The Sugar Cookie

Muchas veces damos por sentado que la vida es de una u otra forma. Y simplemente transitamos por la existencia esperando secretamente que todo siga igual y que nada de lo que consideramos cercano o personal cambie de manera sustancial en un plazo de tiempo razonable.

Y bueno, a veces sale bien por un tiempo; sin embargo, el equilibrio universal tiene una forma interesante y despiadada de recordarnos no tan amablemente (si es que aquello que regula todo lo que ocurre tiene algún tipo de conciencia como la nuestra, cosa que imaginamos y creemos para tratar de entender lo que pasa desde nuestra limitada y miope perspectiva humana) que las cosas simplemente son como son y que lo que consideramos seguro y estable no es más que un momento fugaz que casi siempre pasa desapercibido por nuestra proverbial distracción y avidez infinita de más y mejores distracciones.

El asunto es que no nos damos cuenta y cuando tenemos la rara oportunidad de hacerlo, lo olvidamos tan rápido como llega el siguiente objeto brillante y atrayente que simplemente nos vuelve a dejar en la estacada cuando su falso encanto desaparece, y así sucesivamente, preguntándonos de cuando en cuando por qué las cosas siguen igual…

El ignorar que estamos sujetos a todo tiempo de acontecimientos, grandes o pequeños, en cualquier momento de nuestro caminar por este planeta se antoja gracioso y hasta grotesco, porque sabemos de sobra que en cualquier momento sale nuestro número y que debemos enfrentar aquello que surja de la mejor manera posible. Y el considerar esta idea, así sea de reojo, podría ser una invitación a dos cosas: prepararse lo mejor que se pueda y por otro lado, a recibir con los brazos abiertos lo que sea que venga en nuestra dirección, cosa que puede parecer un contrasentido cuando lo que recibimos no es de nuestro agrado, sin embargo, tal vez sea la mejor manera de afrontar la incertidumbre constante en la que vivimos, así insistamos tercamente en sostener que no es así…

Erleuchtung garantiert

Definitivamente lo único confiable en la existencia humana, a pesar de nuestra infinita arrogancia al respecto, es la imposibilidad absoluta de controlar siquiera el más nimio detalle de nuestra existencia, así nos empeñemos en creer lo contrario desafiando la evidencia aplastante que respalda la brutal realidad que insistimos en negar, por activa y por pasiva.

El querer encontrar y aferrarnos a patrones o caminos seguros y tranquilos que podamos recorrer, para ahuyentar esa terrible sensación de indefensión que permea todos los aspectos de la vida, así no queramos verla ni experimentarla, se convierte en el mayor obstáculo que tenemos para dejar de tener miedo y simplemente aceptar lo que viene tal como se presenta, sin querer poner filtros de ninguna clase.

Tal vez lo he dicho hasta la saciedad antes, sin embargo, la necesidad constante de recordar la impredecibilidad que nos gobierna se vuelve imprescindible porque nuestra capacidad de memorizar y sobre todo, de recordar lo verdaderamente importantes se ha esfumado en pro del entretenimiento inmediato y fácil, ese que no requiere que pensemos ni razonemos en modo alguno, por lo que, lo que podría en un momento dado literalmente salvarnos la vida, se pierde entre detalles banales y ramplones que no tienen ninguna relevancia para nadie.

Eso si, parece ser que resulta más “cómodo” vivir en la ignorancia supina de creer que podemos influir en el curso de los acontecimientos, con el consiguiente estrés, miedo y frustración crónicos, que simplemente aceptar de una vez por todas que lo que pasa es lo que ES, y no las estupideces que nos empeñamos en sostener, así sea imposible en todos los casos.

 

La banalità del bene

Tomo prestado el título de un libro muy interesante para abrir la reflexión de hoy, ya que me parece que describe a la perfección ciertas situaciones que la vida trae y que muchas veces, si no todas, no sabemos muy bien cómo manejar.

Hablando de ciertas circunstancias particulares, solemos pensar que la existencia es un espacio donde prima la felicidad y la calma,  en el que los momentos de tristeza o angustia aparecen y desaparecen a su antojo. Y una vez que esta creencia se ha asentado, organizamos nuestra vida alrededor de esa idea, buscando el placer y la satisfacción y huyendo, de mil formas diferentes, de lo que consideramos incómodo o desagradable.

El asunto es que en realidad las cosas son al contrario: el trasfondo de dolor y sufrimiento está siempre presente, salpicado aquí y allá por momentos fugaces de tranquilidad y alegría, sin embargo, nos empeñamos en reafirmar una y otra vez que el objetivo último de nuestra presencia en el plano material es el de lograr la mayor y más rápida acumulación de experiencias que exciten los sentidos y generen el más alto volumen de neuroquímicos para que nos sintamos “bien”.

Lo que ocurre luego es predecible pero nunca deja de sorprendernos: aparecen uno o varios eventos extraordinarios, en muchas ocasiones de inaudita intensidad que requieren que cambiemos por completo nuestra visión del mundo, que olvidemos nuestros patrones habituales de comportamiento y que recordemos, no siempre de la mejor forma, que “hay que hacer lo que hay que hacer”. Esto no tiene nada que ver con los trasnochados conceptos del amor incondicional, la entrega, la compasión y cualquier cosa que quieran imaginarse para tranquilizar a la febril mente y justificar o regodearse en las acciones y sobre todo, las potenciales recompensas a obtener (del sabor que se imaginen, según las creencias que tenga cada uno) por aquello que hicieron o dejaron de hacer.

Esto genera una enorme disonancia cognitiva porque surge la cuestión de donde quedó el placer y la distracción cuando pasan estas cosas? De qué sirvieron todas esas oleadas de deleite si quedamos paralizados cuando algo se sale del supuesto guión de estabilidad y serenidad en el que basamos la existencia?

Entonces ese supuesto “buen hacer”, que hemos atribuido a aquellos a quienes consideramos extraordinarios, se convierte en algo más habitual y corriente de lo que imaginamos, algo que es inherente a la vida en la tierra, que “viene de fábrica” para poder manejar los actos aleatorios que caracterizan la realidad en la que vivimos.

Nuevamente, seguimos confundiendo las cosas, ya que no nos gusta esa banalidad, y preferimos ver ciertas acciones como resultado de sentimientos profundos y sinceros, olvidando que siempre hay un interés egoista tras estas supuestas muestras de humanidad…

Nuestra presencia en este plano, así suene lapidario, se limita a resolver lo que va ocurriendo, sin usar la mente ni las creencias aprendidas, simplemente apelando a esos instintos básicos que hacen que hagamos lo que es oportuno cuando es necesario, hasta que nos percatemos de lo insoportable del dolor que experimentamos y comencemos a buscar el camino de vuelta a la fuente. Puede que suene esotérico, sin embargo, es mejor una verdad directa y contundente que el engaño masivo al que se nos somete para seguir soportando algo que es a todas luces intolerable.

Para terminar, Vernon Howard solia decir que no soltamos aquello que nos gusta, y si inferimos después de esta corta reflexión que nos hemos vuelto adictos al sufrimiento, saquen ustedes sus propias conclusiones…

 

 

Mind Power

Mucho se habla del famoso poder de la mente sobre la materia, de su supuesta ilimitada potencia a la hora de causar situaciones peculiares que no siempre son del agrado de quien las experimenta, de su supuesto dominio sobre el “mundo real” para bien o para mal. Sin embargo, lo cierto es que este apéndice (porque desde mi punto de vista la mente no tiene vida propia ni mucho menos), no es nada más que un recipiente vacío que hemos ido llenando paulatinamente de contenidos, sin ejercer un mínimo de atención sobre lo que ponemos ahí.

En otras palabras, la mente es una creación que se nutre de todo lo de fuera que hemos dejado entrar. Su estado original no tiene ningún color ni tendencia, es más bien una neutralidad inmaculada que olvidamos hace muchísimo tiempo, activa o pasivamente; esto último cuando fuimos “educados” a temprana edad por nuestros padres o responsables, quienes muy diligentemente pusieron en ese diáfano recipiente lo que a bien tuvieron considerar o simplemente, transvasaron de sus propios receptáculos al nuestro, sin apenas control sobre lo que ocurría; y de manera activa cuando decidimos ignorar (por enésima vez) las salvaguardas más elementales para evitar la intrusión de conceptos claramente incorrectos mediante un juicioso análisis.

Las consecuencias de esta falta de atención crónica saltan a la vista: miedos, dudas, ideas equivocadas que influyen sobre la vida cotidiana, creencias que desafían (y que en muchas ocasiones prevalecen) sobre hechos aparentemente irrefutables, desconfianzas, una pobre o nula capacidad de razonamiento y toma de decisiones adecuadas, pero sobre todo, la total aniquilación de la naturaleza prístina del contenedor, que simplemente está ahí para recibir y guardar datos que nos pueden servir para hacer de la vida algo más llevadero, cosas prácticas que nos permiten resolver problemas sencillos y complejos, algo así como un tenedor que usamos eficientemente a la hora de comer y luego limpiamos y dejamos a un lado hasta la siguiente ocasión, sin cargar con el para todos lados, con el consiguiente engorro que esto traería.

Entonces, qué hacer? Dirán ustedes que la situación es irremediable. Sin embargo, gracias a la propia naturaleza del recipiente, es posible que le regresemos su intención primaria, comenzando por cuestionar todo lo que allí hemos almacenado, y si esto se antoja demasiado tedioso, al menos que revisemos atentamente aquellos contenidos que causan evidentes afugias. Es un trabajo laborioso, les advierto. Sin embargo, tal vez nos demos cuenta que, oh sorpresa, todo lo que hay allí contenido es completamente irrelevante para una vida plena.

Es esto un shock? De los shocks uno puede reponerse con relativa facilidad, sin embargo, si no acometemos la tarea, seguiremos estando atrapados en la rueda del hamster, atribuyendo (no sin razón) todas nuestras angustias a algo que está ahí fuera. Por qué digo que hay algo de cierto en esto? Precisamente porque todo ese “ruido” amplificado y contaminado por cada vez más datos inconexos e inútiles, es el que contribuyó, en primer lugar, a crear la confusión en la que hemos transformado la existencia.

Se puede hacer? Definitivamente si. Es cuestión de dejar a un lado todo aquello que consideramos “imprescindible” (y que sabemos de sobra que no lo es) y lanzarse a ello con seriedad y persistencia. La recompensa puede ser muy interesante.

Coda: Eso si, no olvidemos que el tiempo del que disponemos para lo que puede ser el oficio más importante de nuestras vidas, se está agotando y no hay razón para posponer aquello que puede llevarnos a la verdadera existencia.

 

Falske Premisser

A raíz de una interesante conversación con unos queridos amigos, surgió una reflexión sobre el motivo de las acciones que emprendemos a lo largo del tiempo. Si partimos del hecho de estar “en contra” de cierta forma de vida, la “reacción” será casi invariablemente, querer alejarnos del patrón original, lo que de por si ya elimina la posibilidad de crear algo nuevo, porque el acto de protesta está viciado por la causa, es decir, es una reacción a un estímulo que consideramos negativo.

Donde estará, entonces, la verdadera y “pura” creatividad? Es un misterio a todas luces, ya que bajo la premisa anterior, la inspiración queda reducida a ser una respuesta ante algo existente y que consideramos inadecuado, caduco o mejorable.

Curiosamente, las ideas frescas surgen de un estado de tranquilidad y atención hacia el mundo que no esté contaminado por juicios ni opiniones preconcebidas. Como este estado es tan difícil de alcanzar, por el eficiente y metódico condicionamiento a la gratificación inmediata al que se nos ha sometido en las últimas 2 décadas, últimamente todo es un refrito de lo que ya conocemos o como decíamos hoy, un caramelo o entrada “dulce”, diseñado para satisfacer una necesidad inmediata, un antojo, si se me permite la expresión, en lugar de optar por el plato fuerte; ese que requiere de una preparación concienzuda y elaborada para ser del agrado de quien lo consume, algo que despierte sensaciones diversas en lugar de la ramplonería copiada de “lo que funciona y vende”.

Paradójicamente, destruimos con entusiasmo todo aquello que nos conduciría a ese estado fundamental, con nuestra perenne insatisfacción que creemos saciar consumiendo a más no poder, pensando que en algún momento y de manera mágica, algo de aquello con lo que tropecemos tendrá la respuesta definitiva a nuestras preguntas o cuestiones existenciales.

Nisargadatta proponía: “Cualquier trabajo que hayas comenzado, complétalo. No te embarques en nuevas tareas, a menos que sean necesarias para una situación de sufrimiento y de alivio del mismo. Encuéntrate primero e incontables bendiciones vendrán. Nada beneficia al mundo tanto como el abandono de las ganancias. Un hombre que ya no piensa en términos de pérdidas y ganancias es realmente un hombre no violento, porque está más allá de todo conflicto”.

El detenerse a apreciar e investigar el origen de esa tranquilidad a toda prueba es la tarea última en la que idealmente deberíamos embarcarnos. El sumergirnos en aquello que nos rodea ahora sin anhelar o pensar que algo falta es un buen comienzo para hacer por el simple hecho de hacer y no para obtener un beneficio marginal al cabo de un periodo de tiempo. Sin embargo, la terrible voracidad a la que hemos sido acostumbrados hace de esto algo extremadamente difícil de entender y acometer. Sigo pensando que es posible si simplemente nos paramos a ver donde estamos, qué hacemos y sobre todo, nos preguntamos quienes somos con persistencia y seriedad hasta encontrar la respuesta.

The Shadow Master

Como siempre, la vida con sus giros inesperados, nos sorprende sin parar. Cuando creemos que tenemos controlada la situación, se oye a lo lejos una carcajada sutil y un momento después todo salta por los aires, dejándonos nuevamente en la casilla de salida, aturdidos y completamente desorientados.

El tratar de entender lo que pasa y sobre todo, sus supuestas razones, es tarea imposible. El asunto es que casi siempre ciframos nuestras esperanzas en que el comprender es la clave para desenmarañar el enredo. Y lo que suele suceder es precisamente todo lo contrario. Por otro lado, de qué sirve el supuesto dilucidar cuando la situación no se resuelve por saberlo?

Tal vez el enfoque práctico de navegar con la corriente de lo que ocurre e ir analizando las opciones para elegir la mas adecuada, tocando “de oído”, puede ser mas útil y darnos una perspectiva mejor. Sin embargo, cuando por fin se acepta que el nivel de incertidumbre de todo lo que nos rodea es tan inconmensurable, incluso más allá de lo que nos parece tolerable, es cuando parece que las cosas se ven menos “peligrosas” e “inmanejables”.

Al fin y al cabo, como se lo digo a quienes tengo cerca: Todo es Oportuno, así no podamos o no queramos verlo de esta manera. El rompecabezas cósmico tiene un orden que no nos alcanzamos a imaginar y menos interpretar, lo cual no significa que no exista y que no tenga un sentido definido, así no podamos percibirlo con nuestros sentidos eficientemente aturdidos por los infinitos filtros que con tanto cuidado y celo hemos ubicado frente a ellos por años y años, para no incomodarnos con la verdadera realidad que tenemos en frente…

Sprinting Slowly

Por estos días recordé una anécdota que escuché hace unos cuantos años, tal vez por el hecho de que hemos retomado con Marcela el hábito de practicar frisbee, más bien irregularmente debo decir, pero que creo explica muy bien ciertas situaciones que ocurren cada tanto en la vida, donde como dice el dicho, más vale maña que fuerza:

Un conocido ya entrado en años estaba paseando por las calles de Barcelona, visitando la ciudad por segunda o tercera vez en una zona muy concurrida, cuando de un momento a otro alguien se le acerca tomándolo por un viejecito indefenso y le arrebata su billetera en un descuido. El ladrón sale corriendo entre la gente y para su sorpresa, se da cuenta que su víctima comienza a perseguirlo a buen ritmo. Sorprendido, el caco intenta correr más rápido y perderse entre la multitud infructuosamente. Aún más confundido, aprieta aún más el paso y toma calles secundarias con la esperanza de que su inesperado perseguidor se agote y lo deje en paz con su botín, cosa que no ocurre.

Así que después de un buen rato, el amigo de lo ajeno, un sujeto más bien joven y atlético, sucumbe al cansancio; mi conocido le da alcance y le reclama que le devuelva lo sustraído, a lo que el frustrado carterista accede casi sin resuello y no puede evitar preguntarle cómo una persona de su edad pudo haberlo superado de esa forma, a lo que el protagonista de esta historia responde: “Fue sencillo, he sido campeón nacional de frisbee en mi país durante muchos años…”

La moraleja, si es que se puede llamar así a la conclusión de esta pequeña historia, es que gracias a su preparación previa y sobre todo, su paciencia y persistencia, mi amigo pudo hacer algo que se antoja imposible en la mayoría de las situaciones. Esto, creo, se extrapola a todos los escenarios que enfrentamos cada día, donde muchas veces creemos que un esfuerzo inicial descomunal de fuerza bruta producirá un resultado contundente en corto tiempo y que el inconveniente se solucionará de manera rápida y definitiva, cosa que normalmente no ocurre así, porque las cosas se desarrollan de manera irregular y no lineal.

En otras palabras, y esto es algo ha estado ocurriendo últimamente en muchos ámbitos de mi vida, es mejor ir a un paso sostenible si el viaje es largo y complejo, que intentar salir corriendo y quedarnos sin aliento al poco tiempo, porque casi todo lo que pasa se puede equiparar con una carrera de fondo más que con un sprint, en la que la cadencia elegida nos debe permitir ir a un compás que nos posibilite llegar al final sin demasiados inconvenientes…

Nil Carborundum

La frase que encabeza la nota de hoy tiene una curiosa historia, que dejo entre el tintero para que el lector curioso la encuentre si es de su interés, sin embargo, su significado encierra una sabiduría que viene bien en estos tiempos peculiares: “No dejes que ningún idiota haga mella en ti”…

Estoy descubriendo que lo más complicado del tiempo que transcurre y las consecuencias que van aparejadas al fenómeno, es la falta de autonomía. Y no me refiero necesariamente a algo en particular, como lo económico o la salud, sino más bien a la capacidad de gobernar nuestra existencia de acuerdo a lo que va ocurriendo en cada etapa, sin quedarnos añorando lo que se fue y que incomprensiblemente seguimos considerando imprescindible.

Se nos atonta repitiéndonos una y otra vez que lo importante es el logro, el trabajo, las metas cumplidas y por cumplir. Y cuando todo esto deja de tener sentido, no queda nada a lo que aferrarse y vienen las crisis que muchas veces tienen un desenlace trágico, que va más allá de la muerte física y que pasa más bien por una lenta y terrible descomposición a la que muy pocos saben hacerle frente, por haber pasado la mayor parte de la experiencia vital dándole una importancia desmesurada a lo exterior y pasajero, sea cual sea la definición que se tenga de esto. Como decía Kei en cierta película que re-visitamos hace poco: “A medida que envejeces, ya no puedes cambiar tus prioridades…”

Lo que ocurre ha dejado de ser significativo. Qué quiero decir con esto? Que ante tantos datos inconexos y mayormente inútiles con los que se nos bombardea inmisericordemente, ya no recordamos ni tenemos en cuenta aquello que realmente tiene valor. Y si no me creen, les pregunto: ¿recuerdan que comieron ayer? ¿Y el martes pasado? Es difícil, ¿verdad? Esto ocurre porque que hemos convertido a la vida en una serie de actividades mecánicas y según nosotros, intrascendentes, ya el objetivo de moda es la búsqueda incansable de la novedad y el estímulo infinitos, por lo que lo que es la vida en realidad, pasa completamente desapercibido. En cambio, si indago sobre cual era su juguete o actividad preferida en su niñez o juventud, no dudarán en responderme con lujo de detalles. ¿Por que? La respuesta es sencilla: la atención estaba únicamente en esa experiencia y nada más, por lo que se convirtió en algo importante y memorable, resistiendo sin problemas los embates del tiempo.

Me he percatado, y no de la mejor manera, que relajarse es endiabladamente difícil. Y no confundamos este término con descansar, que lo puede hacer cualquiera, como casi todas las noches cuando dormimos, con mayor o menor éxito. La verdadera relajación es soltar de manera resuelta y sin contemplaciones todo aquello que nos tensiona y obstaculiza nuestra tranquilidad a un nivel profundo. Pero claro, los temidos apegos hacen que esto que debería ser sencillo y natural se convierta en una tarea prácticamente imposible.

Hemos complicado el vivir de tal manera que ya no recordamos lo que es transitar por este plano tranquilos y contentos, sumergidos en el placer de hacer aquello que nos gusta y nos satisface de verdad. Ahora todo es una explosión de endorfinas que se asemeja a los fuegos de artificio: colorida, ruidosa, fugaz y que cuando termina no deja absolutamente nada aparte que un olor acre y mucho humo que se disipa con el viento. El sosiego trascendente que permite cultivar el silencio y la sabiduría es un arcaísmo cada vez más denostado y perseguido, ya que conviene mantenernos desorientados e idiotizados…

Y a manera de colofón a una de las reflexiones anteriores, tenemos un miedo cerval a desasirnos de lo que consideramos (o de lo que nos han convencido que es) seguro, sano y conveniente porque sabemos lo que viene después: esa incómoda sensación de indefensión, marginación y soledad que nos envuelve es tan desagradable gracias al eficiente condicionamiento al que nos han sometido, que preferimos seguir atados a lo que nos mata lentamente que deshacernos definitivamente del yugo auto-impuesto. Como dice otra frase que lei y grabé en mi memoria hace unos años: “He apretado tanto tiempo y con tanta fuerza el puño del odio y la venganza que he olvidado cómo abrir la mano para liberarme”…