Por estos días mi madre se ha movido de casa. Como algunos de ustedes saben, hace un poco más de un año ocurrió algo que hizo que todos los miembros de mi familia reconsideráramos muchas cosas. Pues bien, después de más de 30 años, el hogar donde me crié ha dejado de existir. La casa ha sido vendida.
Supongo que era algo natural y necesario, una manera de cerrar un ciclo y de pasar página. Incluso yo estoy atravesando por un momento importante en mi vida (del que hablaré otro dia). Para bien o para mal “life goes on”, la vida continúa.
Sin embargo, en estos cambios siempre hay efectos colaterales. Algunos no tan evidentes, otros incluso necesarios. El problema es cuando alguno de ellos es doloroso, no tanto para quien lo ocasiona sino para el afectado. Anteponemos la comodidad inmediata sin medir las consecuencias de nuestros actos, y más si se trata de un ser que no puede manifestar su descontento claramente o que no puede defenderse.
Estoy hablando de Simón, el Schauzer de mi hermana menor. Un perrito nervioso y pequeño como casi todos los de su raza, pero que brindaba compañia y alegraba la vida a quienes quería. Desafortunadamente, ya no había cabida para él en el nuevo hogar de mi madre y mi hermana. La conclusión fue que eran más importantes las cortinas y los pisos nuevos que tomarse un poco de tiempo para permitir que el animalito se acostumbrara a su nuevo entorno. Ya no había nadie que se ocupara de él, así que se convirtió en una carga.
La solución? Simplemente dárselo a otra persona. Problema resuelto, pensarán algunos, pero no. Los perros, como todos los seres vivos, son capaces de percibir lo que ocurre a su alrededor. Tienen conciencia social y un fuerte sentido de pertenencia que se va acrecentando a medida que pasan los años. No es igual cambiar de dueño a un cachorro que apenas está descubriendo el mundo en el que vive, que a un perro adulto que ya ha establecido un orden “mental” sobre quienes son los “líderes” de su grupo.
Es una experiencia traumática, pero total, si simplemente es un animal… Lo que voy a decir puede sonar a una comparación fuera de órbita, pero pasa algo parecido cuando una pareja con hijos decide que ya no es posible continuar con la vida en común y toman la decisión de separarse. Los hijos siempre sufren, por más que todo se haya hecho de la mejor manera posible (por cierto, cuál es la mejor manera, digo yo?) y si los padres no se llevan bien, la carga sicológica que deben soportar puede ser muy pesada. Y el problema mayor es que están menos preparados para afrontar este tipo de situaciones (Teniendo en cuenta que algunos adultos no llegan a superar estas circunstancias).
En fin. Como dije antes, la vida sigue, y en esta sociedad cómoda e inmediatista en la que vivimos ya no hay lugar para ciertas consideraciones éticas o compasivas. Nos deshacemos de lo que estorba sin dudarlo, sin pensar en qué puede pasar o los efectos que estamos causando. Lo importante es quitarnos el problema de encima como sea. Sólo quedan las tristes víctimas de nuestra indolencia, sean personas, plantas o animales, que casi nunca pueden decidir por si mismos y deben soportar estoicamente las veleidades de quienes se han convertido en sus improvisados señores…