Hoy un par de anécdotas aleatorias: Salimos a dar un paseo con Marcela y decidimos comer en un local cercano. Dada la hora, el lugar tiene poca afluencia de gente y como se estila en estos particulares tiempos, conservamos la distancia dejando mesas entre los comensales y demás. Justo cuando llega nuestra orden, vemos que se sientan en una mesa aledaña un trio de personas mayores que conversan animadamente entre ellos.
Marcela tose y estornuda, y yo añado la siguiente frase en voz alta: “Este tema nada que se quita, pero bueno… la vida sigue…”. Unos segundos después, los 3 ancianos cambian precipitadamente de mesa y se ubican a una distancia “prudente”, con las consiguientes miradas reprobatorias hacia aquellos desconsiderados que osaron salir a la calle sin medir las consecuencias de sus actos para el resto de la sociedad… Sobra decir tuvimos serias dificultades para seguir degustando nuestro desayuno, porque la risa no nos dejaba…
El otro día mientras haciamos el pago de las compras en un supermercado cercano, Marcela me dice: “Apurémonos y vamos a su casa, hay que aprovechar que no está su esposa…”. Yo le devuelvo una mirada cómplice y miro a la cajera que no sabe, literalmente, donde meterse. Trata apresuradamente de terminar la transacción después de cometer varios errores en la misma y desvía en todo momento la mirada hacia el suelo hasta que por fin, para su tranquilidad, nos vamos del lugar conteniendo a duras penas unas sonoras carcajadas…
No hay conclusiónes ni enseñanzas de ninguna clase. Simplemente fueron un par de comprobaciones improvisadas y muy divertidas de los juicios que emite la gente sin pensar ni cuestionar absolutamente nada. Para gustos, los colores…