Sobre la pereza y el fino arte de no hacer nada

Curiosamente, entre los muchos temas sobre los que quiero escribir dependiendo de la época del mes en la que me encuentre, a veces simplemente no surge ninguna idea concreta sobre la que merezca la pena reflexionar, sin embargo, un tema que ha sido recurrente en los últimos años ha sido el de la pereza.

Entiéndanlo como quieran: como un defecto / vicio / mal hábito o lo que más rabia les de. Lo que propongo aquí no es una prescripción sino tal vez un cambio de enfoque para ver algo que ha sido (injustamente) demonizado desde siempre como una oportunidad para experimentar la vida de otra forma.

Me explico: si bien es cierto que vivimos en una sociedad ahora más que nunca permeada hasta el tuétano con los virus de la hiper-productividad, la vanidad, el deseo compulsivo de “mostrar” lo que hacemos / decimos / tenemos / pensamos públicamente, tal vez ocasionados por el miedo inconsciente a la irrelevancia (que ya está presente, sin que nos demos cuenta), el hecho de dejarnos llevar por la ley del menor esfuerzo ahorra muchos dolores de cabeza y nos convierte en seres más reflexivos, consecuentes y sobre todo, enemigos acérrimos del trabajo innecesario (incluído en el concepto de la irrelevancia mencionado antes).

Que cómo ocurre esto? Es simple. Si buscamos la manera menos penosa, costosa y que más tiempo ahorre para cumplir con nuestros compromisos u obligaciones, podremos quitárnoslas de en medio de manera expedita y dedicar el tiempo restante a otras actividades, como la del fino arte de no hacer nada que menciona el título de estas líneas. El “parecer productivos” tal vez nos granjee una falsa y efímera admiración, y también, que es lo más probable, cada vez más envidias y enemigos soterrados. Recordemos que la mayoría de las ocupaciones actuales no producen ni aportan nada al medio que las genera, son los llamados “trabajos de mierda” que en nada enriquecen a la sociedad, que convierten a los pobres diablos que los ejecutan en seres grises, idiotizados e incapaces, y que nadie echaría de menos si dejaran de existir de un momento a otro (ni a los trabajos ni a los tontos)…

La pereza puede ser un fabuloso aliciente para vivir de manera despreocupada y satisfactoria, eso si, si la dejamos de ver como algo a evitar a toda costa y más bien nos concentramos en su inmenso poder para centrarnos en lo que realmente nos importe, dejando a un lado ideas caducas, sin fundamento y de plano estúpidas.

Y si después de leer esto, aún necesitan alguna motivación adicional para convertirse a este novedoso estilo de vida, recordemos a Oliver Burkeman, que sostiene de manera categórica que nuestro tiempo es mucho más limitado de lo que pensamos, así que mejor no lo invirtamos de manera irresponsable y más bien dediquémonos a “Ser”, en lugar de a “Hacer” compulsiva y en la mayoría de los casos, inutilmente…

Smoke and Mirrors

Hoy algunas preguntas que se me han cruzado últimamente por la cabeza: En qué momento se nos olvidó vivir? Cuando exactamente decidimos que era mejor hacerle caso a unos extraños que no conocemos para tomar decisiones fundamentales o para confiar asuntos importantes de nuestra vida en sus manos? Cuando nos convertimos en seres cuya motivación última es el consumo y el postureo? Qué desencadenó el proceso para que personas débiles y asustadas que han perdido todo tipo de resiliencia y creatividad para simplemente dejarse engatusar por el idiota de turno con sus modas / tendencias o cualquier tipo de tontería similar, se convirtieran en la norma y no en la excepción?

Esto no pretende ser un regaño ni nada parecido. Únicamente una reflexión (para mi en mi primer lugar) para no olvidar que sea cual sea la opción que elijamos, idealmente debería ser genuinamente nuestra y el resultado de un proceso de razonamiento en primer y segundo grado y no un impulso que casi siempre termina en una situación desagradable.

En fin. La vida es simple, sin embargo, somos especialistas en el arte de complicarla al extremo.  Como decia mi abuelo: “Los problemas no lo buscan a uno, UNO BUSCA LOS PROBLEMAS”…

 

J’aime l’ennui

En estos días estaba recordando algunos momentos que tengo claramente registrados en mi memoria. Instantes de libertad irrestricta que no tienen nada que ver con los conceptos viciados que tomamos como ciertos hoy en día. Vamos allá.

Cuando estaba terminando mis estudios de secundaria, el ritual de todos los días después de terminar las clases era esperar a que nos fueran a buscar a mi hermana menor y a mi, para ir a casa. A veces iba mi mamá, a veces alguien más. Como dependiamos del tráfico y nuestro colegio quedaba en una zona en ese entonces fuera de la ciudad, muchos dias teníamos que ver cómo todos los demás abandonaban apresuradamente el recinto en los buses escolares y el colegio quedaba desierto, silenciándose poco a poco.

Durante este tiempo a veces charlábamos con quienes quedaban por ahí (no éramos los únicos a quienes iban a buscar), revisábamos las tareas que teníamos que hacer o simplemente, y esta es la parte que recuerdo más vívidamente, nos tendíamos en el jardín a ver pasar las nubes. Una de las caracteristicas del lugar donde vivo es que en esa época los cielos eran muy azules la mayor parte del año (cuando no estaba lloviendo). Así que sin más, en solitario o en compañia, sin tener ninguna prisa o pensando en lo que tuviéramos que hacer después, veíamos como las nubes y el viento creaban un improvisado teatro diferente cada vez. Una forma de relajación de lo más sencilla que de alguna manera nos permitía olvidarnos de las clases y los estudios y concentrarnos en ese preciso instante y nada más.

Volviendo al presente,  el simple hecho de “no ser productivos” y tener controlado cada segundo del día, sabiendo perfectamente qué vamos a hacer luego, en una secuencia totalmente plana y sin sobresaltos, es ahora la norma más que la excepción. Ya no hay ningún resquicio por donde se pueda colar el aburrimiento o el “no hacer nada”, ese estado tan temido que combatimos febrilmente con nuestros celulares (porque ahora ya casi nadie lee), como si fuera el mismo demonio.

Hemos olvidado por completo el saber estar sin tecnología o distracciones, durante mucho o poco tiempo. El ver pasar la vida tal como ocurre es algo que evitamos a toda costa, como si el no tener nada en que ocuparnos, independientemente de su supuesta utilidad, fuera el mayor de los anatemas, siendo que hace un poco más de 14 años, era una práctica sana y habitual.

En fin. En lo que a mi respecta, vuelvo una y otra vez a los libros, a la música, al silencio y sobre todo, como sabiamente dicen los italianos, al “dolce far Niente” cada vez que puedo. Acompáñenme! Seguro que lo disfrutan…

Lie to Me

Parece ser, como decia Byung-Chul Han, que estamos definitiva y cómodamente instalados en la “Era de la Post-Verdad”, en la que paradójicamente, se prefieren las versiones “editadas”, “enriquecidas”, “embellecidas” y más “interesantes” a la aburrida y gris realidad de lo que ocurre en el terreno.

Como la gran mayoría de la gente ha sido condicionada con todo éxito (y nadie se salva de ello) para preferir la mayor cantidad posible de estímulos de manera incesante (léase más azucar, más condimentos, más violencia, más desnudos, más ruidos, más imágenes, más música repetitiva e idiotizante y un largo etcétera), cuando se presentan los hechos tal como están ocurriendo, simplemente los ignoran porque no tienen ese “punch” o “garra” de la que hablan los periodistas para ser dignos de su atención, lo que causa en que las personas se conviertan en loros decorativos o como diría alguien, en idiotas útiles que simplemente regurgitan lo que leen, escuchan o ven en medios de cada vez más dudosa fiabilidad, convirtiéndose en expertos ad-hoc de cualquier tema que se esté discutiendo en ese momento, contribuyendo enormemente, como dice un buen amigo, a crear más confusión y demora.

Las verdaderas víctimas de esta creciente corrupción son variadas: la tranquilidad y el silencio (necesarios para ejercer el discernimiento, la verificación de las fuentes y la capacidad de asimilar los datos a un ritmo asimilable para el cerebro humano), la ecuanimidad, el sentido común y lo más grave, la capacidad natural de percibir la realidad tal como ocurre.

El resultado? Una ansiedad y angustia interminables que creemos que se resuelven consumiendo aún más “basura”, porque no encuentro otra manera de llamar a todo lo que circula en los medios online y offline y un sentimiento de impotencia creciente que nubla nuestra capacidad de VER lo que tenemos delante de los ojos, anteponiendo lo que tragamos a lo que perciben nuestros sentidos, porque como decia Orwell: “Decir la verdad se ha convertido en un acto revolucionario”…

Y para terminar, una reflexión al vuelo: de qué nos sirve estar supuestamente enterados de todas y cada una de las supuestas conspiraciones y engaños que circulan si nuestra vida es un completo caos con una gran necesidad de atención?

 

Inedia y Decrecimiento

Justo llegando al segundo día de un ayuno de 72 horas que hemos institucionalizado mensualmente con Marcela, la reflexión sobre el dejar de consumir desenfrenadamente parece casi natural y hasta obligada. Hemos comprobado de primera mano que el dejar de comer, controladamente y con una preparación adecuada, por periodos de tiempo que varían desde 1 hasta 6 dias (en mi caso, el período más largo que he alcanzado hasta ahora) es muy beneficioso para la salud física y mental, pero más allá de las consideraciones obvias derivadas de la conveniencia de dejar de consumir alimentos, es inevitable pensar qué pasaría si aplicáramos la misma lógica a gran escala en nuestra vida cotidiana.

Y no me refiero a tonterías como apagar la luz por una hora (la ridícula “hora del planeta”) ni cosas parecidas. Hablo de cambios más profundos y duraderos: Días, semanas o hasta meses de evitar por completo el consumo superfluo (en otras palabras, sólo comprar o consumir lo que necesitamos para vivir), una actitud compulsiva hacia la reparación de todo aquello que se estropee antes de pensar en reemplazarlo, no desperdiciar comida en absoluto (comprar lo que vamos a comer, aprender a conservar, no hacer tanto caso a las fechas de caducidad, etc.), utilizar los medios de transporte de una manera racional: podemos ir andando, usando el transporte público o la bicicleta a donde quiera que necesitemos? Usar los servicios públicos racionalmente: reducir la duración de la ducha, tener dispositivos ahorradores, apagar las luces de los espacios donde no estemos, etc.

Lo anterior es extensible al consumo de información: es imprescindible pasar tantas horas al día conectados a la red, consumiendo todo tipo de contenidos que requieren de grandes cantidades de electricidad para estar disponibles? Es necesario tanto ruido físico y mental? Y yendo un poco más allá, por qué la manía de “racionar” o “proscribir” el silencio?

Obviamente, no hay que olvidar las circunstancias particulares de cada cual para decidir con buen juicio qué es viable y qué no, sin dejarnos engañar por la pereza o la inercia de lo que hemos hecho durante mucho tiempo.

Y claro, hay que tener en cuenta las consecuencias de las consecuencias, porque desafortunadamente, el mundo en el que vivimos está construido sobre la premisa de la inagotabilidad (o lo que es lo mismo, pensar que los recursos empleados para satisfacer nuestras necesidades, reales o inventadas, son “infinitos”), así que si hay un cambio importante en los patrones de consumo, muchas personas se verán afectadas de una u otra forma, que casi siempre es la razón por la cual no se emprenden cambios de envergadura.

Lo cierto es que el tiempo del despilfarro está llegando a su fin, hablando con benevolencia y sin alarmismos, nos guste o no. La situación actual nos ha mostrado de manera cruda y directa qué pasa cuando el consumo irresponsable se convierte en algo cotidiano e invisible, sin importar los efectos que tenga aquí o en otro lugar distante del mundo, una especie de efecto mariposa cuyas consecuencias son cada vez más catastróficas. La premisa es simple: O cambiamos ahora de manera gradual o dentro de poco nos veremos obligados a hacerlo de manera brutal.

En fin. Lo mejor es prepararse sin prisa pero sin pausa, porque inevitablemente llegará el momento en que las cuentas no cuadren de ninguna manera y nos percatemos, si somos observadores, que lo que se necesita para vivir con dignidad es mucho menos de lo que nos han hecho creer todo este tiempo y lo más importante, que hay suficiente para todos…

 

Square One

Si algo nos ha mostrado este periodo tan peculiar de la existencia, es que como decia Dieter Rams: “La simplicidad es la mayor sofisticación”. Qué quiero decir? Solamente que el seguir el ritmo natural de la vida es la única garantía de poder tener un tránsito tranquilo, con pocos sobresaltos y sobre todo, con mucha conciencia.

Si aún esto no se entiende, cito a mi papá nuevamente cuando decía, de manera sabia y algo lapidaria: “La naturaleza siempre gana”. Así que lo mejor es no interponerse en su camino con interrupciones que casi siempre son costosas, dolorosas y muchas veces fatales. El cuerpo es lo suficientemente inteligente para saber lo que tiene que hacer en un momento dado, siempre y cuando lo dejemos actuar tal como la evolución y miles de años de práctica le han indicado.

Los obstáculos normalmente son fáciles de evitar si estamos atentos a ellos: El estrés, el miedo en sus múltiples formas, invertir el tiempo en cosas innecesarias y sobre todo, el creer que sabemos más que un organismo que ha atravesado por innumerables crisis, grandes y pequeñas, muchas de las cuales han pasado desapercibidas y que ha podido resolver de la mejor forma, sin que hayamos tenido nada que ver.

Ahora enumeremos algunos ejemplos prácticos de lo que digo, a ver si lo dejo aún más claro: No es para nada necesario ir a comer tacos a Jamaica o pastel de chocolate al Black Bear, pasar el tiempo en las calles de Pasadena, recorrer la ruta 101 para contarle a gente que no sabe lo que es ni donde está, subir a un avión / auto / bus / barco para ir a lugares que no nos interesan porque “todo el mundo está yendo / están de moda” o porque “necesitamos descansar”, andar en patineta por la vida exponiéndose a un accidente o “ayudar” a los demás en algún barrio marginal de la ciudad… Viéndolo detenidamente, si eliminamos todo esto y mucho más, la vida no cambia sustancialmente…

En cambio, si seguimos algunas reglas básicas, la diferencia puede ser bien importante y hasta de larga duración: Dormir cuando haya sueño, comer cuando haya hambre, consumir alimentos naturales y baratos (porque normalmente lo más caro es lo más perjudicial y artificial), reirse mucho de todo lo que ocurre, porque la estupidez colectiva no tiene ninguna lógica ni explicación razonable, obtener los medios para vivir de la manera menos inmoral que se pueda y dedicar a ello el menor tiempo posible, analizar en segundo y tercer grado todas y cada una de las decisiones importantes (que son únicamente las que tienen que ver con la salud, el dinero y el amor, en ese orden), o lo que es lo mismo, considerar las consecuencias de las consecuencias de nuestras acciones, hacer caso a la realidad que podemos percibir directamente (y no las pantallas / impresos / comentarios o las interpretaciones de nuestra mente), no distraerse con tonterías impuestas desde fuera y por último, simplificar, simplificar y simplificar aún más.

No cuesta nada probar y si no funciona, le devolvemos su dinero… Bromas aparte, también queda la opción de volver a nuestros hábitos de siempre, esos que nos han dado esta existencia tan feliz y satisfactoria con la que contamos en este momento…

Los Marginales

Igual el título despista un poco, porque normalmente esta palabra la asociamos con desprecio, diferencia, desdén y todos los sinónimos despectivos que se les ocurran. Sin embargo, en los tiempos actuales, muchas cosas están cambiando y la semántica de muchísimas, si no todas, las palabras está adquiriendo un significado que puede parecer un contrasentido inicialmente, cuando en realidad lo que ocurre es que finalmente estamos viendo la realidad pura y sin filtros.

En medio de este experimento social a gran escala, con consecuencias impredecibles, creo que incluso para aquellos que lo están llevando a cabo, resulta ser que todo aquello que soliamos descartar de un plumazo ha cobrado una importancia superior y el famoso sentido común, que en contra de la supuesta sabiduría popular, no es el más común de todos los sentidos, está viendo cómo se re-evaluan muchos conceptos de manera importante.

Lo que antes se desechaba sin pensar, ahora es importante en grado extremo: el razonamiento, el juicio crítico (ese que nos enseñaron en el colegio y que pensábamos que no servía para absolutamente nada) y sobre todo, la independencia de criterio, o en otras palabras, el arte de pensar por nosotros mismos, sin dejar que las decisiones importantes (que son las que atañen a la salud, el dinero y el amor) las tomen unos desconocidos o lo que es peor, la rampante presión social.

Sé que es dificil dejar la inercia en la que nos han sumido cuidadosa y laboriosamente durante las últimas décadas, distrayéndonos a más no poder de lo que podría liberarnos de esta peculiar jaula de cristal que no podemos ver, oir, oler, gustar ni tocar, sin embargo, esta tarea se ha vuelto repentinamente de una relevancia capital si queremos sobrevivir de manera digna en estas circunstancias.

Y claro, la siguiente pregunta que suele surgir es: Cómo hacerlo? Y ahí me remito al párrafo anterior al último. Cada cual sabe donde está su sentido común, sus líneas rojas y sobre todo, la noción de hasta donde quiere ceder en lo esencial. El sopesar los beneficios y perjuicios de nuestras decisiones presentes y futuras no es tema baladí. Hay que ir con pies de plomo y sin prisas para no cometer errores ni entrar en pánico. No importa donde estemos ahora, lo que vale es lo que hagamos a partir de este momento.

Se vienen tiempos interesantes y de nosotros mismos depende cómo nos vaya en el baile, por decirlo de alguna forma. Eso si, no hay que olvidar que todo esto es una ilusión muy bien montada, pero que al final del día no deja de ser eso: una mentira elaborada que nos hemos creído durante mucho tiempo a punta de repetición constante y que sabiéndolo, podemos divertirnos todo lo que queramos, si asi lo elegimos.

Y si, nos hemos convertido en los marginales: los que pensamos por cuenta propia, los que cuestionamos, los que no tragamos entero, los que hemos elegido renunciar a esta locura colectiva cuanto antes, los que reflexionamos antes de actuar, a mucho honor…

 

Montañas Rusas

Por estos días han venido ocurriendo cosas bastante particulares, tanto a nivel personal como en el mundo alrededor. Es curioso, porque así nos empeñemos en correr a más no poder para huir de la realidad, como decía mi papá: “la naturaleza siempre gana”, y pasa lo inevitable, que es que todas las mentiras y razones que hemos inventado para justificar nuestro comportamiento, casi siempre cuestionable y hasta abominable (por la falta de coherencia), se vienen abajo como un castillo de naipes.

Esa inercia tóxica e insidiosa que nos han vendido como “lo que debe ser” para repetir comportamientos que rayan en lo absurdo cuando son analizados detenidamente (otra actividad altamente peligrosa en los tiempos que corren), nos ha convertido en personas débiles, miedosas, sin autonomía personal ni valentía y lo que es más triste y preocupante, incapaces de revisar cuidadosamente todas y cada una de las acciones que caracterizan nuestra adormecida existencia, para saber si en realidad son beneficiosas / necesarias / lógicas o simplemente son el resultado de un concienzudo condicionamiento que no sabemos muy bien de donde viene ni a qué intereses sirve.

Por qué estoy diciendo todo esto? Porque el tiempo sigue su marcha inexorable y cada momento que pasa invertido en el engaño y sosteniendo la idea de que “todo estará bien si miramos para otro lado” así la evidencia irrefutable nos muestre de manera cruda que el mundo tal como lo conocíamos (bajo la óptica de la obediencia y la ignorancia) ha dejado de existir hace mucho tiempo, es un instante menos con el que contamos para salir definitivamente del sueño infantil que nos han vendido como la vida contemporánea, que se ha convertido en (tomando prestado el título de un documental que seguramente casi nadie habrá visto porque habla de hechos incómodos) un simple “Comprar, tirar, comprar”…

Me entra la risa nerviosa al escuchar a ciertas empresas decir que se necesitan más y más expertos en tecnología, cuando quienes realizan las labores básicas que permiten que lo esencial siga funcionando (campesinos, agricultores, transportistas, pilotos de aviones y barcos, operarios de los servicios públicos, etc.) son menospreciados, mal pagados y peor tratados. De qué vamos a vivir? De comer bits y beber bytes?

La vida no puede ni debe convertirse en una contínua supervivencia sin las mínimas garantías de éxito, bajando la cabeza y renunciando a nuestra libertad personal por un puñado de dólares (o pesos, yenes, soles…), seguir creyéndonos la falacia del status y que el éxito corresponde a la cantidad de trabajo y la cifra que contemplamos satisfechos en la cuenta bancaria, llenándonos de objetos materiales (en la mayoría de los casos recurriendo a la deuda en condiciones leoninas) que atienden a conceptos básicos como el garrote y la zahanoria (el premio y el castigo) para que sigamos ignorando lo que ocurre, y que al final se convierten en un lastre en muchos casos insalvable para cuando decidamos romper el lazo invisible que nos mantiene inmóviles e impotentes.

Ya no se trata de ideologías o pensamientos afines o contrarios. Estamos hablando de una campaña de acoso y derribo en toda regla al sentido común, de percibir a ojos vista como el entorno ya no da más de si y que no aguanta ni un abuso más, de una intolerancia hacia la sensatez que amenaza las más básicas libertades y derechos.

No es cuestión de entrar en pánico y dejarse dominar por el miedo, que bien sabemos, es el peor de los consejeros y el que hace que cometamos errores funestos y en muchos casos irreversibles. Hay que comenzar ya a evaluar las opciones disponibles, obrando en consecuencia ante lo que está pasando y de finalmente tomar el control que cedimos sin darnos cuenta hace ya tanto tiempo, creyendo erróneamente que era en nuestro mejor interés. De lo contrario, debemos atenernos a las consecuencias y pagar un precio que tal vez no seamos capaces de asumir.

Tal vez suene lapidario, sin embargo, como decimos en mi tierra: “La verdad duele pero no ofende”. Dicho queda. Ahora, a ponerse manos a la obra, sea cual sea el camino que elijamos, siempre teniendo en cuenta las consecuencias de las consecuencias de nuestras acciones y dejando la emocionalidad y los viejos patrones lo más lejos posible. Por supuesto que produce vértigo, pero también una olvidada y reconfortante sensación de posibilidad y autonomía.

Y una cosa más: No olvides disolver tu personalidad…