Definitivamente lo único confiable en la existencia humana, a pesar de nuestra infinita arrogancia al respecto, es la imposibilidad absoluta de controlar siquiera el más nimio detalle de nuestra existencia, así nos empeñemos en creer lo contrario desafiando la evidencia aplastante que respalda la brutal realidad que insistimos en negar, por activa y por pasiva.
El querer encontrar y aferrarnos a patrones o caminos seguros y tranquilos que podamos recorrer, para ahuyentar esa terrible sensación de indefensión que permea todos los aspectos de la vida, así no queramos verla ni experimentarla, se convierte en el mayor obstáculo que tenemos para dejar de tener miedo y simplemente aceptar lo que viene tal como se presenta, sin querer poner filtros de ninguna clase.
Tal vez lo he dicho hasta la saciedad antes, sin embargo, la necesidad constante de recordar la impredecibilidad que nos gobierna se vuelve imprescindible porque nuestra capacidad de memorizar y sobre todo, de recordar lo verdaderamente importantes se ha esfumado en pro del entretenimiento inmediato y fácil, ese que no requiere que pensemos ni razonemos en modo alguno, por lo que, lo que podría en un momento dado literalmente salvarnos la vida, se pierde entre detalles banales y ramplones que no tienen ninguna relevancia para nadie.
Eso si, parece ser que resulta más “cómodo” vivir en la ignorancia supina de creer que podemos influir en el curso de los acontecimientos, con el consiguiente estrés, miedo y frustración crónicos, que simplemente aceptar de una vez por todas que lo que pasa es lo que ES, y no las estupideces que nos empeñamos en sostener, así sea imposible en todos los casos.