Japón (VI)

Una nueva crónica del fantástico viaje a Japón que hicimos el año pasado (Lo bueno de hacerla tanto tiempo después es que los recuerdos que trae son muy agradables!). Esta vez, seguimos paseando por las calles de Shinjuku, Shibuya, una visita a la estatua de Hachiko y un señal de peligro muy curiosa que vimos cuando volvíamos al hotel…

Dedicación y entrega

El martes estuve dándome una vuelta por Barcelona después de trabajar y terminé (como no) cenando en un restaurante japonés de cuyo nombre no quiero acordarme porque quedé bastante decepcionado con la calidad de la comida. Lo que me llamó mucho la atención, y creo que pagó con creces la Kirin que me bebí (además de unas guiozas medianamente decentes), fue la actitud de uno de los cocineros.

Estoy casi seguro que era japonés, sus facciones y rasgos no eran chinos, que es lo habitual en estos establecimientos, y transmitía un aire de dignidad y tranquilidad enormes mientras hacía su trabajo. El verlo envolver lentamente pero con seguridad y maestría los rollos de nori, el arroz y el atún, sin perder en ningún momento la compostura, me transportó brevemente a las calles de Tokyo, donde este tipo de establecimientos abundan y no han perdido ese “toque artesanal” que los hace entrañables. El producto final era perfecto y bien elaborado. “Un placer al comerlo”, pensé, aunque no pedí en esta ocasión ninguna variedad de sushi.

Comencé a pensar que podría estarle pasando por la cabeza en ese momento. Qué circunstancias extraordinarias le habrían llevado a estar en esa ciudad, tan alejada de su país, preparando comida para transeúntes despistados que poco o nada valorarían su trabajo delicado y preciso. Durante el poco tiempo que estuve allí, no lo vi pronunciar una palabra. Estaba totalmente concentrado en lo que hacía, como si el mundo bullicioso y superficial que le rodeaba simplemente no existiera. Pero aún y todo, hacía gala de una serenidad profunda, cosa poco habitual en un establecimiento del tipo “fast food”, aunque el sitio no era exactamente eso.

“Al final”, pensé luego, “todo es un problema de actitud”. De cómo nos tomemos las cosas y aceptemos la realidad depende el resultado que obtengamos. Hace poco leí un libro que me impresionó, y en un apartado que me gustó particularmente decía: “no te tomes nada a nivel personal”. Creo que era esto precisamente lo que estaba haciendo aquel cocinero asiático en medio de un mundo completamente ajeno. Trabajaba con pasión y sin resentimiento. O como diría Seth Godin, estaba simple y llanamente creando arte. Y lo aplaudo por ello.

Okuribito

Hace un rato terminé de ver esta película japonesa del director Yôjirô Takita (que por cierto no conocía), pero que tenía muchas ganas de ver desde que ganó el Oscar a la mejor película extranjera el año pasado. Tal vez no lo he comentado, pero me encanta la estética y el minimalismo del cine japonés, y a pesar de que existan películas un poco extrañas para la mente occidental, el intimismo que hay en ciertos directores como Beat Takeshi, hacen que valga la pena “arriesgarse” a explorarlo.

El título podría traducirse como “El que envía”. En español fue presentada como “Despedidas”, que se ajusta relativamente bien a la temática. La historia habla de Daigo Kobayashi, un cellista frustrado que después de que su orquesta se disuelva, vuelve a su ciudad natal y consigue un empleo bastante particular, realizando la ceremonia del Nôkan, que es algo así como el que prepara a los difuntos para ser depositados en el ataúd.

A partir de aquí comienzan a desarrollarse muchos acontecimientos que le hacen ver que la vida no es más que un soplo de aire dentro de la inmensidad del universo. Hay crisis, hay momentos tristes, complicados y alegres, pero al final el mensaje es que nada es tan difícil o insuperable.

Desde hace un tiempo reflexiono sobre la vida y la muerte, y ver esta historia me ha hecho pensar que definitivamente todos vamos hacia el mismo destino y que de nosotros depende el poder sacar lo mejor de nuestra existencia, sin obsesionarnos con objetivos imposibles o impuestos. La realización personal es un asunto muy íntimo en el que nadie debe o puede inmiscuirse, porque de los errores derivados de estas intromisiones puede depender la felicidad o la fatalidad de una vida, que al final es lo único y más importante que poseemos.

A veces me veo inmerso en tantas insignificancias que me alejan de la contemplación y el sosiego que pierdo la perspectiva y creo que con tener o lograr podré sentirme bien. Craso error! Lo bueno es que cada vez soy mas consciente de estas distracciones y vuelvo al camino tranquilamente, sin fustigarme ni hacerme daño, hábito corriente hasta hace más bien poco tiempo.

Cual es el mensaje de esta pequeña obra maestra? Para mi, aparte de la fugacidad de la vida, es que podemos convertir en una obra de arte cualquiera de nuestros actos, por increíbles o extraños que parezcan a los ojos de los demás. También ha renovado un tanto mi amor por la vida y me ha reconciliado con esa parte recalcitrante y exigente de mi mismo que sigue pensando que el éxito está en las metas pasajeras que nos han vendido como la razón de vivir. Lo mejor es deshacerse de odios y emociones que nos quiten la energía para concentrarnos en disfrutar y aprender, que al final de todo, fue lo que vinimos a hacer a este planeta.

Soplando virtualmente

En esta minimalista pero espectacular instalación del diseñador Tokujin Yoshioka para una de las tiendas de la cadena Hermès ubicada en Tokyo, podemos apreciar la belleza de la sencillez, sin que deje de asombrarnos. Se puede ver allí hasta el 19 de enero, por si alguien quiere pasarse…

El lugar correcto

Y más de Kosai Sekine. Esta vez un corto sencillo pero cargado de humor negro y, por qué no decirlo, esperanza para todos los que buscan su lugar en el mundo. Y sí, así son los “combinis” por la noche en Japón…

Japón (V)

No es que no quiera poner más videos, pero ante la falta flagrante de tiempo, energía y sobre todo, acceso a Internet sin precios abusivos, además de un software decente de edición de video (lo siento por los fans de Windows, pero iMovie les da 1000 vueltas a los competidores), prefiero escribir y dejar el testimonio en película para cuando regresemos a casa.

El fin de semana estuvo interesante. El sábado fuimos al Mercado del Pescado de Tsukiji y luego al Museo Ghibli en Mitaka.

Para ir al mercado, hay que madrugar y mucho. Lo ideal es estar hacia las 5 AM allí para “coger sitio” en el salón de subastas del atún, que no está muy bien señalizado y al que llegamos un poco de casualidad. Claro que en esto tiene que ver el hecho de que el taxista que nos llevó desde el hotel (el metro todavía no está funcionando a esa hora) nos dejó en una puerta lateral y no en la entrada principal.

Una vez dentro, se pueden ver los atunes congelados siendo examinados por los expertos en la materia, quienes pujarán por ellos en cuanto empieza la subasta. Hay empleados que nos avisan que no se pueden tomar fotos con flash con carteles en varios idiomas y que deberíamos (nadie lo hace) salir a los 10 ó 15 minutos de haber entrado para dejar sitio a más gente. Al final, todos nos apretujamos en la estrecha zona de los visitantes, localizada justo en la mitad del sitio de las subastas.

El momento emocionante es cuando los “directores de la subasta” comienzan a tocar la campana para avisar que está a punto de comenzar la puja por los distintos lotes. Se suben a un pequeño taburete y comienzan a gritar de manera peculiar los distintos números y a anotar las pujas obtenidas. El proceso no dura más de 5 minutos. Hay evidencia en video para explicarlo mejor.

Luego de presenciar el proceso, sobre las 6:15 AM, termina el “espectáculo” y los pescados son sacados por sus propietarios en carretillas de madera. El paso siguiente es buscar un sitio para desayunar, dentro del mismo mercado. Encontramos uno donde había cola (casi todos tienen) y después de esperar casi media hora, pudimos entrar. El local era pequeño y nos tomaron la orden mientras esperábamos. Todo muy organizado. Entramos, nos sentamos, comimos, pagamos y fuera. Otros 10 comensales entraban. Producción en serie al más puro estilo japonés.

Luego de eso recorrimos los puestos alrededor del depósito central del mercado, donde hay implementos para el oficio, verduras, etc. Compramos un cuchillo japonés MUY afilado (Sol se hizo un corte profundo con sólo manipularlo un momento) a muy buen precio. Incluso nos dieron instrucciones para su cuidado y mantenimiento en una hoja impresa en inglés y japonés.

Luego volvimos al hotel para darnos una ducha y descansar un rato antes de seguir con la jornada y nuestro siguiente destino: El Museo Ghibli en Mitaka.

El museo es una especie de “Disney World”, guardadas las proporciones, creado alrededor de una figura muy importante en la animación japonesa: Hayao Miyazaki. Sobra decir que hay que haber visto al menos una de las películas para entender lo que ocurre aquí. Las entradas se compran por Internet con previa reserva (hay que hacerla un par de meses antes como mínimo) y se canjean en el museo.

Para llegar a Mitaka, se parte de la estación de Shinjuku y el recorrido dura unos 20 minutos. Una vez en la estación, hay que salir de la misma, girar a la derecha, bajar las escaleras, comprar los tiquetes bajo las mismas y esperar el autobus que nos llevará al museo en la parada número 9. No tiene pérdida porque el pequeño vehículo de color beige lleva motivos del museo y personajes de las películas en su exterior.

Al llegar, se canjean las entradas y nos darán unos pases para un corto de 20 minutos de duración (en japonés) que se puede ver durante la visita, a la hora y 15, 35 y 55 minutos. Es importante acercarse a la fila faltando unos 10 minutos para que comience la proyección, porque el aforo es limitado.

La visita no es larga, se puede hacer en un par de horas, incluyendo un rato para comer algo (lo que hicimos nosotros) y la película. Las salas incluyen bocetos, dibujos, animaciones, se nos muestra como se hace una película de esta naturaleza y hay incluso una reproducción del estudio de Miyazaki, que vive muy cerca del museo. No está permitido hacer fotos dentro de las instalaciones, pero sí en los jardines y exteriores de las mismas.

Al salir, el bus nos lleva nuevamente a la estación de tren para volver a Tokyo, pero decidimos comer algo más en las inmediaciones y nos topamos con una procesión llevada por niños, muy simpática.

En cuanto a la comida, entramos a un sitio donde se hace el pedido a través de una máquina. Tuvimos algunos problemas para entender cómo funcionaba, pero un empleado amable nos lo explicó e hicimos un pequeño tutorial en video que publicaré luego.

Para finalizar el día, nos dimos una vuelta por Shinjuku, curioseamos un poco por Kinokuniya y Takashimaya y volvimos rendidos al hotel.

El domingo nos lo tomamos con un poco más de calma. Salimos hacia el mediodía hacia el parque de Ueno, con el ánimo de visitar el Museo Nacional de Tokyo. Una experiencia altamente recomendable. Está abierto de 9 a 18:30. Es un lugar bonito, cuidado y las obras expuestas no están apretujadas. Al final, se nos invitó a diseñar un “kimono” de papel con distintos sellos de motivos expuestos en el museo. Divertido. Me gusta esta interactividad de los japoneses!

Luego recorrimos el parque y visitamos el mercadillo de Ameyoko, que está al lado de la estación del tren. Una experiencia comparable a pasear por los “polvos azules” de Lima o alguno de los “sanandresitos” en Bogotá. Comimos algo de fruta y una especie de waffle con huevo y verduras en la calle. Ambos muy sabrosos…

Al final, nos dimos una vuelta por Roppongi, vimos un poco de pasada el Roppongi Hills, que es impresionante pero no deja de ser un centro comercial de lujo como tantos otros, similar, a nuestro parecer, con la zona de Postdamer Platz en Berlin, y tratamos sin mucho éxito (era domingo) de encontrar un sitio agradable para tomar algo y bailar un poco. Había muchos occidentales y pocos japoneses.

Hubo dos anécdotas para terminar el día: la primera ocurrió cuando cenamos en un lugar de sushi 24 horas, donde presenciamos en vivo y en directo como un cliente pedía un plato, el cocinero sacaba el pescado vivo de un acuario, lo cortaba y lo servía en un plato, todavía moviéndose, aderezado con verduras y demás.

Y la segunda nos pasó cuando estábamos volviendo al hotel, porque perdimos el último metro y tuvimos que salir de la estación donde estábamos para tomar un taxi en la calle, algo que hicimos sin problemas y llegamos al hotel en 5 minutos. Toda una aventura!