alguien por ahí, las preguntas, que me parecieron bastante bien planteadas, me hicieron pensar un poco sobre lo que hago y cuales son mis expectativas presentes y futuras. Si a alguien le interesa, el contenido integro de la entrevista se puede ver aquí.
Que se jodan
A veces sueño despierto con una realidad distinta que se aleje del marasmo y el tedio que produce la repetición interminable de las mismas situaciones con idénticos resultados. El ver la situación de Colombia de lejos, desde una posición diferente que me hace creer que vivir de otra forma es posible, me permite formarme otra opinión un poco más contrastada sobre lo que podría ser, pero que desafortunadamente por la miopía y la vida en una burbuja de unos cuantos miles de colombianos, y por otra parte, la desesperanza y resignación forzada de otros tantos millones que ya no creen en el sistema porque simplemente este no hace nada por ellos, hayan elegido el garrote y la violencia como “alternativa” a un gobierno autoritario que cree que sólo uno de los múltiples problemas del país es la causa primigenia de la desigualdad y la intolerancia.
Había una gran oportunidad, una ventana de esperanza para dejar de hacer trampas, de ensalzar el “todo vale” como cultura de vida, de permitir que los méritos y el trabajo duro tomaran el lugar del amiguismo y la politiquería de siempre, de cambiar las caras largas del funcionario de turno que simplemente medra por los despachos por gente que realmente trabaje de verdad por el país, con vocación, esfuerzo y valentía, para que tantos millones de compatriotas pudieran ver que otro futuro es posible y que la vida no se reduce a sobrevivir en medio de las luchas de poder de unos y otros, pero pudo más el miedo, el “poder seguir yendo a la finca”, las cervezas, el tamal, el fraude generalizado en los conteos de las votaciones, los buses de Familias en Acción y sobre todo, la indiferencia y el desprecio absoluto de quienes de una forma u otra han asegurado su subsistencia de manera más o menos decorosa, por aquellos que no tienen nada: los “indios patirrajaos”, la “chusma”, esa masa de personas sin nombre que trabaja de sol a sol todos los días con motivaciones y salarios miserables. Esos, para los que tienen, no importan en absoluto.
El cambio social no importa. Lo interesante es poder seguir “dándoles en la jeta” y manteniendo a raya a aquellos que pueden representar una amenaza (léase, salir de la pobreza, tener una casa mejor, educar a sus hijos en una universidad o poder trabajar por un salario decente). Nadie ha pensado que ocurrirá cuando se derrote a la guerrilla militarmente: los vamos a exterminar a todos? Y los desmovilizados? Y los que se rinden? Y los que desertan? Los vamos a esconder debajo de la alfombra? Que pasará con el enorme ejército que se ha creado para combatir este problema y que consume grandísimas cantidades de recursos estatales, mientras en los pueblos y zonas más apartadas los puentes se caen, no hay acueductos, los maestros de escuela migran a las ciudades a engrosar los cinturones de pobreza (para aumentar la “masa chusmeril”) y quienes se quedan en sus tierras viven aterrorizados por fuerzas oscuras de las cuales nadie les protege?
No hay visión a largo plazo. Repetimos una y otra vez los mismos errores del pasado. Me entraron escalofríos leyendo las declaraciones del nuevo ministro de hacienda cuando hablaba de la “revolución social”, o lo que es lo mismo, el famoso “Salto Social” de Ernesto Samper, aquel infausto presidente que aisló igual o más que ahora al país por sus múltiples escándalos de corrupción, pero ni así lo pudimos sacar de la Casa de Nariño.
Bien dicen que el pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla. Parece que desafortunadamente, nos hemos dejado ganar por la inercia y el miedo a lo desconocido, aunque esto último tenga la promesa casi certera de comenzar a crear una realidad más justa, equitativa y transparente. Llevamos 200 años soportando mandatarios corruptos y opacos, que velan por sus propios intereses y a los que el pueblo llano poco o nada les importa.
Estoy triste, pero a la vez furioso por la ceguera crónica y terca del que no quiere ver, así las pruebas sean contundentes. La mano oculta del poder, que no el pueblo, ha hablado. Espero de corazón que algún día cese la horrible noche y que de estos tiempos no queden sino líneas olvidadas en los libros de texto, que además sirvan de recordatorio y advertencia sobre lo que puede pasar si no obramos con responsabilidad.
Por el momento, la frase que me sale del fondo del alma hacia aquellos colombianos que no confían en sí mismos y que creen que la continuidad de la violencia, la corrupción, las trampas, las mentiras y el lucro personal son lo único que merecen vivir es QUE SE JODAN. Las consecuencias de sus decisiones no tardarán en llegar. Espero que mediten sobre ellas, y sobre todo, que su comportamiento cambie en consecuencia, aunque lo sé: soñar no cuesta nada.
Será que soy malpensado
Hoy es la segunda vuelta de las elecciones en Colombia, y aunque para alegría de quienes quieren que todo siga igual, el candidato Santos parte con ventaja, los soñadores locos como yo pensamos que todavía es posible una sorpresa, un cambio de actitud que permita al país salir de ese agujero negro sin fin en el que se encuentra desde hace tantos años. Sin embargo, pasan cosas que me hacen pensar de todo…
¿Será que soy malpensado si digo que justamente esta semana que acaba de terminar se produjo la liberación de 4 rehenes de importancia que tenían las FARC en su poder hace más de 10 años? ¿No podrá ser esto parte de una estrategia de impacto para que aquellos indecisos o los que dudaban de la famosa Seguridad Democrática se decanten por la supuesta mano dura del sucesor de Uribe?
¿Será que soy malpensado si digo que un día si y otro también leo que gracias al terrorismo de estado que aprovecha la paupérrima situación de las familias más pobres de Colombia, que se han convertido en mendigos gracias a los supuestos auxilios y subsidios gubernamentales, hay cada vez más gente que “tiene” que votar por obligación, so pena de que les sean retiradas las ayudas? ¿Será que soy malpensado si digo que el mismo gobierno que empobreció y polarizó al país de una forma que no se había visto en décadas, es quien manipula a su antojo su poder para perpetuarse en el mismo?
¿Será que soy malpensado si creo que cuando parece que todas las cartas están echadas, el presidente Uribe declara que “siempre ha respetado al Doctor Mockus”, cuando hace pocas semanas le aludió llamándole un “caballo enfermo”, refiriéndose veladamente a su enfermedad (Antanas Mockus declaró hace poco tiempo que padece de Parkinson, pero los médicos que le atienden aseguraron que esto no afecta ninguna de sus capacidades mentales)?
¿Será que soy malpensado cuando creo que esta segunda vuelta es una simple farsa para que el pueblo colombiano crea que puede escoger a sus gobernantes, cuando misteriosamente y en contra de todo pronóstico, Santos tuvo una arrolladora victoria en la primera vuelta?
Y por último, ¿será que soy malpensado si digo que espero que algún día mis compatriotas se den cuenta que es posible vivir mejor y que la violencia sólo genera más violencia? Ojalá que no…
Tercos y encima tontos
Dicen que no hay peor ciego que el que no quiere ver. Esta afirmación, aunque muy trivial y usada en nuestros tiempos, adquiere una nueva dimensión cuando la vivimos de cerca, es decir, cuando hay situaciones que se repiten una y otra vez sin que podamos hacer nada para evitarlas.
En estos casos no valen argumentos de ningún tipo, ni la resistencia pasiva, ni las demostraciones irrefutables. El resultado siempre es el mismo: aquellas personas que no pueden (o no quieren, que es peor) ver una realidad evidente me resultan especialmente molestas. Si bien me gusta aplicar la compasión con aquellas situaciones que me resultan difíciles de entender, el lidiar con este tipo de casos es, hasta ahora, superior a mi. Me sigue molestando y enfureciendo la insistencia con que algunos quieren darle importancia (y obligar a otros a que lo vean de la misma manera) a momentos o ideas que son relevantes única y exclusivamente para ellos.
Si hablamos de ideas abstractas como la política, puedo llegar a entender la disparidad de criterios, ya que todo depende de la óptica y del grado de afectación o impacto que pueda tener una u otra propuesta en cada persona, pero cuando el tema pasa al terreno de lo familiar o personal, el aplicar la tolerancia infinita se hace muy difícil, ya que la única manera de que nos dejen en paz es haciendo lo que les parece correcto a estas personas, lo cual implica automáticamente (para ellos) que dejemos de pensar o hacer lo que nos parece correcto a quienes están tratando de forzar, perdón, convencer.
El ver otras realidades y trascender estados de conciencia primitivos siempre ha sido el leit motiv de la raza humana, y sinceramente me es muy complicado entender a quienes insisten en darse golpes una y otra vez con el mismo cristal como la mosca que, atraída por la luz y por un impulso irrefrenable que no sabe de donde viene, insiste en hacerse daño por no poder pararse a pensar si lo que está haciendo es bueno para su vida o no.
¿Saben que es lo peor? Qué algunos, diciendo ser tan evolucionados y desarrollados, tienen un pequeño cerebro de insecto que limita su universo conocido a una luz borrosa y a un cristal invisible. Si quieren matarse a golpes, me parece fantástico. Todo el mundo es libre de elegir, ¡pero que nos dejen tranquilos a los que hemos decidido abrir la puerta o la ventana para pasar al otro lado!
Unas cuantas razones para no quejarse
Colombia duele más desde afuera
Hace unos días tuve una pequeña discusión con algunas personas de mi familia por temas políticos, cosa que nunca había sucedido y que gracias al gobierno que en los últimos años ha polarizado tremendamente al país, se ha vuelto tema recurrente en las conversaciones de quienes vivimos fuera y dentro de Colombia. Creo que resume de una manera excelente lo que pensamos y sentimos quienes abandonamos la patria por no estar conformes con la realidad que unos pocos quisieron que viviéramos y lo que deseamos para nuestra tierra en un futuro ojalá no muy lejano.
Dedicación y entrega
El martes estuve dándome una vuelta por Barcelona después de trabajar y terminé (como no) cenando en un restaurante japonés de cuyo nombre no quiero acordarme porque quedé bastante decepcionado con la calidad de la comida. Lo que me llamó mucho la atención, y creo que pagó con creces la Kirin que me bebí (además de unas guiozas medianamente decentes), fue la actitud de uno de los cocineros.
Estoy casi seguro que era japonés, sus facciones y rasgos no eran chinos, que es lo habitual en estos establecimientos, y transmitía un aire de dignidad y tranquilidad enormes mientras hacía su trabajo. El verlo envolver lentamente pero con seguridad y maestría los rollos de nori, el arroz y el atún, sin perder en ningún momento la compostura, me transportó brevemente a las calles de Tokyo, donde este tipo de establecimientos abundan y no han perdido ese “toque artesanal” que los hace entrañables. El producto final era perfecto y bien elaborado. “Un placer al comerlo”, pensé, aunque no pedí en esta ocasión ninguna variedad de sushi.
Comencé a pensar que podría estarle pasando por la cabeza en ese momento. Qué circunstancias extraordinarias le habrían llevado a estar en esa ciudad, tan alejada de su país, preparando comida para transeúntes despistados que poco o nada valorarían su trabajo delicado y preciso. Durante el poco tiempo que estuve allí, no lo vi pronunciar una palabra. Estaba totalmente concentrado en lo que hacía, como si el mundo bullicioso y superficial que le rodeaba simplemente no existiera. Pero aún y todo, hacía gala de una serenidad profunda, cosa poco habitual en un establecimiento del tipo “fast food”, aunque el sitio no era exactamente eso.
“Al final”, pensé luego, “todo es un problema de actitud”. De cómo nos tomemos las cosas y aceptemos la realidad depende el resultado que obtengamos. Hace poco leí un libro que me impresionó, y en un apartado que me gustó particularmente decía: “no te tomes nada a nivel personal”. Creo que era esto precisamente lo que estaba haciendo aquel cocinero asiático en medio de un mundo completamente ajeno. Trabajaba con pasión y sin resentimiento. O como diría Seth Godin, estaba simple y llanamente creando arte. Y lo aplaudo por ello.
El duro arte de crear
De esto ya he hablado otras veces, pero en ocasiones me resulta especialmente complicado encontrar el tiempo y la inspiración para sentarme y plasmar mis ideas. Sé que lo necesito, que me resulta reconfortante, pero el “cerebro de reptil” como bien lo llama Seth Godin, lucha con todas sus fuerzas para evitar la crítica, el fracaso o que alguien se ría de lo que escribo. En muchas ocasiones gana la batalla, sin apenas tener resistencia de mi parte, pero de un tiempo para acá, estoy aprendiendo a darle lo que quiere y a que vea que el errar o equivocarse no es tan malo ni tan catastrófico como cree.
El no romper la cadena resulta complicado. Pero lo es más aún, en el largo plazo, dejar para mañana aquello que nos resulta importante para reconfortar el espíritu, dejándonos envolver en las banalidades diarias que poco o nada aportan a nuestro crecimiento personal.
Lo curioso es que, cuando he dejado de luchar contra el “reptil” y comienzo a tomármelo con más calma, las ideas fluyen de manera espontánea y no me cuesta transcribir aquellos pensamientos relampagueantes que cruzan por mi cerebro. Me alegra y me satisface. El dejarse estar, como me decía alguien hace algún tiempo, tiene sus ventajas, pero es un arte que hay que cultivar y practicar con asiduidad…