Me he retrasado un poco publicando la nota del día 25, porque sinceramente, no me cabía en la cabeza cómo escribirlo, además, ahora que estoy leyendo esto, me percato del estado primitivo en el que nos encontramos todavía, en términos de evolución.
Imagínense esta situación: el ayuntamiento de cualquier ciudad de este pintoresco país, decide colocar, para reorganizar el tráfico y facilitar el siempre engorroso proceso de aparcar, zonas de pago con los correspondientes parquímetros y vigilantes de los mismos. Los vecinos, como siempre, se quejan, ya que tienen que pasarse por las oficinas municipales a gestionar la tarjeta de residente para aparcar sin problemas y demás, lo cual es un trámite que no deja de ser algo incómodo. Hasta aquí, todo normal. La resistencia al cambio, digo yo, pero al cabo de algunos días comienzan a aparecer parquímetros arrancados o destruídos a golpes. Vandalismo? En absoluto. Y eso no es todo. Los vigilantes municipales comienzan a ser objeto de amenazas y lo que es peor, de agresiones por parte de “desconocidos” por el simple hecho de hacer su trabajo y controlar el buen uso de las nuevas zonas de aparcamiento de pago.
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