Hoy tengo ganas de hablar de la calma. Esa virtud que confundimos tan fácilmente con el éxito o el tener, con la sensación de haber alcanzado una meta o vencido un obstáculo. Pero no, a pesar de que hay muchas interpretaciones para este sentimiento, mi visión personal al respecto pasa por considerarla un privilegio, un regalo y hasta un bien escaso. Sería dificil definir la calma con pocas palabras, crear una explicación universal para una idea tan abstracta y a la vez tan hermosa.
Sin embargo, puedo enumerar algunas cosas que la hacen presente en mi vida: el hacer algo por placer, sin tener que cumplir, el disfrutar de un paseo relajado sin rumbo fijo, observando el panorama con ojos de principante y maravillándonos ante todo lo que vemos, la lectura de un buen libro, dejándonos sumergir en el universo particular que el autor quiso construir para si y para sus lectores, escuchar buena música (cualquiera que sea), meditar, compartir tiempo con aquellas personas a quienes estimas, dormir a pierna suelta, comer sin prisas…
En fin. Podría seguir durante mucho tiempo, pero en su lugar, los invito a que me acompañen a un paseo por uno de mis sitios favoritos, un lugar que, a pesar de encontrarse a pocos pasos de mi casa, siempre me sorprende y me recuerda sutilmente que la civilización y la tecnología no lo son todo. El señor mayor que me acompañó durante un buen rato me recordó de manera muy amable un episodio de “El Caminante”, el libro de Jiro Taniguchi que más me gusta.
https://www.youtube.com/watch?v=j-FAzR_wkAU