Se llega esta época de reflexiones un poco más profundas, sea porque disminuye el frenesí habitual en el que solemos vivir el resto del año o porque hay un clima de tedio y hasta aburrimiento entre las tradicionales celebraciones propias de estas fechas.
Si tuviera que definir en una palabra lo que caracterizó este año que está por acabar, diría que fue “realidad”. Esa que nos afanamos tanto en evitar con infinitas y banales distracciones, creyendo que “todo está bien” y que “nada cambia” perpetuando la ilusión del control a la que somos tan adeptos.
Y si me apuran un poco, podría decir la enfermiza manía de la que padecemos casi todos de tratar de explicar lo inexplicable, de encontrar patrones donde no hay, cosa que se agrava y complica de una manera espectacular al seguir consumiendo datos (que no información) desaforadamente para de alguna manera, hacer que lo que pensamos (que ya es de por si confuso y oscuro) coincida con la avalancha de sonidos, números, imágenes y demás a la que nos exponemos alegremente, es lo que hace que nos hundamos cada vez más en una confusión tal que ya no sabemos qué es cierto y que no.
El asunto más complicado es que nos hemos habituado, y perdónenme la expresión tan terrena, a vivir en un mar de mierda en el que nos sumergimos con gusto cada día, esperando encontrar, al fin, esa tan ansiada respuesta a un supuesto problema que ya hemos olvidado, porque nos hemos vuelto expertos en crear dificultades donde no las hay, para llenar un vacío que se nos antoja insoportable.
Si en un momento fugaz de lucidez, fuéramos capaces de ser honestos con nosotros mismos y ver que somos (parafraseando al inmortal Homer Simpson) a la vez causa y solución de todos nuestros problemas, y que si ejercemos un mínimo de coherencia en nuestra vida, se acabaría esa búsqueda sin sentido en un santiamén y llegaríamos a un punto donde no haría falta absolutamente nada, cosa aterradora para la mayoría de los mortales, que siguen pensando (ideas adquiridas del exterior, nuevamente), que sin un descomunal gasto de tiempo y energía, para nada proporcional al supuesto resultado a obtener, no vale la pena seguir viviendo, porque “entonces qué nos vamos a poner a hacer?”
Lo único que se puede sacar en limpio es que hemos y seguimos siendo engañados con, y esto es lo mas triste, nuestra propia connivencia y aprobación. Y si seguimos la dinámica actual de que no hemos terminado de explicar la situación y ya estamos clamando a gritos por una solución pormenorizada, explicada paso a paso en la última masterclass gratuita y dispuestos a invertir, una vez más, tiempo y dinero para aprender algo que tal vez ya sabíamos pero que está oculto bajo cientos de horas de “estudio” o “investigación”, a lo que no hemos dedicado más que una mínima parte del tiempo para comprobar si es útil o funciona, pues el ciclo tiene garantizada su repetición y existencia.
Al final, las preguntas que habría que hacerse (y responder con la mayor honestidad) son: Tengo claro qué es lo que me pasa y que quisiera solucionar? y sobre todo, Estoy dispuesto a ser lo suficientemente coherente y serio para darle curso hasta resolverlo de la forma que necesito, sin importar lo que haya que hacer?
Tal vez esto sea demasiado para muchos, sin embargo, es tal vez el camino más directo hacia la recuperación del equilibrio, sin quedarnos discutiendo por el camino sobre quien tiene la razón o no… Y lamentablemente, como dicen en inglés, no creo que vaya a contener el aliento esperando a que aparezca alguien que lo haga. Nos vemos el año que viene…